CARLOS REYLES
LA MUERTE
DEI.
CISNE
CUiVRTA EDICIÔN
^
Sociedad de Edicionea lAterarias y Artîsticas
IvIBRBRlA PAUI. OlylvKNDORFF
50, CHAUSSÉE D'aNTIN, 50
PARIS
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HOV î 3 icgg
PRIMERA PARTE
IDEOLOGIA DE LA FUERZA
E:
fi, vasto y heterogéneo panorama espiritual
del mundo en las postrimerias del siglo xix y
los rojos albores del présente, brinda al obser-
vador de los tiempos que corren un espectâ-
culo magnifico y emocionante. Turban el ânimo
y pasman el espîritu las perspectivas morales,
dejadas como herencia à las gêner aciones vivas
por las gêner aciones muertas. Entre mil tribu-
laciones, el curioso se pregunta, si esta à punto
de convertirse en realidad palpitante la trans-
mutaciôn de valores anunciada por el terri-
ble profesor de la Universidad de Basilea, y si
la Fuerza, como principio de la moral y medida
de todas las cosas, no amenaza de muerte, a
pesar de la Conferencia de la Haya y del huma-
nitarismo, las entidades de las filosofias espi-
8 I.A MUERTE DEI. CISNE
ritualistas : Justicia, Derecho, Bien, Mal,
irguiéndose en medio de ellas, como un leon
vivo y rugiente, sobre las ruinas de una acrôpo-
lis poblada solo de idolos rotos, mutilados dio-
ses y espectros terrificos en las sombras medro-
sas, mas irrisorios à la honrada luz del sol.
Ha sido y sera eternamente cruel designio y
obra dificil para la voluntad de los hombres, el
despojarse de las amables creencias que los
encumbran a sus propios ojos. I^a humanidad,
como las coquetas empedernidas, ama los ade-
rezos que la hermosean, aunque sepa que son
postizos, anadidos y falsas joyas. A mayor
abundancia de razones, su bovarismo, la facul-
tad peregrina de concebirse de una manera dife-
rente de la realidad y obrar en consecuencia,
es incontrastable y gêner almente provechosa.
Hace falta un grande y desinteresado valor
para mirar frente a frente a la temida Bsfinge,
aparté de que el premio del resuelto enigma,
suele ser el que tanto contribuyo a la desdicha
del lamentable Bdipo; es menester una acen-
drada resignaciôn filosôfica, en la que acaso
pende el ascetismo de la cultura moderna, para
recibir amablemente las visitas de duelo de los
desencantos y sonreirles como a los amigos
I,A MUKRTK DEI. CISNE
grunones, pero leales, que nos quieren y nos
dicen la amarga verdad. Esta es a veces solo
estéril supersticion : las grandes ilusiones son
siempre fecundas, y aunque el viejo Cronos, con
manos impias, las despoje mas tarde 6 mas
temprano de sus virtudes especîficas sobre la
inteligencia y el aima, la humanidad, recono-
cida a las fieles servidoras, signe creyendo en
ellas aùn después de muertas, y hasta se com-
place muy comùnmente, con ingenuo y tozudo
afân, en prestarles a los rostros lîvidos y yer-
tos las lozanas apariencias de la vida.
Bn taies ocasiones acontece a la eterna ilusa
lo que a aquella infeliz criatura que, habiendo
perdido a causa de terrible enfermedad la divina
belleza del rostro, su tesoro, dicha y orgullo,
providencial locura la salva de un desencan to
mortal, haciéndole ver reflejada en los espe-
jos, no la fealdad présente, sino la fenecida her-
mosura de los gozosos dias.
La humanidad ha padecido muchas de estas
demencias saludables. Elias le impidieron reco-
nocer, cuando la verdad hubiera sido como
escarcha sobre los tiernos capuUos de las rosas,
la futileza de los adobes y afeites que realzaban
las gracias del aima â la luz de las candilejas
1.
10 I.A MUERTE BEI. CISNE
metafisicas. Hoy el arduo problema estriba en
averiguar si estas no han perdido su mâgico
poder, y si la transfiguraciôn de los hechos rea-
ies por la ôptica de los moralistas, es todavîa
conveniente para la delicada salud del mundo.
À
decir verdad, la agonla de lo divino apa-
rece â las inteligencias libres de prejuicios here-
ditarios y atavismos religiosos, como un hecho
triste, pero incontestable, que se descubre en
todos los horizontes y que las ansias subjetivas
del hombre no aciertan â disfrazar con un nuevo
espejismo céleste, quizâ porque este nuevo
espejismo no es y a necesario â la Vida. Esta vez
el instinto vital, el travieso mago que en la filo-
sofia nietzsquiana créa las ilusiones favorables
â la existencia, lucha en vano contra el Cono-
cimiento, que las destruye implacablemente...
pero solo para darle â aquel estimulo y ocasiôn
de forjar otras nuevas. La ciencia, la experien-
cia prolija del caduco globo, levanta el vélo de
Maya, y en lugar de las desnudeces impecables
12 IvA MUKRTE DElv CISNE
y sagradas perfecciones de la diosa, surge la
razôn fisica de los fenômenos. El misterio de
que se nutren las religiones, se rompe como un
liecliizo al influjo de un conjuro eficaz. I^as Igle-
sias, las virgenes violadas por el Saber, amari-
Uean y enferman,yconéllaspalideceenel mundo
la estrella del reino espiritual. Y coincidencia
peregrina : alli donde este fué mas efectivo y
avasallo mas tirânicamente las conciencias, no
ya la clorosis, sino el acabamiento de todas las
energias y la parâlisis, dan seguros indicios de
un lugubre é inévitable fin, como si el pecado
capital de desarraigar la planta humana de la
tierra y cultivarla en misticas estufas, entra-
nase la terrible penitencia del agostamiento, la
esterilidad y la muerte. La remota y misteriosa
India es el pudridero del espîritu religioso; en
las aguas muertas de sus mil cultos monstruo-
sos y extâticos, brotan Injuriantes los nenùfa-
res de la contemplaciôn ascética y del nirvana,
entre cuyas raices y tallos mueren sofocadas las
timidas vegetaciones de la voluntad de vivir;
Jerusalén llora las diligentes y briosas virtudes
que encendieron la Uama activa de la fe en el
pecho de Pedro el Brmitano y provocaron la
colosal marea de las Cruzadas; en la Ciudad
I.A MUERTE DKI. CISNE I3
Eterna muere el poder espiritual, que 3^a fué
enterrado en Menfis, Efeso, Eleusis y Delfos,
y en todos los sagrados lugares de la tierra
donde el animal niistico labrô en piedra dura
sus ansias ardientes de lo infinito, el peregrino
apasionado lee tembloroso sobre las informes
ruinas, la fugacidad de la cosas eternas y la
naderîa de las cosas liumanas.
La evoluciôn del sentimiento religioso no
déjà lugar a dudas sobre el humilde origen y el
destino mortal de los dioses... Después de las
ingenuas cosm^ogonias de las primeras edades,
en que el hombre mîsero é ignaro interpretaba
los fenômenos mas comunes como revelaciones
del misterio eterno y signos infalibles de las
voluntades olimpicas, la razôn divina, perse-
guida y estrechada por la explicaciôn materia-
lista del universo, viô destruir, como la ciencia
hermética y la filosofîa escolâstica, sus miste-
rios, dogmas y entidades, y ha ido perdiendo
terreno hasta encerrarse en el ruinoso y lôbrego
castillo de las causas primeras y delo incognosci-
ble. En la prâctica, Dios se hace utilitario. Las
religiones se humanizan. Desde luenga data,
siguiendo paralelamente las evoluciones del
conocimiento y la misma, aunque en apariencia
14 lyA MUHRTE DKIv CISNK
opuesta derrota que los instintos dominadores,
apéanse de sus fueros y vienen transformân-
dose en cosas utiles, en servidoras solicitas de
la Vida, ante cuyos intereses profanes abaten
las altivas y aureoladas testas los intereses divi-
nes. La conservaciôn de las excelencias tradi-
cionales y el freno moral, son los titulos mas
remontados que sustenta la religion a los ojos
de la culta Europa. I^a utilidad pràctica es la
virtud caracteristica de las modernas expe-
riencias religiosas en la tierra del opulento yan-
qui. Sus imperturbables doctores aseveran « que
los principios especulativos no son nada, que
los resultados y consecuencias de las teorias lo
son todo )). Pragmatisme y utilitarismo se dan
la mano : la verdad es lo util. « I^o verdadero
es lo oportuno en nuestra manera de pensar,
como lo justo es lo oportuno en nuestra manera
de conducirnos » agregan. Hn conclusion : los
yanquis buscan un Dios del que pued.an servirse.
lyas flamantes disciplinas no forman santos ni
profetas, que es fuerza considerar como los
grandes paquidermos fôsiles de la religiosidad,
ni menos virtudes desinteresadas, contempla-
tivas, caballerescas, amorosas del rcnuncia-
m-iento, como las viejas y sublimes virtudes
I,A MUERTE DEL CI3NE I5
ensenadas por Buda 6 Cristo. No, los pastores
de la americana grey, llâmanse Franklin, Emer-
son, Pierce James, 6 también Haper, ese admi-
rable présidente de la Universidad de Chicago,
que, sintiendo proximo su fin, formulaba lleno
de unciôn esta singularisima cuanto valerosa
plegaria : « Senor, permitid que haya para mî
una vida después de esta vida, y en esa vida
permitid que haya mucho trabajo que hacer y
tareas que cumplir )> ; entre los credos y dogm^as
del nuevo culto figuran la vida intensa, el prag-
matisme, el mindcure 6 psicoterapia religiosa,
tan eficaz como la psicoterapia del doctor
Dejerine en la medicina ô las estaciones de psi-
coterapia del sutilîsimo Barres en la literatura;
los santos laicos son Washington, Edison, Roo-
sevelt, Carnegie, Booker Washington ; los reyes
del petrôleo y del acero; el Napoléon de los
ferrocarriles, quien ténia por inmorales las
tareas improductivas, en una palabra : hombres
robustos y esforzados, voluntades inteligentes
y heroicas, como las piden con hondo afân las
necesidades orgânicas de la época y la gestaciôn
del porvenir.
I^as caliginosas nieblas del antropocentrismo
se disipan y por eso la moral como la religion.
l6 I.A MUERTE DEI. CISNE
la filosofîa y la ciencia, recorre también, mal de
su grado, la convulsa trayectoria de lo infinito
a lo finito, de lo absolu to a lo relativo, de lo
divino a lo natural, de la vaporosa metafisica
a la sesuda biologîa, « llave sécréta de la his-
toria y las acciones humanas, que en época no
remota explicarân acaso la f isica y la quimica. . . »
como alguien conjetura osadamente. Y a juz-
gar por lo que se ve, el conocimiento adelanta
imperturbable por ese camino, sin detenerse
un punto a considerar con lâstima, las ilusiones
que a su paso van muriendo. A las morales de
esencia mistica, altruistas é infalibles, siguen
presto las morales de levadura fisiolôgica, sen-
sualistas y pecadoras, que hacen del placer,
del egoîsmo, de la lucha, y finalmente con
Guyau y Nietzsche, de la expansion de la vida
y del instinto de dominaciôn, vale decir, de la
fuerza, el resorte oculto de la conducta y la
base sôlida é indestructible del Bien y del Mal.
p
JL OR otra parte, la impasible majestad de la
Naturaleza, indiferente à la moral humana,
extraiia, cuando no antagônica, à las necesida-
des subjetivas del hombre, y ajena à toda fina-
lidad racionalista, confirma rotunda y cruel-
mente las desencantadas suposiciones que su-
giere la evoluciôn filosôfica. La ciencia y la his-
toria también. De consuno el origen animal del
hombre, visto como en una caleidoscopio en
las multiples y ascendentes fases zoolôgicas del
embriôn humano, y el origen fisiolôgico y espù-
rio de la justicia, despojan a la humanidad de
su divino abolengo y tienden a destruir, con
impertérrita lôgica, las verdades eternas, los
principios absolutos, la posibilidad de una ética
infalible é inmutable.
l8 I.A MUKRTE^ DEI. CISNE
Como creaciôn de la Vida, imponiéndose una
ley para asegurar la vida, las reglas y îas eva-
luaciones morales, dictadas siempre por razo-
nes de utilidad, son impuras, deleznables, pere-
cederas. Todas van, igualadas por el rasero de
la inexorable Parca, a la fosa comùn, 6 cuando
menos, todas cambian con los tiempos, las lati-
tudes y los diferentes modulos de la cultura. A
un pueblo agrîcola le conviene, y se créa, una
religion y una moral de pastores ; un pueblo gue-
rrero una religion y una moral de soldados. El
bien en si, pâjaro azul de la inteligencia, no ha
podido ser descubierto por las inquiétudes divi-
nas del hombre en las excavaciones del pasado.
lyO que aparece entre polvo y frias cenizas spn
los codigos de los grupos dominantes, ô sean las
cristalizaciones utiles, y, por lo tanto, relativa-
mente durables de la conducta, producidas
siempre por los pasajeros equilibrios de una
lucha sin fin. De donde se infiere que no existe
una moral ùnica, sino mil morales, igualmente
verdaderas en un momento determinado é igual-
mente falsas después de él; y lo mismo podria
aseverarse de la justicia y del derecho teôricos
que, en fin de cuenta, a pesar de las transfi-
guraciones que les hacen sufrir los taumatur-
I.A MUBRTE DEI. CISNB I9
gos de las verdades etemas, no pasan de ser
entidades sin contenido alguno, formulas vacîas,
cosas grotescas, y aun cosas de una grande inmo-
ralidad, si no llevan en las estériles entrafias
les gérmenes del acto, los embriones del hecho,
6 lo que es idéntico : la potencia de convertirse
en realidades.
El derecho al placer, al triunfo, â la vida de
los tristes, los débiles, los enf ermos , de los con-
denados por la naturaleza a la melaiicolîa, la
derrota y la muerte, no es sino un sarcâstico
desmentido de la grande justicia de la Fatali-
dad reinante en el universo todo, a la pequena
justicia que imper a solamente en el corazon de
los hombres, como una deidad sin virtudes mila-
grosas fuera de su templo. Suenen tan dolori-
dos y desjuiciados los clamores contra la injus-
ticia de la pastereulosis, que diezma las maja-
das, ô contra la temprana muerte de un ser
amado, indispensable â la dicha de numerosas
criaturas, 6 contra la desgracia de un pueblo al
que, adverso destino, por razones inescrutables
para nosotros, pero infalibles, azuza las Furias
y los maies, como los anatemas de los vencidos
contra el inicuo triunfo de los vencedores, ô
las iras de los justos sin virtud, contra el pecado
20 I,A MUKRTH DBI. CISNB
virtuose. lya Victoria del fuerte sobre el débil,
6 del rico sobre el misérable, ô del inglés sobre
el boer, se nos antoja injusta é irritante porque
la aislamos de la série fenomenal a que perte-
nece y que la détermina, y no consideramos con
bastante calma que « un phénomène actuel ce
sont plusieurs passés qui luttent ». Por donde, no
séria ilôgico admitir que generalmente lo que
se Uama injusticia es el resultado de muchas
virtudes anteriores, y lo que inspira nuestra
ilusa piedad, el fatal término de una série infi-
nita de incapacidades, impotencias y pretéritos
pecados.
Ser : he ahi la virtud suprema. Lo que es, aun
bajo las réprobas apariencias de la iniquidad,
no puede menos de ser transcendentalmente
justo, porque, por el hecho de existir, demues-
tra su acuerdo întimo y perfecto con las leyes
universales. Sin duda, estas consideraciones,
ù otras de parecido corte y talle, han inducido
a muclios filôsofos de azules pergaminos idea-
listas, y particularmente a los historiadores
alemanes, a identificar la realidad y la verdad,
el éxito y la justicia, la fuerza y el derecho. I^as
aspiraciones mas senoriles y levantadas, tor-
nanse en cambio, desde tal punto de mira, en
I,A MUERTE DEI. CISNE 21
vanos ajetreos si no poseen el diviiio poder de
agrupar en turno suyo las condiciones esencia-
les de la existencia, salir del Caos y del lyimbo y
operar el milagro de transformarse en realida-
des, acaso humanamente impias, pero eterna-
mente légitimas y vencedoras.
p
A. ERO el turbador misterio del ser, las rcali-
dades materiales 6 morales, ison otra cosa, en
substancia, que las manifestacîones primige-
nias de la fuerza palpitante en las entranas de
todos los fenômenos?
Muy sesudos pensadores hay que niegan la
existencia del elemento terrible y lo reducen a
un concepto lôgico. Para ellos, lo que Uaman
ahitos de cientifica suficiencia el dogma de la
fuerza, es un resto de antropocentrismo, ten-
dente a desaparecer como el principio vital, el
aima vegetativa, las virtudes especificas y otras
entidades milagreras de la filosofla escolâstica.
Segùn el autor de « I^os origenes de la Francia
contemporânea », en el mundo fîsico, como en
el mundo moral, « la fuerza es la particulari-
I.A MUERTK DEI. aSNE '23
dad que posée un hecho de ser seguido de otro
heclio. Todo lo que subsiste son los sucesos, sus
condiciones y dependencias : los imos morales ô
concebidos bajo el tipo de la sensaciôn, los otros
fîsicos 6 concebidos bajo el tipo del movi-
miento ». I^as causas desaparecen en esta suce-
siôn colosal é interminable de los fenomenos, y
la fuerza acaba por ser concebida, no como
causa del movimiento, sino como movimiento
sintetizado.
Sea lo que fuere, lo cierto es que, a pesar de
nuestras repugnancias metafisicas, sobre todo
por lo que toca a la vida y mas aun al aima, las
novisimas verdades que salen de los labora-
torios y santuarios donde ofician los sacerdotes
del saber, nos llevan como de la mano a con-
siderar los fenomenos, cualquiera que sea la
îndole de éstos, como hechos de fuerza, si no
parece muy profana la expresiôn, entendiéndose
buenamente por fuerza el nombre comùn y sin-
tético de las energîas naturales.
Ya veremos en el decurso de estas divaga-
ciones heterodoxas, como, sin salir de la isla de
lo conocido, la cual no es tan diminuta como
I^ittré pensaba, aunque el océano de misterio
que la rodea sea muy grande é impénétrable;
24 I^A MUERTE DEI, CISNE
cômo, repito, puede decirse que la fuerza, vitu-
perada y maldecida por los poetas, sin sospe-
char que era el aima de su estro y de sus rimas,
es por igual el aima del mundo y la causa pri-
mera de todas las cosas,
N,
o hay por que adolorirse ni indignarse.
Tal presunciôn es menos temeraria y absurda
que las hipôtesis que, sin escândalo, lie van en
el disforme vientre las vie j as cosmogonias.
Mueve â risa el hecho solo de suponer, al punto
en que han llegado las certidumbres é intuicio-
nes humanas, que las ciencias podrian aplicar
sus instrumentos infalibles y razones expéri-
mentales â descubrir la voluntad divina en el
orden del universo. Aimque nos pesé y hier a
nuestros sentimientos mas caros, los fenome-
nos fisicos constatan invariablemente la pre-
sencia de la fuerza y la ausencia de la divini-
dad. Y asi como es imposible concebir siquiera
el universo sin la energia, que con los nombres
de cohésion, atracciôn, gravitaciôn y otros mil
2
26 I.A MUKRTE DKI. CISNE
mantiene los cuerpos como taies y rige las rau-
das carreras de los astros en el espacio infînito,
tampoco es dado imaginar, a menos de acudir
a las triquinuelas de la concepcion dualista, que
los filôsofos no invocan ya, los fenômenos de la
conciencia sin el juego de los instintos, pasio-
nes y sentimientos de estirpe fîsiolôgica; sin
las energîas fisico-psîquicas y fisico-quîmicas,
en fin, que se atraen ô rechazan, funden 6 com-
baten, pero que siempre tienden a ser, a reali-
zarse, y cuyas reacciones iniinitas y comple-
jisimas, dan pie y margen à la intrincada urdim-
bre del universo : milagroso equilibrio de fuerzas
y luego de substancias y después de organis-
mos y al lin de voluntades que pugnan por des-
truirse. Un acto, un pensamiento, del mismo
modo que un a vida 6 un mundo, parécenme en
su realidad primordial y esencia intima, for-
mas de la materia, y por lo tanto, momcntos
sutiles de la fuerza, no mas sutiles, sin embargo,
que la luz, la electricidad ô las operaciones qui-
micas, superiores a la de nuestros mas poderosos
laboratorios y mas clarovidentes que los mas
fabulosos prodigios de nuestra razôn, que rea-
liza una microscôpica gota de protoplasma...
Un hecho se ofrece a los ojos, fùtil y vacuo al
I.A MUBRTK DEI, CISNE 27
parecer, pero sugestivo y transcendente en rea-
lidad : es el carâcter guerrero de los fenômenos.
Ksta combatividad originaria 3^ comùn que
les presta a todos ellos asi como un acentuado
aire de familia, perceptible hasta para los obser-
vadores miopes, induce a I^e Dantec a substi-
tuir la nociôn de vida universal por la nociôn
mas exacta de luclia universal. « Ser es luchar;
vivir es vencer. » Y tal sentencia, que el solo
espectâculo del mundo debiô sugerir al hom-
bre de las cavernas hace incalculables siglos,
résulta, a pesar de las doctas lucubraciones
sobre la fraternidad de San Agustin y los dis-
cursos sentimentales de los pacifistas, tan veri-
dica en lo que atane a la materia como por lo
que toca al espîritu. El carâcter belicoso y la
condiciôn cruel son los lazos de parentesco que
unen estrecliamente los fenômenos fisicos, vita-
les y morales. I^os instintos, sentimientos é
ideas luchan también por el espacio y la domina-
ciôn. Y sus luchas y tiranîas no son menos cruen-
tas que las rudas batallas de los elementos
sexuales por el patrimonio hereditario, 6 los
combates heroicos de lahumilde amiba con el me-
dio ambiente, 6 las féroces rifias de los hombres
en la conquista del pan, de la gloria 6 de la mujer.
E
fi. aspecto de un cerebro 6 un aima después
de sufrir las invasiones de los barbares de ideas
y sentimientos no familiares, debe de parecerse
a un fragoroso campo de batalla cubierto de
cadâveres, ruinas, fugitives escuadrones y sol-
dados ebrios de sangre y de Victoria, j Hécatom-
bes, incendios, gritos de dolor, dianas triunfales !
Jamâs he percibido bien la radical diferencia que
a lo que parece existe, entre las luchas de los
ejércitos y las luchas de las ideas, ni creo que
estas sean de otro linaje ni menos mortiferas.
Las tiranias de la pluma parécenme tan despô-
ticas como las tiranias del sable y acaso mas, si
se considéra que las opresiones mentales, aparté
su ingénito encono, violan sin piedad lo real-
mente sagrado del individuo : los altares de la
conciencia y del aima. Por eso, sin duda, humo-
I,A. MUERTE DEI. CISNE 29
rîstica, pero profundamente, decia el dulce y
maleante Renan : « mas vale el soldado que el
sacerdote, porque al menos el soldado no tiene
ninguna pretensiôn metafisica ». Asî delataba
con sutil socarronerîa, el carâcter despotico y
fanâtico de les imperios espirituales.
Extrano é ingenuo prejuicio, en verdad, el
que nos ha inducido en todo tiempo a some-
ternos humildemente a las coerciones hipôcritas
de la Idea, creyéndola de otra prosapia mas
conspicua que las resueltas coerciones del Fac-
tum. Cuântos furibundos anatemas y saetas
envenenadas dispara diariamente el idealismo a
lo Cousin contra las iniquidades de la fuerza
bruta, y cuântas frases crespas y huecas no depo-
sita, como ofrendas de miel y de flores, a las
plantas de la severa Palas... vestida de punta en
blanco y presta para el combate, porque es com-
batiendo, porque es por medio de la destrucciôn
y la conquista, que la diosa de los ojos frîos y
claros extiende sus dominios en las tierras del
aima... La Razôn es esencialmente guerrera y
dominadora. Las ideas no son virgenes tîmidas
de albas manos y blando corazôn, mas intré-
pidas amazonas que en los riscosos campos de
la conciencia, toman f eudales castillos ; entran à
2.
30 IvA MUBRTK DEIv CISNB
saco villas y cîudades; inœndian, matan, des-
truyen los templos y las mieses, y hacen prisio-
neros y esclavos. Una modesta, una humildi-
sima sensaciôn se introduce a hurto en el recep-.
taculo misterioso de la célula nerviosa; sigilo-
samente se atrinchera alli; congrega, muy lue-
go, en torno suyo otras sensaciones hermanas y
al mismo tiempo combate y destniye poco a
poco, pero tenazmente, las sensaciones antagô-
nicas : asi dilata sus zonas de influcncia à los
centres nerviosos ; conquista después de muclias
maniobras prolijas, las fuertes posiciones de los
lôbulos cérébrales ; invade los dominios del aima,
haciendo riza y estrago de todo lo que se opone
a su marcha triunfante, y sale, por fin, en son de
guerra, audaz y avasalladora al mundo exterior
paratransformarse, ejerciendo las mismas violen-
cias, en heclios reaies é imperar sobre otros hechos.
Y al modo de la idea, instintos, pasiones y
sentimientos nacen 6 mueren, crecen 6 men-
guan, dominan 6 caen en esclavitud gracias a las
mil formas de selecciôn que reviste el juego uni-
versal de la fuerza. Aun las cosas mas delicadas
y de cândida apariencia estân sometidas à las
duras leyes de aquel juego y a su vez las practi-
can cruelmente. ^Qué son las intenciones en el
I,A MUERTE DHI. CISNH 3I
arte sin la virtud, el don y la gracia; sin el
divino poder de animar con un eurîtmico soplo la
materia inerte y las formas inarticuladas? (îQué
la grandeza moral sin las severas disciplinas que
torturan y dislocan las inclinaciones naturaîes
a fin de hacerlas encajar en los ortodoxos moldes
de la régla? ([Que la inteligencia, sin las tiranias
y absolutismos del orden, del método ; sin la f a-
cultad despôtica de clasificar los fenômenos,
establecer similitudes y descubrir las sécrétas é
inefables correspondencias que introducen una
musical jerar quia en el reino de lo caôtico, infor-
me y confuso?
El estro poético y la nobleza del caràcter, el
prestigio del héroe y la virtud de la idea no
tienen, mal que pesé a nuestras magnificas ilu-
siones, otra genealogîa que la de los hechos ce-
sâreos. Ideas y sentimientos parecen no ser,
aunque nos asombre y acongoje, cosas especifi-
camente distintas de la energia creadora, sino
modalidades supremas de ella; cristalizaciones
perfectas del espiritu, semejantes à las cristaliza-
ciones regulares del reino inorgânico, a las que
tiende la fuerza madré impulsada, sin duda, por
extrana y fatal inclinaciôn. La armonia miste-
riosa de un organismo, de un aima 6 de un mun-
32 I.A MUERTE DEI. CISNE
do tuvieron, mientras el conocimiento real de
las causas permaneciô silencioso, el excelso y
comùn origen en la inteligencia divina; pero esta
fué el simbolo de la ignorancia y del azora-
miento humanos que bordô la encantada imagi-
naciôn de las religiones sobre el tenue canamazo
de un universo quimérico. Formidables intuicio-
nes invitan hoy a pensar que no existe otra In-
teligencia que la inteligencia de la materia, ni
otra Razôn que la razôn fisica, ni mas Harmonia
que los pasajeros equilibrios de una eterna lucha.
Sea en el mundo fisico 6 en el mundo moral, en
el corazôn ô en el cerebro, el principio que todo
lo vivifica, es la voluntad de poder y dominacion
que diria Nietzsche, 6 mas propiamente aùn, el
ejercicio de la fuerza. I^as guerras religiosas y las
rivalidades enconadas de las sectas y escuelas en-
tre si; las herejîas y los cismas combatidos por el
f uego y por el hierro ; las persecuciones féroces de
los idealistas; las revoluciones rojas de los teô-
ricos, y la propension irrefrenable de las Iglesias
y las filosofias â convertir el influjo moral en
Poder, muestran hasta que punto los principios
activos de la fuerza, aunque disfrazados por
idéales mascaras, ordenan las maniobras de las
huestes espirituales para la conquista y sumisiôn
LA MUERTE DEI. CISNE 33
del miindo. Los aparatos y mâquinas de guerra
cambian en las diversas contiendas por la domi-
naciôn, pero el resorte es el mismo bajo la enga-
îiosa disparidad de las formas. Los ejércitos em-
plean armas y estratagemas ; la diplomacia razo-
nes y argucias ; seducciones y dulces violencias el
amor ; imperativos categôricos las morales, y las
religiones milagros para convencer, recompensas
para seducir y terrores para dominar. Nada
escapa a la tremenda ley que ordena imperio-
samente a todas las cosas renir y asesinar. Cuan-
to existe en el cielo y la tierra es una conquista :
el fruto del crimen y del robo ; cuanto nace 6 se
forma en el tiempo y el espacio : la opresiôn de la
fuerza triunfante sobre la fuerza vencida. Los
peces grandes devoran a los pequenos, las micros-
côpicas bacterias al hombre, los pensamientos
robustos a los débiles, los dioses a los dioses. Nos
alimentamos de la carne viva de los otros. Mas
sirva de triaca a tanto dolor y de consuelo â tris-
teza tanta, que de esta lucha eterna y sin cuartel
de los elementos, los organismos y las voluntades
nacen los astros, los seres y las aimas...
La fuerza solo es real, y su ejercicio la causa
primera de lo existente y la condiciôn necesaria
de la vida.
E
iSTA verdad, monstruo que con unas de dia-
mante desgarra la piel femenina de la céleste
ilusiôn, tiene solo de nueva el haber sido anun-
ciada formalmente y lanzada con grande es-
truendo a los cuatro puntos cardinales por las
liricas trompetas de Nietzsche, y, sobre todo, el
que este hiciera de la antiguaya de Herâclito,
la enjundia de su doctrina filosôfica y la subs-
tancia critica disolvente de las morales que liban
aùn el nectar de la sabiduria en los labios divi-
nos de los grandes iniciados, desde Rama hasta
Jésus.
Las ideas-bacantes de Nietzsche, cual si fue-
ran seguidas del bullicioso cortejo de Pan, intro-
ducen el desorden, el ruido y la alegria en la cere-
moniosa corte del pensamiento ortodoxo. I^os
I,A MUERTE DEI. CISNE 35
instintos prepotentes, las pasiones fogosas y
desmandadas, los egoîsinos vencedores, y el or-
gullo satânico :
« Qui nous rend triomphants et semblables aux Dieux ».
apetito3, concupiscencias, impetus rebeldes salen
en tropel de las lôbregas mazmorras en que los
aprisionaron Apolo y Cristo, y, revelândose con-
tra sus irréconciliables adversarios, pretenden
arrebatarles el cetro del mundo. Â la religion del
Aima, sustentada con grande penuria â los
flacos pechos de la metafisica, y enemiga de la
:^aturaleza y la realidad, sucede la religion de la
Vida, que se nutre en las morenas y ôpimas ma-
nias de la tierra, no reconociendo otras reglas
ni leyes que las que ella misma se dicta para
asegurar su reinado. La filosofia de la historia y
la historia de la filosofia, proclaman de consuno
la legitimidad de aquella desconcertante suce-
siôn, y hasta la ciencia parsimoniosa, despo-
jando con im gesto impasible y cruel à Psiquis
de la inmortalidad para conferirsela â la ma-
teria, fortifica el novisimo culto y establece su
noble celsitud. Lo inmortal no es el aima, sino el
plasma germinativo, depôsito minùsculo y mis-
ù
6 IvA MXJERTE DEIv CISNE
terioso de la conciencia del mundo y del jugo
potencial de todas las gêner aciones, que estas se
transmiten, por medio del acto genésico, como
una herencia sagrada y eterna...
Ya la poética imaginaciôn de los griegos sim-
bolizaba en la Carrera de la Antorcha, ese juego
divino de la Vida; y las fiestas de Osiris en Egip-
to, las Dionisiacas en Grecia, las Priapeas en
Roma, las de Demeter en Sicilia, unidas â los
juegos atlélicos y â los cultos cândidos ô torpes
de la fuerza generatriz en muy incipientes 6 col-
madas civilizaciones, dan indicios inequivocos
del instinto seguro, aunque mal interpretado
â veces, de los derechos de la naturaleza y de
la vida que siempre indujo al hombre â la ado-
raciôn de la animalidad humana en su impuro,
pero fecundo esplendor.
Dios muere y los dioses resucitan. Otra vez
reanùdase, con mas ahinco y encono, el duelo â
muerte del espiritu y la materia, del aima y del
cuerpo, de la razôn y del instinto. Solo que esta
vez el instinto, el condenado instinto de las
religiones, aparece en la palestra nietzsquiana
armado de las fuerzas naturales y luciendo el
mâgico penacho del poder de crear las ilusiones
propicias â la existencia que la Razôn tiende
LA MUERTE DEL CISNE 37
torpemente a destruir con sus construcciones
artificiosas, ironias y escepticismos. Y la elec-
ciôn de la Vida entre aquello que la propaga y
robustece, y aquello que la amengua y desvir-
tùa, no puede ser du dosa. Lo bueno, lo justo, lo
verdadero es lo favorable a ella; lo malo, lo
injusto, lo falso lo que a ella se opone. El mundo
moral, el mundo de la idea : la verdad imagina-
ria opuesta a lo que es, se desvanece y surge el
mundo de las realidades indestructibles y las ver-
dades utiles parido con dolor por una nueva y
prôvida Fatalidad. Y aquî se produce la trans-
mutacion de valores que indujo al gran revolu-
cionario de la filosofia a oponer con magnifica
pompa verbal y mefistofélico empaque, lo que
nadie oso : à la pequena inteligencia del cerebro,
la grande inteligencia del instinto; a las falsas
jerarquias del derecho, caprichoso y sentimen-
tal, las légitimas jerarquias que, en todos orde-
nes de cosas, establece la fuerza ; à la piedad del
individuo, virtud egoista de los débiles, la pie-
dad de la especie, don de las aimas heroicas; al
amer del hombre, venero de una humanidad
doliente y apocada, el culto del superhomhre,
germen de la vida desbordante de belleza y
^enerosos impetus ; a la destructora moralina de
38 LA. MUERTE DElv CISNE
los esclaves, la moral creadora de los aristos; a
la religion de la paz y la humildad, la religion del
esfuerzo y de la lucha trâgica contra el Destino ;
a los mandamientos serâficos de Jésus, que nos
desarraigan de la tierra y convierten en sombras
vagorosas y fantasmas del miedo, los manda-
mientos de las leyes inexorables que rigen al
uni verso todo, los eu aies vuelven al ensoberbe-
cido primate al seno de la Naturaleza y lo nutren
de sus truculentos jugos.
En la intrincada selva de Zaratustra, donde
se oye la flauta de Pan y retumban las carreras
de los centauros, las virtudes ascéticas huyen
despavoridas, como virgenes medrosas, ante las
desatadas pasiones y libres fuerzas naturales,
faunesas fecundas, que coronan de frescos pâm-
panos la bicorne testa de Dionisos 3^ restablecen
en culto del riente dios. I^a esencia de la filosofia
de Nietzsche, de quien panegiristas 6 detractores
tienen, por lo gênerai, un conocimiento harto
sumario y epidérmico, esta concretada y conte-
nida en las siguientes afirmaciones : la voluntad
de dominaciôn es el nervio del mundo : todo
tiende a ocupar mas espacio; la Vida, la ùnica
cosa sagrada, se dicta sus leyes y fines, que no
tienen otro objeto que el de asegurar la triun-
I.A MUBRTE D^I, CISNE 39
fante expansion de la vida, lo cual entrana la
adoracion de la fuerza como origen y medida de
todas las cosas, y el anior de la existencia, no
como espectâculo transcendente y finalista, sino
como espectâculo estético. Y este estetismo
heroico, sin enjundia en apariencia, es lo que
impide à Nietzsche de caer, como su maestro
Shopenhauer, en el abismo del nirvana. Ambos
afirman que el mundo no tiene finalidad alguna
y que lôgicamente no cabe explicarlo; concuer-
dan también al figurarse que la esencia de la
vida es el ejercicio de la fuerza, à la cual, por
ddrle un nombre mas concreto y à la vez menos
objetivo, que no suponga el conocimiento impo-
sihle del fenômeno, llama el maestro voluntad de
vivir y el discîpulo voluntad de dominaciôn;
pero aqui se separan, divergen y mientras Sho-
penhauer, impelido por los resabios de su întimo
comercio con Buda, quiere abolir toda individua-
cion, todo egoîsmo, todo deseo para llegar à la
inefable euthanasia y escapar al dolor, Nietzsche
llama a si los dolores, pasiones, instintos y exas-
peradas apetencias del aima, a fin de embrave-
cer en la criatura la voluntad de dominaciôn,
hacer mas terrible la lucha del deseo insaciable y
aumentar de ese modo el precio, la hermosura
40
I,A MUERTE DEI. CISNE
y la sombria majestad de la existencia. Bl culto
trâgico de la vida y el estetismo heroico florecen
entonces ufanamente, como rosales de rosas
escarlatas y jocundas, cultivadas por el altivo
Don Juan en el acerbo jardin de las Furias.
M.
.AS la voluntad de vivir y la voluntad de
dominacion, que a veces las sutilezas del racio-
cinio transformai! en la boca de los filôsofos en
entidades metafîsicas son, al parecer, dos inter-
pretaciones, digamoslo asi, de la fuerza a secas,
de la energia 6 principio gêner ador del universo,
y segùn todas las apariencias y probabilidades,
también de las aimas, como son igualmente inter-
pretaciones de ese principio dinâmico, si se
hunde el escalpelo en el rinon de las cosas, el
agua de Taies de Mileto, el vénérable precursor
de Quintôn, y el fuego viviente de Herâclito ; lo
indefinido de Anaximandro y la unidad ahso-
luta de los alejandrinos; la idea de Platon y la
actividad pur a de Aristoteles; la suhstancia
ûnica de Spinoza, y, por decirlo todo, la causa
42 LA MUERTE DEI. CISNB
primera de las filosofias y lo divino de las reli-
giones.
Kl vergonzante cuanto contumaz intento de
reducir las causas génératrices de lo creado à un
solo principio y establecer la unidad de natura-
leza fisica de todos los fenômenos, se columbra
aqui 3^ alla, como un errante fuego fâtuo, entre
las tinieblas de la filosofîa de Jonia y Abdera; en
la del Pôrtico, y, en gênerai, en todo el pan-
teismo ; tiene sus chispazos y vislumbres en ple-
na Kdad média; se formula mas ô menos cate-
gôricamente en las estramboticas explicaciones
del iatro-mecanicismo y del iatro-quimismo, y se
dépura y acicala en la moderna escuela materia-
lista, hasta aparecer, por fin, como una afirma-
ciôn razonada y formai, en la concepciôn uni-
cista 6 monista del universo y la doctrina fîsico-
quimica de la vida, a las que han prestado ùlti-
mamente eiicacîsimo concurso, el formidable
trabajo de los laboratorios y, sobre todo, consi-
derândolos de cierta manera, los desconcertantes
descubrimientos de I^e Bon y Burke.
I^as concluyentes experiencias del primero,
muestran, entre otros portentos, que los indivi-
sibles é inmortales âtomos de Demôcrito y Epi-
euro son, en realidad, diminutos y colosales depô-
^ hA MUERTE DEly CISNB 43
sitos de la energia dispersa en el universo, la
cual en efluvios magnéticos, emanaciones de
distinta îndole y explosiones perennes y varias
de la misma naturaleza que la luz, la electricidad
ô el calor, abandona las prisiones del âtomo y
retorna al éter de donde salio, formando por tal
arte, el maravilloso puente aéreo que una la
materia pondérable à la materia intangible... De
este inopinado modo aparece la radio actividad,
que en mayor ô en menor grado poseen todos los
cuerpos, y que es el fenômeno especifico de su di-
sociaciôn 6 muerte, como el ùltimo suspiro de la
materia antes de volver a la nada... Pero, en
verdad,<îes la vuelta a la nada? ^la muerte dulce
y silenciosa de la materia indestructible? ^la
substituciôn del dogma clàsico « nada se créa,
nada se pierde, » base de la quimica y la mecâ-
nica, por la formula heterodoxa « nada se créa,
todo se pierde »? Si, desde luego, si el éter de
donde saliô la materia y adonde vuelve al fin,
siguiera siendo para nosotros la nada, por esca-
par a nuestros medios de apreciaciôn ; pero no es
probable que siga siendo asi. I^as grandes fue^-
zas del universo son sus manifestaciones. I^a
mayor parte de los fenômenos fisicos no son posi-
bles sin su existencia. I^e Bon acierta a imagi-
%
44 I^A MUERTE DEI, CISNE
narlo, al igual de la materia, como un milagroso
equilibrio de la energia, solo que môvil é intan-
gible, « fuente primera de las cosas y ùltimo
término de ellas )>. I^ord Kelvin supone que el
éter es un sôlido dotado de extraordinaria elas-
ticidad y que llena todos los âmbitos del espacio.
Para algunos fisicos, y no de los menos célèbres
y autorizados, la molécula material es solo éter.
De todas maneras y como quiera que se mire, el
éter es algo, y lo que résulta del cômputo y coor-
dinaciôn de tantas abstrusas hipôtesis é indiscu-
tibles certezas, es que la materia parece a todas
luces una forma de la energia universal conte-
nida en el éter; que materia y fuerza son la
misma cosa, y que entre el mundo tangible y el
mundo inmaterial no existe ningùn abismo. lyos
efiuvios sutiles de la radioactividad, ni comple-
tamente materiales ni completamente etéreos,
participan de las dos naturalezas y unen los dos
mundos.
Por su parte, los discutidos y zarandeados
experimentos del sabio profesor de Cambridge,
sobre la generaciôn espontânea, hacen, cuando
menos, vislumbrar el misterioso trânsito de la
materia inerte a la materia organizada. l^osradio-
bos, los artificiales animâlculos producidos por la
I,A MUERTE DEI. CISNE 45
acciôn del radium sobre la gelatina esterilizada,
ofrecen singularisimo parentesco con la materia
viviente, y aunque el rigorismo cientîfico de los
institutos les rehuse el carâcter de bacterias,
puede admitirse, sin cândida credulidad, que
aquellos semi-organismos, engendrados por un
embrujo del hombre, constituyen, mejor que el
cristal, el eslabôn precioso que une lo inani-
mado a lo animado.
Aùn la vida, como el Homùnculos de Wagner,
no ha surgido inquiéta de la panza fecunda de
las retortas; pero las distancias, tenidas por in-
salvables, entre los mundos orgânico é inorgànico
que mil analogîas y correspondencias intrinsecas
aproximan y confunden, se reducen a cada nue-
vo descubrimiento y no tardarân en desapa-
recer en absoluto, como van en camino de ha-
cerlo, a la par de los dioses, dogmas y augustas
entidades de la teologîa y la metafisica, las vie-
jas mur allas de la China y los mîsticos fosos que
separaban celosamente los dominios linderos
del cuerpo y del aima.
3.
A,
.SEGURABA el honestisimo Taine que « las
mismas leyes rigen al hombre y a la piedra del
camino ». Esta afirmaciôn inaudita y escanda-
losa en su época, va convirtiéndose, limada de
ângulos y puntas por el uso, en certidumbre
cuasi burguesa 6 trivialisima verdad, sobre todo
desde que la sintesis de los conocimientos ac-
tuales afirma, implicita y aun formalmente, el
comùn origen del mundo fîsico, del mundo orgâ-
nico y del mundo moral. En efecto, à pesar de
las travesuras del neo-vitalismo y las argucias de
la metafisica, en lo palpable, en la juridicciôn de
los hechos susceptibles de un principio, al menos,
de demostraciôn, el avance de las ciencias con-
curre por vias distintas y multiples a destruir las
viejas dualidades de la materia y la energia, de
I,A MUBRTE DEIy aSNE 47
lo inerte y lo animado, de la bestia y del hom-
bre, del cuerpo y del aima, dividida asimismo,
segùn Pitâgoras y Aristôteles, en la Nous 6 aima
pensante é inmortal, y la Psiquis 6 aima vege-
tativa y perecedera. I^as manifestaciones vita-
les son consideradas por una novisima doctrina
que goza de gran predicamento, como metamor-
fosis energéticas de idéntico modo que las demâs
manifestaciones de la luz 6 el calor; otra, no
menos en boga, arguye que la vida parece dis-
tinta de la fuerza y el pensamiento distinto de la
vida, porque el anâlisis no ha llegado a su sazôn
aùn, y, en gênerai, los sabios proclaman, sin
ambages ni miedo à los inquisitoriales potros,
que las piedras viven y mueren, que los metales
se fatigan, que la materia, aun la mas pesada
y consistente, es una cosa animada, velocidad
pur a, una forma estable de la fuerza; la vida,
un complexus de operaciones fisico-quimicas de
la misma naturaleza que las que dan origen al
individuo cristalino, el cual nace, asimila y se
reproduce de un modo casi idéntico a como lo
hace la substancia viviente ; la inteligencia, una
mâquina explosiva de mas râpidos efectos,pero
no de distinta fâbrica, que la inteligencia bruta
directora de la maravillosa adaptaciôn de los
48 T.A MXJERTK DEIy CISNE
ôrganos sexuales de las plantas para ser fecun-
dados por los insectos, 6 preparado en el andar
de los siglos, los faros luminosos de los halo-
sauropsis, a fin de que éstos puedan servirse
de sus ôrganos visuales en los abismos tenebro-
sos del mar, adonde no llegan las ondas clé-
mentes de la luz... Todo vive de la misma vida
y una es el anima de toda cosa. Y lo que mas
espanta y maravilla es que esa anima guerrera,
esa actividad creadora y a una mortîfera que los
fisicos descubren en las entranas del âtomo, los
fisiôlogos en la célula viva y los psicôlogos en
los origenes del pensamiento, los moralistas, con
zozobra y pasmo, empiezan a columbrarla en el
fondo del acto moral y en el corazôn de las socie-
dades.
Parando mientes en taies hechos, y atm con-
tra las protestas y ascos de nuestra indignada
voluntad, difîcil es no caer en la pecaminosa ten-
taciôn de atribuir los fenômenos fisicos ô mora-
les a la causa generadora — fuerza, energia ô
movimiento — que ya buscaron en sus hornos
tenebrosos los alquimistas medioevales. I^lamé-
mosle fuerza, porque es el término empleado
corrientemente en la explicaciôn de todos los
fenômenos. KHa une estrechamente los seres y
I,A MUERTE DEI. CISNB 49
las cosas como el hilo de seda las diferentes per-
las del collar; ella dirige en la orquestaciôn del
uni verso, las inverosimiles arquitecturas molecu-
lares y las construcciones pasmosas del espiritu;
ella, finalmente, se impone cada vez con mas
tiranîa al entendimiento como el principio
ûnico del que serîan portentosos atributos por
orden cronolôgico, la materia, la vida, la inteli-
gencia, el aima...
XLsTE monismo arclii-materialista, no barrun-
tado por Herâclito en la remota antigiiedad, ni
tampoco por Spinoza, ni Goethe, ni el mismi-
simo Haekel en los tiempos modernos, traeria
aparejadas catâstrofes inmensas en el orden
moral, y, por anadidura, sorpresas apocalipticas
para nuestro orgullo infanzôn de vâstagos del
Espiritu, asi que los pacientes y sapientisimos
varones que exploran la razon de las cosas, em-
pezasen â descubrir los gérmenes terribles de la
fuerza en el aima blanca de lo Bello, lo Bueno y
lo Verdadero... Acaso va â desarrollarse ante
nuestros ojos estupefactos el grande drama del
mundo que, en los abismos de la conciencia
sublimai, viene preparândose sigilosamente des-
de luengos siglos. Es posible. El aire huele â tor-
I,A MUBRTE DEt CISNK 5I
ment a. Sea lo que fuere, lo cierto y lo que esta al
alcance de cualquier quisque, à poco de haber
rumiado en las aulas algunos desperdicios de
ciencia filosôfica, es que desde el naturalisme
jonio acâ; desde que las cosmogonîas y las éticas
pierden su carâcter divino y se convierten en
explicaciones naturales del universo y la con-
ducta, los fermentes actives de la fuerza entran
mas 6 menos secretamente en la composicion de
las ideas. El amor propio de I^a Rochefoucauld,
que es, en ùltimo término, una forma obscura
y ambagiosa del limpio y franco deseo de poder de
Hobbes; el derecho natural de Spinoza; el ins-
tinto de soherania de Mandeville, primo carnal
del instinto invasor de Blanqui y de la fuerza
fundamental del ser humano de Stirner; el inte-
rés de Helvecio, Bentham y del utilitarisme ; el
principio selectivo de I^amark, Darwin y la es-
cuela evolucionista ; el mayor motivo de Spencer y
las mismas ideas-fuerzas de Fouillée, y, por ùlti-
mo, la expansion de la vida de Guyau y la volun-
tad de poder de Nieztsche, principios mas uni-
versales de la conducta, tentado estoy de decir
que no son otra cosa, en substancia, que el reco-
nocimiento teôrico mas ô menos implicite de la
energîa comhativa que, en la prâctica, ha dirigi-
52 I.A MUERTE DEI. CISNE
do los movimientos armônicos 6 desordenados
del aima humana.
Pero hay mas. De un modo preciso ya el estu-
pendo Herâclito nos advierte que la guerra es la
madré de todas las cosas; Hobbes y Spinoza
aseguran que el derecho natural es el derecho del
mas fuerte, y Pascal que la fuerza « es una enti-
dad que no se déjà manejar como uno quiere
porque es una calidad palpable, en cambio que
la justicia es solo una calidad espiritual de la que
se puede disponer caprichosamente », de lo que
deduce que « no pudiendo hacer fuerte lo justo,
se ha hecho justo lo fuerte »; Vaunenargues
afirma « que todo se ejecuta en el universo por
la violencia », formulando antes que Darwin,
como ya lo habia hecho lyucrecio en la antigiie-
dan, la ley de la lucha por la vida, « la mas
absoluta é inmutable de la Naturaleza «; Hel-
vecio, cortando por un inopinado atajo del hu-
manitarismo, a la manera de tantos apôstoles de
los idéales fraternos, como Prudhon que acierta
a ver en « la dignidad la cualidad altanera que
empuja al hombre à la dominaciôn de los otros
hombres y a la absorciôn del mundo » ô Anatole
France, quien con su sonrisa bondadosa nos
dice que «vivimos de la muerte de los otros».
LA MUERTK DEL CISNK 5
o
pronuncia esta diamantina sentencia : « lya
fuerza es un don de los dioses. Armândote de
esos brazos membrudos el cielo te ha declarado
su voluntad. Huye de estos lugares, cède a la
fuerza 6 combate », bellas y crueles palabras,
hijas del mismo numen inspirador que hace
ponderar a Kant los efectos saludables del anta-
gonismo, de la discordia y del deseo insaciahle de
posesiôn y de mando, y déjà caer de los verîdicos
labios de Carlyle las duras é inmaculadas perlas
de su idealismo altanero y senoril : « I^a fuerza
bien comprendida es la medida de todo mérito ;
toda realidad durable es justa porque demues-
tra su acuerdo con las leyes eternas de la Natu-
raleza; el derecho es el eterno simbolo de la
fuerza )). De modo que el derecho y la fuerza son
idénticos, la realidad es la verdad, « la cosa fuerte
es la cosa justa » ; lo cual in duce, como la Idea de
Hegel, de la que toda realidad es un momento, a
la glorificaciôn del hecho, a legitimar la misiôn
histôrica de los maestros alemanes y las aplica-
ciones prâcticas de Bismark ; a concluir con Strauss
que « la Necesidad es la Razon misma » ô con
Nietzsche que el derecho es un legado de la
Fuerza, y el Bien y la Verdad, formas antiguas
de ella.
54 I/A MUERTE DEI. CISNE
Con estas trazas é invenciones desaparecen
no solo del mundo moral, sino también del
mundo lôgico, todo principio divino 6 racional,
toda evaluaciôn humana que no sea una crista-
lizaciôn maravillosa de la Fuerza, la tabla de
valores idéales que por necesidad y utilidad un
grupo dominante de hombres supo imponer a
otros grupos y que después se erigen en dogmas,
en verdades religiosas, en reglas morales. De
donde se infiere rigurosamente que las reglas
morales, las verdades religiosas y los dogmas,
no son otra cosa, en el fondo, que transforma-
ciones y prolongaciones utilitarias de la Fuerza.
M,
.AS, pasando de las ideas al gobierno del
mundo y prâctica de la vida, los glorificadores de
la fuerza, el éxito y el valor — entre los que se
podria incluir sin menoscabo en medio de Ma-
quiavelo, Sthendahl y el famoso conde.de Gobi-
neau, al dulcîsimo Renan, — tienen precursores
tan remotos y vénérables como los sean Herâclito
y IvUcrecio en el terreno de la especulaciôn filo-
sôfica. Mejor que Hobbes, el viejo y curioso
Calicles, nos da un modelo acabado de doctrinas
ultra-aristocrâticas é individualismo razonante
y feroz, que muy bien pudieron inspirar el im-
perialismo seleccionista de Darwin y Spencer; el
imperialismo apolônico del profesor alemân; los
evangelios politicos del gran Federico y de Bona-
parte, y hasta el paradôjico « Crimen conside-
56 LA MUERTE DElv CISNE
rado como una de las bellas artes », de Tomâs
de Quincey, pues ya el représentante de la aris-
tocracia jônica en uno de los mas famosos Diâ-
logos de Platon, veîa en el crimen, antes de
Weiss, quien asegura « que es hermoso un her-
moso crimen », ese elemento de heroîsmo y
belleza reconocido siempre por las multitudes
en las fechorias y desmanes de los bandoleros
famosos. Y es que antes de los glorificadores
de la fuerza vencedora, el corazôn fué siempre
devoto de ella. En la admiraciôn sécréta, ver-
gonzante, pero profunda que, à pesar de nues-
tros arrechuchos humanitarios, nos inspira el
egoîsmo avasallador de Bonaparte, las cinicas
dobleces de Bismark 6 la ferocidad del bello
Borgia, a quien muchos delicados artistas 11a-
man con delectacion el divino, existe una acep-
taciôn tâcita de los derechos inhumanos del go-
rilla mas membrudo; una consagraciôn intima
de lo que es naturalmente legîtimo, y, ol mismo
tiempo, una incoercible simpatia que en vano
tratamos de disimular, hacia las reivindica-
ciones de la naturaleza, muy semejante a la que
nos mueve, mal nuestro grado, à perdonar las
faltas y hasta los dolos y crîmenes que como
un bandido romântico suele cometer Kros, con-
LA MUERTE DEIv CISNE 57
tra el orden consagrado por el artificio de las
leyes.
Esta simpatîa entusiasta y cariciosa, que
hunde sus profundas raices en lo inconsciente
del aima popular, se hace visible en las mitolo-
gîas, afabulaciones divinas de las fuerzas natu-
rales; fulgura como la lumbre del encendido
Carbon, en las sonantes estrofas de poetas épi-
cos y cancioneros, quienes glorifican, sin sos-
pecharlo, en el coraje y la belleza dos maravi-
llas 6 embrujos del mismo daemon que dispone
sabiamente las alas para el vuelo y los pies para
la carrera ; y transciende de un modo manifiesto
en las leyendas de las edades heroicas, donde,
sin subterfugios, imperan los hombres de mas
grande y duro corazôn : les bêtes de proie hiper-
boreens, los eugénicos, los hombres de presa, en
fin, nacidos para dominar, tenaces é indomitos
en los cuerpo a cuerpo con el Destino, pero a la
vez los mas obedientes y aptos para acatar, sin
interrogarlas, no las leyes eternas de Dios, como
dirîa Carlyle en su lengua inspirada, sino de la
Naturaleza, de la Vida, de la Fuerza, que es lo
divino en el universo confuso que al hombre
le es dado penetrar y comprender.
, Y he aqui, acaso, el secreto del amor instin-
58 I.A MUERTB DKI, CISNK
tivo é irrésistible del aima, por todo lo que
triunfa, domina y prevalece.
Es la dulce cautiva, enamorada siempre
detrâs de los barrotes de su prisiôn del terri-
ble y hermoso caballero que la hizo prisionera.
El prestigio de los héroes, grandes capitanes,
profetas dulces ô cefiudos y hasta de los dioses,
nace de que unos y otros, aunque de distintas
maneras y en diferentes grados, aparecen reves-
tidos a los ojos de las multitudes con los atri-
butos marciales de la Fuerza, que son los de la
Divinidad. Un Dios que no opéra milagros para
mostrar su poder, no goza de buena salud. Por
eso, sin duda, los artistas de la Grecia adivina
y reveladora, ponian el rayo en las manos de
Zeus y en las de su hija Palas, la diosa de la
razôn, una lanza y un escudo... I^os héroes y
los dioses son tanto mas grandes cuanto mas
osados y terribles. Diriase que el Aima, la cau-
tiva lânguida y suspirante, no reconoce ni se
déjà seducir por otros atributos ni prestigios que
los de la Fuerza, y de ahi que los invoquen y se
vistan con ellos, desde los emperadores de férrea
armadura hasta los caballeros andantes que osten-
tan en el escudo el cisne de I^ohengrin, todos los
que pretenden atraerla, seducirla ô dominarla.
c
^ONSiDERANDO el extrano é întimo paren-
tesco de lo divino y de la Fuerza, se ofrece al espî-
ritu una inquiétante conjetura que, âserverdad,
podrîa resolver por modos no pensados, gran-
des mister ios y terribles antinomias. Si el ùltimo
termine del anâlisis de la materia es la fuerza,
como parecen probarlo muchas hipôtesis, y,
sobre todo, las curiosîsimas investigaciones de
lye Bon ; si la vida y la muerte no son otra cosa
que las perpétuas transformaciones de ella; si
a sus misteriosas reacciones deben Ios mundos
la existencia y estabilidad en el espacio infinito ;
si ella es la razon ùnica de todas las cosas, de
donde todas salen y adonde todas vuelven,
puesto que todo sale del éter y todo retorna a
él, y, finalmente, si la condiciôn de la vida y
6o I.A MUERTE DEI. CISNE
del pensamiento es la lucha sin reposo, el ejer-
cicio de la fuerza obedeciendo a la suprema
armonîa de sus propias é infalibles leyes, la
Fatalidad de los vates, la Inteligencia de las
religiones y la Razôti de los filôsofos estuvieran
contenidas en el aima infinita de la Fuerza; el
mundo mismo fuera su emanacion, lo cual
explicaria que todas las cosas participasen de
la naturaleza combativa de aquélla, y en el
trono de la divinidad usurpadora se asentarîa
radiosa y triunfante la virgen senuda y de duro
corazôn. lya Fuerza séria Dios y Dios un hom-
bre y una hechura de la Fuerza...
L
10 terrible de esta sacrilega conjetura es que
tiene todos los visos de la turbadora verdad que
ya los griegos, maestros en toda clase de intui-
ciones, vislumbraron en la naturaleza y en el
aima humana. Sus dioses fueron la divinizaciôn
ingenua y encantada de las fuerzas naturales,
y también de la fuerza invisible de que ellos se
sentian depositarios. El Bios de las religiones
monoteistas, producto mas complejo de la
alquimia mental, pero no de distinta esencia
que las divinidades paganas, podria ser muy
bien la reducciôn de estas a un a sola, 6 de otro
modo, la diosificacion de la fuerza total, anun-
ciada por tantos pensadores, que dicta sus sabias
leyes al mundo de la materia, la vida y el enten-
dimiento. Fuera de que todas las divinidades
62 I.A MUBRTB DBly CISNB
se decoran y engalanan con los fascinantes atri-
butos del poder, cual si hicieran impensada-
mente gala y ornato de su terrible linaje, en
el limo milenario de las creencias primitivas
quedan como restos fôsiles, indicios indelebles
de las necesidades fisiolôgicas y de las razones
utilit arias que seguramente de ter min ar on, en la
cândida aurora del mundo, la formaciôn de las
religiones y las morales.
En la dura infancia de Atenas, Esparta y
Roma, la religion, que absorbia todos los pode-
res para cumplir mejor el grave cometido que
el instinto vital la confiaba secretamente, pudo
mostrarse, como lo afirma Fustel de Coulanges,
extrana ù hostil a los intereses y conveniencias
de la sociedad y del Estado, sobre todo cuanto
estos intereses y conveniencias no eran conso-
nantes con los que ella defendia ferozmente,
como una loba à sus cachorros. Mas en época
ninguna se mostrô la religion hostil 6 extrana
en realidad, a los intereses de la Vida. I^as ins-
tituciones y leyes de la ciudad fueron implan-
tadas porque la religion lo quiso, no por razo-
nes de utilidad civil, es cierto ; pero no es menoî
cierto que la religion lo quiso precisament<
porque eran cosas utiles. l/os intereses divino;j
IvA MUERTE DElv CISNE 63
siguen las evoluciones de los intereses vitales,
como la sombra ligera los movimientos del
cuerpo, y si, por cualquier causa, no lo hacen
pierden su valor y degeneran en prâcticas ocio-
sas. Bn las mismas paginas de « La Cité Anti-
que )) no es dificil empeno el constatar hasta que
punto la organizaciôn religiosa de las socieda-
des, estudiadas por el sesudo y experto Fustel
de Coulanges, obedecîa a fines altamente utili-
tarios. El carâcter sacerdotal del padre y el
culto de los muertos, unian estrechamente las
gêner aciones. Cada hogar era un templo donde
se acumulaba y mantenia religiosamente, de
padres à hijos, la fuerza del pasado. Agrupados
los miembros de la f amilia alrededor del humilde
altar en el que ardia en mansa dulcedumbre la
lefia sagrada, sentîanse herederos y tributarios
de la llama viviente de que el fuego sacre era
sîmbolo, y robustecian unanimes, en el mismo
culto, las virtudes domésticas conservadoras de
la preciosa célula social que atesoraba los gér-
menes de la humanidad futura. Los dioses
Lares la protegîan celosamente, y el cerco sa-
grado de Terminus barbudo aislâbala de los
extranjeros y de toda influencia extrana al
culto familiar y por lo tanto corruptiva y dele-
64 I.A MUERTE DEI. CISNE
térea. Luego, al unirse las familias en curias y
tribus para constituir la ciudad, nacen los dio-
ses y las reglas morales que protegen a esta,
facilitan la union de los elementos que la com-
ponen y crean las costumbres y prâcticas reli-
giosas menos hostiles a la plèbe, sin fuego
sagrado en el hogar, vale decir, sin antepasados
ni religion. lyos I^ares y Pénates se transforman
entonces en divinidades nacionales. Mas tarde,
cuando las perentorias urgencias ambientes
piden y reclaman que se fundan los grupos
humanos y dilaten los estrechos limites de la
ciudad, los dioses crueles se humanizan y abren
los anquilosados brazos a los recién venidos.
Por ùltimo, llegado el solemne instante de la
comunion de los pueblos, preparada laboriosa-
mente, mucho antes del advenimiento del cris-
tianismo, por los discipulos de Pitâgoras, Ana-
xâgoras, Zenon, los sofistas y los poetas de ideas
contrarias a las divinidades nacionales y pro-
picios al cosmopolitismo del cerebro y del cora-
zôn, aparece el Dios ùnico, que no rechaza hosco
al extranjero, y une en amoroso abrazo a los
hombres de todas las clases y patrias. Pero esto
era precisamente lo que necesitaba la evolu-
ciôn de las sociedades.
LA MUERTE DEIy CISNE 65
Diriase, observando el carâcter protector de
las religiones y las morales, que unas y otras no
tuvieron mas objeto que el de establecer la
supremacîa y favorecer la supervivencia, en un
momento preciso de la historia, del gnipo mas
rico de savia vital é ilusiôn favorable a la con-
servaciôn de la especie, formando para ello con
los dogmas, reglas, virtudes, cilicios y discipli-
nas el caldo de cultura moral, digâmoslo asi,
en el que la misérrima, aimque dominante colo-
nia humana, pudiera absorber mejor los jugos
de la vida. Es por este orden de ideas que, sin
mayor audacia, puede aseverarse, no solo que
el bien y la verdad son dos formas antiguas de
la Fuerza y el derecho un legado de ella, sino
que Dios mismo, bueno ô malo, cruel ô piadoso,
guerrero ô pacifico, segùn los momentos, es una
manifestaciôn prodigiosa de la voluntad de los
hombres.
c
'UAN otro hubiera sido el destino de las re-
ligiones sin el terror de la muerte, poeta brioso
y fantâstico de las fabulas olîmpicas; cuân
desprovisto de encanto sin el misterio de las
cosas; cuân deleznable sin las amenazas de lo
ignoto, sin la urgente necesidad de darle un
nombre a las energias creadoras del misterioso
universo para ajustar a sus leyes la conducta y
prolongar la existencia ! De ahi que los manda-
mientos de Dios, aun los mas crueles, sean con-
servadores de la Vida y al modo del instinto
vital, servidores humildes de ella. L^o divino se
ofrece asi à los ojos atonitos como un suhstra-
tum de las leyes de la materia... Ya se ha visto
como en las entranas de las doctrinas espiritua-
listas, existen barruntes reveladores de la iden-
I,A MUERTE DEly CISNE 67
tidad de lo divino y la fuerza, y comùn origen
de la materia y del espiritu — Bruno ya anun-
ciaba que Dios es la fuerza que se transforma en
todas las cosas, sin dejar de ser siempre una y
siempre la misma en si, — y como la evoluciôn
filosôfica tiende a un monismo absoluto, mate-
rialista y prosaico, que por juzgarlo enemigo de
la ilusiôn humana y ayuno de toda grandeza,
causa la desesperaciôn de los obstinados irrea-
listas y provoca las lîricas côleras de ese ente
radioso y obtuso que se llama el poeta...
Con eso y con todo, el tal materialismo, que
pénétra el pensamiento contemporàneo, sin
curarse de las declamaciones sonoras y huecas
con que se gargarizan los eternos ilusos, lejos
de desesperanzar a los hombres, como pudiera
creerse, al destruir implacablemente sus fan-
tâsticos sueîios, podrîa resolver, por el contrario,
lo que se consideraba eternamente irréconcilia-
ble y antagônico : la pugna de la Fuerza y la
Razôn, y las irreducibles antinomias del inte-
rés y del altruismo, del individuo y de la socie-
dad, de la bestia y del hombre ; las crueles anti-
nomias, en una palabra, de nuestras aspiraciones
subjetivas y las realidades indestructibles del
mundo.
68 LA MUERTE DElv CISNE
Apoyândose en algunas verdades indiscuti-
bles, que no estân en desacuerdo con los postu-
lados de la experiencia, como las morales espi-
ritualistas y los dogmas antropocéntricos, tal
vez pudiese el instinto vital componer un nuevo
brebaje de ilusiôn, que harîa reverdecer las
fertiles praderas de la esperanza en el aima ari-
decida de los hombres. Para ello bastarîa desen-
trafiar los elementos sociales que lleva en su
seno, como la âspera corteza la sabrosa pulpa,
el principio selectivo, cruel y destructor, que
es la enjundia y el aima de diamante de la
Fuerza y de la Vida. En vez de desoir las voces
sécrétas y los eternos mandatos de la diosa ine-
xorable y revelarnos contra ellos, oponiéndoles,
j puéril intenciôn ! las leyes falaces de un uni-
verso ilusorio, en el cual no creemos ya, séria
mas digno de una acendrada sabiduria some-
terse y convertir por un sortilegio de la volun-
tad, en bien obediente y utilizable, el mal fiero
é indômito, que burlândose de falsas autorida-
des y falsos reglamentos, voltea nuestros cas-
tillos de naipes ô nos acecha airado en todas las
encrucijadas de la via dolorosa. Solo asi pudiera
ser que la planta de estufa de la moral, hun-
diera sus endebles raîces en la tierra firme,
I,A MUERTE DEIy CISNE 69
dando al aire libre flores y frutos, y que el Dere-
cho, la Razôn, la Justicia 110 fueran, sin la
supersticiôn del creyente, puras entelequias,
îdolos grotescos, fétiches irrisorios, sino expre-
siones reaies y légitimas de lo divino natural,
reconocido y acatado por la inteligencia del
hombre.
 pesar de la pobre condiciôn humana y
^ miseria del mundo, no parece imposible elevar
sobre las ruinas informes del idealismo de Pla-
ton, del que derivan no solo las grandes falsi-
ficaciones que consisten en anteponer las ideas
â las actividades, à los hechos de fuerza que las
crearon, sino en anteponer la razôn mistica â
la razôn fîsica, y en ponerle â esta la mascara
de aquélla, no parece imposible, repito, elevar
un templo grandioso, construido con los mate-
riales del planeta, y donde, convertidas en ilu-
siones posibles y realidades futuras, pudieran
recogerse y esperar las Ouimeras y Utopîas,
antano acariciadas como un lenitivo â sus maies,
por la humanidad doliente y ensofiadora.
Bxisten razones, cada vez mas pertinaces y
sugestivas, para darnos â pensar que la Fuerza
no es tan antagônica â las asiâticas esperanzas
humanas como Apolo y Jésus, por motivos
70 IrA MUERTE DEI. CISNE
ocultos, nos lo han hecho créer. Puede afirmarse
sin loca temeridad, que su inteligencia y su
razôn se acuerdan mas con el genio de la espe-
cie y son, en definitiva, superiores a la razôn
é inteligencia del Bspiritu. Prueba irréfutable
de ello, es que este audaz aeronauta termina
infaliblemente las idéales excursiones por el
cielo azul,
« que no es azul ni es cielo »
cayendo en los pantanos mas cenagosos de la
necesidad; mientras que el culto de la diosa
omnimoda, al absorber en los robustos pechos
de la Naturaleza el nectar y la ambrosia del
olimpo, se diviniza, rematando fatalmente, ora
en la prâctica ora en las doctrinas de sus pon-
tifices mas materialotes 6 mas românticos, en
la religion de la Vida, y de una vida intensa,
heroica, plena, desbordante de espléndida robus-
tez y hermosura, por predominar en ella el ins-
tinto de grandeza sobre la dicha del mayor
numéro y el nivelamiento comùn, enemigo
ambagioso 6 declarado de toda superioridad
y aun de la vida misma, de los pensadores devo-
tos del humanitarismo.
Séria curioso y acaso util, escudriîiar y descu-
I^A MUBRTE DHly CISNE 71
brir las necesidades éticas y las reacciones
contra-sentimentales que determinaron la con-
cepciôn del heroisnio en la historia y la filoso-
fia. Schlegel y Tieck echaron las basas; Hegel,
Schopenhauer y los historiadores alemanes,
desde Ranke y Mommsen a Sybel y Treitschke,
le dieron forma concreta y positiva, y luego
cumplido remate Carlyle y Nietzche. A pesar
de su abolengo en apariencia idealista y hasta
mîsticos componentes, el culto del héroe, del
genio, del hombre histôrico 6 providencial y,
en fin, del super-hombre, es no solo aristocrâ-
tico como la Naturaleza, donde todo es dife-
renciacion y jerarquia, sino a la par de ella, tan
contrario a la moral de la razôn razonante
como a la moral del sentimiento, puesta de
moda por el infelice Juan Jacobo y de la que
: arrancan, segùn muy encumbrados pensadores,
'el romanticismo en polîtica y literatura : dos
formas del espîritu de rebeliôn, de la sensible-
rîa caprichosa y la hemorragia de la palabra,
que llevan entre las flores de trapo de los idea-
ilismos ornamentales, los venenos sutiles de
flaquezas, disoluciones é iniquidades sin cuento
E
ARECERiA incompreiisible que en este murido,
donde reina el mas tirânico determinismo, y
donde los fenômenos se subordinan los unos ai
los otros sumisamente, las quimeras y los
romances, de libertad igualdad y fraternidad,
imaginados por un héros lâche et délicat, hayan
ejercido tan misteriosa acciôn sobre los hom-
bres, si no fuese cosa averiguada que éstos ado-
ran los discursos, fantaseos y dulces damiselas
que mas los enganan, adulan y fascinan. Y el
misero y glorioso Rousseau, es el fascinador
mas grande que, después del Nazareno, ha visto'
la humanidad : (( un maestro de ilusiones y un
apôstol de lo absurdo », como dice alguien con
crueldad, pero no sin exactitud. El amô ardien-
temente a los desheredados de la fortuna ; clam 6'
I.A MUERTE DEIy CISNE 73
contra los poderosos, aun cuando se holgaba en
su companîa y comîa su pan; sufriô a la vista
de todos, los dolores de la inteligencia, del
orgullo, de la carne flaca, y comunico a todos
también sus rencores, despechos y fiebres de
reparaciones sociales y dicha uni versai. Fué el
novelador de la Utopia y el arquitecto lôgico de
un sueno de poeta. Por eso ha sido y sera el
eterno revolucionario y el eterno ilusionista.
Su poder de encanto y seducciôn, calor comu-
nicativo y contagiosa locura de bondad y vir-
tud, es para la conciencia lo que para el Deseo
el dulce é irrésistible canto de la sirena. Fuera
preciso no tener sensibilidad humana para
escuchar sin embriaguez, los persuasivos y
câlidos Discursos, Rêveries y Confesiones que
se dirigen artera y directamente, no al cerebro,
sino al corazôn, al orgullo, a los apetitos que
[robustecen las ansias légitimas, en suma, de
placer y dominaciôn. Nuestras flaquezas estân
de su parte, sus debilidades de la nuestra : por
eso ha reinado y reinarâ. Y he aquî lo estupendo :
isalvo la sana aspiraciôn hacia la dicha y el impe-
rialismo democrâtico que ocultan las frases
fraternales, la dolorosa experiencia de los pue-
blos proclama que todo es falso en las doctri-
74 I^A MUKRTE DEIv CISNE
nas que han hecho sacudir a la humanidad en
tan violentas convulsiones y preparan al pré-
sente otros y acaso mas terribles sacudimientos
para el porvenir. Falso que el hombre sea bueno
por naturaleza; falso que nazca libre é igual a
los demâs hombres; falsa la fraternidad y las
utopias sentimentales basadas en el desconoci-
miento absoluto de la fisiologia humana.
i Pero que importa !
Precisamente lo que ha hecho que el rousia-
nismo arraigue 3^ viva en la inteligencia y el
corazôn de la humanidad, no obstante sus con-
tradicciones y puériles fundamentos, es que en
vez de ser ima grande verdad es una grande ilu-
siôn. IfO imperecedero de él son sus errores. Gra-
cias a ellos, y no a su substancia lôgica, hase
convertido en verdad popular, en injusticia, en
esclavitud. Â tal punto que, sin quererlo, el
observador de los tiempos que corren se pre-
gunta, rugando la pensativa frente, si el verda-
dero libertador de los ilôt as, el destructor del
ùltimo idolo y de la ûltima tirania no sera acaso
el que asesine la lyibertad...
L
f A moral de la Fuerza, velada hasta ahora a
los ojos humanos, pero présente en el mnndo, no
admite del desorden anârquico, ni la mentira,
ni el error, ni las contumaces falsificaciones del
espiritu, porque la Fuerza, 6 por otro nombre,
la razon fisica, es lo que es y no puede menos
de ser; lo que triunfa fatalmente, la condicion
ùnica y suprema de las realidades, y lo que esta-
blece en toda suerte de cosas una indestructible
jerarquia, un orden divino, al que nadie ni
nada escapa, ni aun la razôn mistica, que viene
à ser asi como la loca de la casa de la otra y uni-
versal razon.
Un escolâstico, Duns Scot, maravillado, sin
duda, por las manifestaciones disfrazadas, pero
reconocibles para el ojo profimdo de esta mecâ-
76 I<A MUERTE DEly CISNE
nica inteligente que rige en el universo, pregun-
tâbase atribulado por heréticas vislumbres y
afanes prolijos, si la materia no pensaha, tan
armoniosas y de buen concierto le parecîan su
estructura y combinaciones. Y el inefable Mae-
terlinck, iluminando el aima obscura de las
cosas con las sutiles claridades de su misticismo
adivinador, sospecha que las ideas se les ocu-
rren a las flores ni mas ni menos que a nosotros.
« Elias tantean, dice, en la misma noche ; encuen-
tran los mismos obstâculos, la mi:ma mala
voluntad en el mismo ignotus. Elias conocen
las mismas leyes y las mismas decepciones, los
mismos triunfos, lentos y dificiles. Parece que
tuvieran nuestra paciencia, nuestra perseve-
rancia, nuestro amor propio; la misma espe-
ranza y el mismo idéal », y considerando el
esfuerzo inteligente y formidable de las flores,
los inventos ingeniosos, los prodigios de ima-
ginaciôn, las industrias de que se valen para
convertir en mensajeros de sus aromados sus-
piros y fecundos besos a los insectillos y las
brisas, y unirse à los amantes lejanos é inmovi-
bles, burlando el cruel destino que las ata al
suelo; reconociendo, en fi8|»la suma de volun-
tad y pensamiento que anima la vida heroica
I
I.A MUERTE DEI. CISNE "JJ
de la flor, deduce que « no hay seres mas ô
menos inteligentes, sino una inteligencia espar-
cida a todo; una suerte de fluido universal que
pénétra en diverses grados, segùn que sean
buenos 6 malos conductores del espiritu los orga-
nismes que encuentra. El hombre séria hasta
aqui, sobre la tierra, el modo de vida menos
resistente a ese fluido que las religiones Uama-
rîan divino. Nuestros nervios aparecerîan como
los hilos por los cuales se esparciria esa elec-
tricidad sutil. I^as circonvoluciones de nuestro
cerebro formarian, en cierto modo, las bobinas
de inducciôn, multiplicadoras de la fuerza de
la corriente; pero esta no séria de otra natura-
leza ni provendria de otro origen, que aquella
que pasa por la piedra, los astros, la flor 6 el
animal. »
s
'î; podria aseverarse muy bien, no solo que
la materia piensa, sino que su pensamiento es
infalible. Todo hecho, todo suceso es una forma
de él, una manifestaciôn autoritaria de la razôn
fisica, à la cual la conmovedora é incurable
locura de los hombres, ya hemos dicho que se
empena en oponer la razon mistica, que es en
realidad una creaciôn y una servidora de
aquélla, del mismo modo que los instintos y las
pasiones. lyos devaneos, fantasias, caras a las
veces, y briosas imaginaciones de esta razôn
que vive de prestado, perduran, resisten a la
muerte y son cosas animadas y verdaderas,
mientras sirven solicitas los firmes designios
de la razôn madré, donde encuentran su razôn
de ser todas las formas de lo corpôreo y lo intan-
LA MUERTE DEIy CISNE 79
gible. Son como las floraciones y galas muda-
bles de un ârbol eterno. He ahî por que las ver-
dades, las religiones, las aspiraciones humanas
envejecen y caducan; y he ahi por que, al modo
de los insectos, cuyo destino fugaz y radioso
es el de depositar los huevos en el seno protec-
tor de la tierra y, asegurada su descendencia,
morir, la bondad, la virtud, la razôn de una
época parecen ô son sacrificadas al dar a luz
la razôn, la virtud y la bondad de la época que
signe. Asî las duras virtudes del paganismo,
fueron destruidas sin piedad por las piadosas
virtudes cristianas, y estas que alguien llama
con ternura melancôlica les vertus délaissées,
empiezan a marchitarse, sofocadas por las sober-
bias vegetaciones del culto de la Vida, que bro-
tan en toda la tierra, muestran las encendidas
flâmulas de sus floraciones tropicales en todos
los horizontes y principian a ensenorearse del
paisaje moral visible a los ojos humanos.
Como la antorcha que simboliza la vida en las
fiestas panateneas, la antorcha del espiritu pasa
de mano en mano. Las superestructuras cambian.
Las verdades transitorias, las mentiras saludables
de que se nutre un instante la humanidad, pere-
cen asi que esta agota el jugo vital que aquéllas
8o I.A IVIUERTE DEI. CISNE
atesoraban. lyO inmutable, lo eterno es la volun-
tad de vivir, que trabaja oculta en los antros mas
profundos de las aimas, como un gnomo pro-
digioso, que produce maravillas y opéra mila-
gros, escondido en las concavidades misterio-
sas de la tierra.
M,
.AS el respeto de la Vida, que sale de los labo-
ratorios é informa el pensamiento moderno, se
infiltra en las religiones y obra sobre las costum-
bres con el renacimiento de los déportes atlé-
ticos y el amor de la accion, nace, mirândolo
bien, de la metafisica de la fuerza. Ô de otro
modo, el triunfo de la religion de la Vida es la
implicita consagraciôn del culto de la Fuerza.
lya moral de esta ùltima, a pesar de la terca y
enconada oposiciôn de nuestros idéales del
momento, aparecerâ triunfante como un sol que
rompe las nieblas matutinas, cuando se desva-
nezcan del todo en la conciencia humana los
espejismos que tergiversan el valor de las cosas
é invierten las reaies y eternas, aunque à veces
imperceptibles jerarquîas, de la razôn univer-
5.
82 I<A MUKRTE DEI. CISNK
sal. La diosa de voluntad diamantina no herirâ
entonces los sentimientos mas caros de los hom-
bres, ni aparecerâ a los ojos de éstos como una
deidad maléfica, como un genio enemigo, sino
al rêvés, como el ângel protector de los hueve-
cillos dorados, que ponen en el nido tibio del
aima las ilusiones favorables a la existencia...
Si todavia rechazamos con fiera indignaciôn
sus verdades infalibles, trâgica hermosura 3^
grande justicia, a la que empero, quieras que no,
ignorândolo ô a sabiendas, se someten todas las
cosas, es porque nuestra razon y sensibilidad
de invemâculo no se acuerdan con las leyes que
rigen fuera de él; es porque ignoran que su pro-
pio crecimiento va a romper presto los vidrios
que las protegen de los soles enfloradores y las
nieves esterilizantes y que sera preciso aclima-
tarse ô perecer; es porque no conocen su pris-
tino origen, ni saben que solo son las pintadas
y efimeras mariposas en que se transforma una
porciôn diminuta de la fuerza eterna é incon-
mensurable.
E:
STE convencimiento vago, que gana poco a
poco las conciencias mâs quisquillosas y aun los
ingrates cerebros en que la lèche del saber se
agria y cuaja en fioîio sentimentalismo, traerâ
aparejado, al decantarse, un cambio radical en la
apreciaciôn de las acciones y excelencias hu-
manas. I^a Victoria del mâs fuerte no parecerâ
ignominiosa como hasta aquî, sino altamente
justa y saludable porque sera, en un momento
dado, el triunfo de lo mâs vital, de lo que sirve
mejor el ùnico prôposito discernible en las inten-
ciones confusas de la Naturaleza. Es la voluntad
de existir y dominar. Reconocida la fuerza como
el elemento divino, gêner ador del uni verso ; esta-
blecido el idéntico abolengo é ilustre prosapia
de la Razôn y la Necesidad, del Factum y de la
84 I<A MUERTE DEI. CISNE
idea triunfante; en resumen, de lo que domina
y se impone material 6 espiritualmente, la con-
ciencia humana enriquecida por definitivas no-
ciones de lo real, dilatarâ los horizontes de su
concepciôn ética, teniendo por primera vez, una
vislumbre justa del Bien y del Mal absolutos.
Y aqui darîa principio el reino de lo divino
natural. Cada excelencia séria una irréfragable
manifestaciôn de él. Las criaturas, las cosas, las
aimas, se graduarian en la escala de la vida poi
la cantidad de virtud que almacenasen. lyO pe-
quefio no pt)drîa ser lo grande, como acontece
para burla y escarnio de nuestra pobre inteli-
gencia ; ni lo débil lo robusto ; ni las aspiraciones
mas nobles serian precisamente, por una estu-
penda inversion de valores morales, las que mas
deprimen y amengiian la voluntad de ser. Las
superioridades, las verdades, los triunfos se im-
pondrian sin demostracion, por si mismos, por el
hecho de existir. Y las antinomias de lo que es,
y de lo que debia ser, de lo objetivo y lo subje-
tivo, â causa de las cuales tantas inquiétudes
han atenaceado al hombre, acabarîan por
reconciliarse para siempre en el regazo maternai
de la grande razôn.
F,
ORMiDABi^ES testas han acometido la singu-
larisima aventura de echar los cimientos de la
fâbrica moral, no en la voluble razôn del espîritu,
sino en la firme razôn de la materia, volviendo
por tal arte à poner sobre sus pies a la huma-
nidad aburrida de la parada de cabeza hegeliana.
Pero ùnicamente el amable pensamiento de
Guyau intentô poner de acuerdo la moral de la
fuerza con nuestra moral; la expansion de la
vida y los instintos interesados y agresivos, con
el amor de los otros y el desinterés. Y aunque,
a decir verdad, los sentimientos expansivos y
nobles que cita para descubrir la faceta social de
la criatura humana y probar que « la vie comme
le feu, ne se conserve qu'en se communiquant »,
solo son modalidades del instinto de soberania.
86 I.A MUBRTE DEI. CISNE
instinto que por medio del amor 6 del convenci-
miento tiende a ocupar mas espacio en el aima 6
la inteligencia de los otros, no es menos cierto
que taies manifestaciones de la superabundancia
de vida entranan, en su propia intensidad, un
principio altruista que transforma el despliegue
de la fuerzâ en lo que Uamamos sentimientos
generosos 6 expansion hacia las demâs criaturas.
Mas aùn. El poder ergotizante del filôsofo-poeta
partiendo de la expansion de la vida como ele-
mento active de la conducta, llega no solo a
resolver la afligente antinomia de lo individual y
lo social, sino a establecer a la manera del viejo
idealismo, la supremacia del espiritu, precisa-
mente porque este realiza el maximum de inten-
sidad extensiva, es decir, de fuerza dominante.
Una argucia ô vuelta de grupas de la misma
indole, da nacimiento à la moral de las ideas-
fuerzas de Fouillée, la cual, por otra parte, se
apoya en hechos, en realidades y no en soportes
religiosos ô metafisicos. « I^as fuerzas, dice, en
acciôn en el mundo 6 en nosotros, cualquiera
que sea su naturaleza intrinseca, concluyen por
concebirse en nuestra conciencia y al conce-
birse transformândose en ideas, juzgan lo real,
lo modifican, se convierten en ideas-fuerzas. » No
I,A MUBRTE DKI. CISNE Sj
Dor arte, pues, de birlibirloque, sino por las vias
laturales de la experiencia, llega el represen-
:ante del idéalisme francés a fabricar como
juyau, con substancias materiales, los utiles
Droductos de la voluntad de conciencia y el per-
masivo supremo. Kn su tozudo afân de esta-
)lecer la acariciada superioridad de la inteli-
^encia, el neo-idealismo contemporâneo hace
nuchos de estas sorprendentes excursiones al
irsenal de Dionisos. Como Anteo para criar nue-
ras fuerzas, vese obligado Apolo a sentar los
livinos pies en la tierra. Solo que después de
!ada nue va adiilteraciôn y embrollo, queda mas
'.laramente dilucidado lo que podria llamarse el
)rigen material del espîritu y la naturaleza agre-
iiva de las morales. I^as ideas son transforma-
iones de fuerzas ; las ideas-fuerzas, como taies,
10 pueden establecer su imperio en los domi-
lios de la conciencia sin lucha, ni extenderse al
îxterior sin combatir ni dominar.
L
fA larga y laboriosisima evoluciôn de laç
morales interesadas 6 fisiolôgicas, de las quf
desaparecen poco a poco los elementos divinoî
y luego las substancias espirituales a medidî
que la inteligencia humana se nutre y enriquec'
de conocimientos positives, termina después d
la grande revoluciôn de Darwin en la ciencia ;
de Spencer en la biologîa, en el osado intento d
Nietzsche y Guyau de construir el noble edifici
de la moral sobre los formidables cimientos de 1
fuerza, para darle a la conducta humana un
base inamovible y en armonia con las leyes d(
uni verso.
Por otra parte, la reacciôn de los hebreos cor
tra toda aristocracia, continuada por el cristiî
nismo, los ideôlogos y los hombres sensibles d
I^A MUERTE DEI, CISNE 89
siglo XVIII, hasta florecer espléndidamente en
los inmortales principios de la gran Revoluciôn,
remata luego de acicalarse con los ensuefios,
quimeras y utopîas sociales de los discipulos de
Jean- Jacques, en el determinismo econômico de
Vlarx, explicaciôn materialista de la historia, de
la que el Oro, el heredero legîtimo de la fuerza
en las sociedades, es el principio generador.
Esta doctrina, antagônica del état pensant que
vive fuera del Taller; este socialismo cientifico,
destructor de lo que Uama con enojo y desprecio
un discipulo de Marx la disociaciôn idéologie a
ô irrealismo de la cultura greco-latina, traduce
en luchas sociales por la riqueza, el mando y la
dominacion del mundo las aspiraciones senti-
mentales de los humildes que antano pretendie-
ran establecer, en ebriedad generosa, el reino de
Dios sobre la tierra.
Acontece, pues, que de un modo ô de otro, por
vias ocultas ô visibles, las actividades humanas
concentran en el dominio los fuegos de la volun-
tad, y resuelven en opresiones y tiranîas los
idealismos mas desinteresados y puros. I^a fuerza
itiende a ejercer su imperio por que es la fuerza;
2ila vida tiende a dila arse porque es la vida. Bl
[(jtiempo descubre infaliblemente, los principios
90 T^A MUERTE DEI< CISNE
actives de la conducta humana, que son idén-
ticos a los de toda la actividad universal. Bn
vano es desvirtuar con metafisicas mixturas su
naturaleza combativa y dominadora. L^os hechosj
muestran la garra felina. I^a trama y el reverso de
los variados tapices de la historia, ensefian que
un estado social es una cristalizaciôn de la vio-
lencia, y que las reacciones contra él, aun las
mas idealistas, terminan fatalmente en otras
cristalizaciones sociales autorit arias y opresoras.
LfOS sistemas de gobierno, las morales, las reli-
giones mismas — propugnâculos y murallas qucj
acaso no tienen otro objeto que protéger la con-,
quista econômica, — obedecen a esa ley univer-j
sal, porque lo universal son las transformaciones
de la fuerza que constituyen a su turno los
môdulos de la vida. Ved el cristianismo ; la reli
giôn del amor, la piedad y el desprecio de los
bienes terrenales. Cuando déjà de ser un reptil
subterrâneo, sale de las tenebrosas catacumbas
de Roma, quema vivos a los herejes, provocs
mil guerras y persecuciones y oprime al mundc
en un abrazo de mortal amor. lyos desheredados l
los misérables, los enfermos; la escoria de 1^
sociedad, los oprimidos, en fin, pasan a ser opre
sores, desplegando en sus luchas por la domina^
I,A MUBRTE DKI. CISNK 9I
on un celo apasionado y cruel, una ferocidad
aplacable, un furor divino que, no saciândose
m el odio y la persecucion de los infieles y
anados, inventa sutiles razones y refinadas tor-
(iras para aprisionar y atormentar a su antojo el
ma temblante de los adeptos. lya Revolucion,
,, gran Revolucion, luego de cometer mil lio-
endos crîmenes en nombre de la lyibertad, ter-
dna en las tiranias de Robespierre y Napoléon.
1 reino de la Razôn, résulta la locura trâgica
û Terror. I^a eterna paz, guerra sin fin. Des-
iiés... las indestructibles jerarquîas vuelven a
îtablecerse con otras étiquetas. Â los pri vile-
os de la nobleza suceden los privilegios de la
Lirguesia; la aristocracia del dinero â la aristo-
•acia de la sangre; el derecho burgués al dere-
10 feudal ; la tirania del numéro â la tirania del
îy, y la fementida formula en que se resumen
'S Inmortales Principios y los Derechos del
.'ombre, no inspiran mas respeto, ni tienen mas
irtuosidad en el fronton de los edificios pùbli-
')s, que los versiculos del Coran en los muebles
■loriscos de los bazares exoticos. Pasada la
Vomba niveladora, en el interior de Francia los
^Dmbres y las clases se separan y ocupan el
^tiiesto que les da su valor social, como los liqui-
92 I<A MUERTE DEI. CISNE
dos de densidad diferente se gradùan por su peso
si dejan de ser agitados. En el exterior, la révolu-
ciôn que acariciara el pretencioso intento de su-
primir las fronteras y establecer la patria uni-
versal, acierta solo a instituir el principio de las
celosas nacionalidades y la formaciôn de las
repùblicas americanas, donde las diferencias y
las aristocracias sociales se acentùan mas cada
dia, à pesar de las leyes democrâticas que las
rigen. Asî que sus fuerzas expansivas lo recla-.
man, el pacifico y modesto pais de Washington
se convierte en la patria altanera é imperia-i
lista de Roosevelt, por las mismas razones y de
indéntico modo que la poética Alemania de loî
claros de luna, de la grechens y del imperativc
categôrico, en la utilitaria y temible nacion d«
Bismarck y la filosofia de la historia.
De hecho, pues, aunque encubierta por dis
fraces varios, que reclamaban las necesidade
subjetivas del hombre, no libertado aùn de la
tiranias de la fînalidad ni de la sed de lo infinitc
el reinado de la fuerza no ha dejado jamâs d
existir en las sociedades salvajes ô cultas. I^a
firmes columnas de su trono, son las leyes miî
mas de la vida. Sea la primordial de esta <
deseo de poder de Hobbes, 6 la lucha Darwinianj
I.A MUERTE DEIv CISNE 93
ila voluntad de dominaciôn de Nietzsche, 6 la
oluntad de conciencia de Fouillée, 6 la expan-
•ôn de la vida de Guy au, 6 la vida creadora de
ergson ù otra ley no formulada aùn por labios
lortales, el hecho brutal de la Fuerza triun-
nte surge del disforme vientre del caos; ani-
■a en el aima de todas las cosas, de las religio-
'les, de las filosofîas y del amor mismo y es asi
Dmo el fuego sacro del uni verso. Nadie, ni cosa
Iguna, escapa al imperio de la terrible divini-
ad, en cuyo calificado y pomposo cortejo figu-
an humildemente, los dioses del olimpo y los
usanos de la tierra.
-L/;
fS un bien ô un mal ? En todo caso es una in-
destructible realidad, contra la que, al punto à
que han llegado las nociones positivas de las
cosas, no cabe ni conviene revelarse. îQué ha-
cerle? Las atenuaciones de la cultura idealista
y las virtudes cristianas, que fueron en un prin-
cipio indispensables para corregir la virulencia
del egoismo nativo y contrar restar los abusos,
naturales, pero anti-sociales de los poderosos, a,
fin de hacer posible la vida comùn, parecen hoy.
nocivas a las sociedades caducas, excesivamente^
domesticadas y cuyos apagados ardores para la^
accion y la lucha piden mas bien enérgicos revul-i
sivos. I^as nuevas disciplinas morales tratan de|
dârselos; obedecen a una alta necesidad. iQuq
séria de los hombres y los pueblos que practi-i
\
l
hA MUERTE DKI. CISNE 95
tasen el desinterés, el desprecio de los bienes
nateriales, en esta época en que la superioridad
kîonômica entrana todas las otras? I^as viejas
ârtudes han perdido su poder. Fuerza es reco-
locerlo. El exhausto é inane espiritualismo con-
iésase impotente para forjar una nueva ilusiôn
avorable a la vida. Las mentiras saludables,
ue en otra hora fueron propicias al instinto
ital para producir los espejismos encantados
ue le daban a la existencia una razôn de ser y
'a marcaban imperiosamente un derrotero, no
ienen hogano ninguna virtud activa. I^a ciencia
ondena implacable las aspiraciones subjetivas é
lusiones metafîsicas en pugna con las verdades
hipôtesis que ella establece friamente, sin pie-
lad y sin rencor. La humanidad provecta, cura-
La de locura juvéniles y ansiosa de bienes reaies,
10 crée en los campos eliseos del edén ni en los
aîsticos jardines del aima; prefiere las prosaicas
lichas que satisfacen, sin las torturas de la
^ala conciencia, su apetito de carne, su sed de
ino.
Perdida la ilusiôn fastuosa del Paraiso y de
oda finalidad transcendente, sin excluir la del
uperhombre, las actividades y aspiraciones hu-
lanas van, como al caer la tarde las dispersas
96 I,A MUERTE DEI. CISNE
ovejas al redil, hacia la religion de la Vida, ele-
vada y cruel en aquellos pensadores que, acep-
tando los principios sélectives de la Naturaleza
como necesarios a la evoluciôn progresiva, quie-
ren la vida bella y dura como el diamante; ras-
trera y fecunda en los que, rechazândolos y
desdenosos de toda excelsitud, aspiran solo
honestamente a la dicha comùn del mayor
numéro.
Es la antigua y luctuosa guerra del aristocra-
tismo y del plebeyismo, Uevada sin embozos ni
trapujos, al campo de honor de los intereses ma-
teriales, donde las categorias idealistas pierden sus
multiples y enganosos matices y se resuelven en
deseo de poder y lucha por la riqueza entre los
poseedores y los desposeidos. I^os primeros,
individu alistas 6 no, sin exceptuar a la clase
pensante, que tan sospechosa y antipâtica va
pareciendo a los trabaj adores, son los mengua-
dos descendientes, pero que llevan aùn en la
sangre la pimienta del heroismo, de los jefes,
hombres providenciales y cazadores forzudos
delante del Senor que guiaron a los pueblos en
su aurora; los segundos, solidaristas 6 àcratas,
son los ensoberbecidos vâstagos de la turba-
multa pasiva y rebanega, convertida en pueblo
I.A MUERTK DBI. CISNE 97
•
soberano por la fuerza del numéro. Su oposi-
cion es la oposicion de la parte caduca del pasado
senoril, sibarita, ensonador, guerrero, y el pré-
sente cientîfico, pacifista, prâctico, laborioso.
Del choque nace el antagonismo y la anarquia
de las ideas contemporâneas ; las trâgicas luchas
sociales y el drama intimo de las conciencias :
antros obscuros donde a ciegas rifien guerreros
con sotana, senores vestidos de harapos y men-
dicantes que ostentan valiosas plumas en los
sucios y misérables chambergos.
El espiritu clâsico, razonante y finalista, que
reconoce un principio divino y la supremacîa de
la inteligencia sobre el querer y el poder para la
bella ordenanza del mundo, fué siempre amante
'de las jerarquias bien establecidas, del orden, de
la autoridad, de la sumisiôn a la régla; pero al
mismo tiempo, por exceso de cultura literaria, es
irrealista, picotero, iluso y, en suma, débili-
tante, ya que perpétua con el desinterés y el
altruîsmo, un engano, una mentira, un espejismo
peligroso para las energias viriles de la inteli-
gencia y del aima. A las veces por sensiblerîa
y razones de justicia convencional, de esa jus-
ticia compuesta con toda suerte de productos
artificiales en las aulas de los ideologos, pica en
6
98 I,A MUERTE DEI. CISNE
democrâtico y humanitarista, pero en el fondo,
si déjà hablar su instinto profundo es un adorador
de la fuerza idealizada — como corresponde a
quien ha nacido con el aima gran dama y el
espiritu gran senor, — y acata las copetudas ex-
celencias y aristocracias morales que ella esta-
blece a su capricho, de la misma manera que el
espiritu moderno, un tanto macarrônico, a pesar
de su ciencia, crée ùnicamente en la fuerza real
y respeta solo las superioridades de hecho y las
aptitudes que se imponen por su eficacia y uti-
lidad inmediatas.
Entre las brillantes, dispendiosas y desin-
teresadas virtudes de los humanistas, causa efi-
ciente ayer de poderîo y hoy de flaqueza, puesto
que llevan al renunciamento, crimen monstruoso
ahora como fué antes decantada virtud; y las
industriosas y bataUadoras cualidades necesa-
rias a la naciones para no ser vencidas en la
contienda uni versai, no cabe pacto ni concilia-
cion. Bs la lucha de dos mundos ; uno que nace,
otro que muere; es la lucha inévitable y eterna
de la tradiciôn conservadora y la educaciôn revo-
lucionaria como dicen los fisiôlogos y que cons-
tituye el fenômeno de la vida lo mismo en la
naturaleza que en las sociedades.
L
A discordia que la antigua sabidurîa creyô
suprimir entre los hombres, sin barruntar que
con ella hubiese desaparecido la existencia mis-
ma, of rece nuevas flores y nuevos f rutos en cada
grado de la civilizacion. Son las novîsimas for-
mas de la cultura, las modalidades del progreso,
las manifestaciones de la vida. Cuanto mas
avanza esta, mas se complica y refina la lucha no
solo entre los hombres, sino entre las ideas, sen-
timientos é instintos de cada hombre. loucha
entre el idéal y la realidad, entre lo subjetivo y
lo objetivo, entre lo individual y lo social, entre
el capital y el trabajo, entre los opresores y los
oprimidos, entre los que nacieron marcados con
el signo radioso de la voluntad dominadora y los
que vinieron al mundo Uevando en el cuello el
coUar infamante de los esclavos.
100 LA MUERTE DEr< CISNE
Y en toda suerte de cosas, el triuiifo, tempo-
rario siempre, es de aquello que interpréta me-
jor, en un momento précise, les propôsitos im-
pertérritos é incontrastables de la razôn uni-
versal.
I^a cuestion social que actualmente nos atri-
bula, se resolverâ como todas las otras : por el
dominio de los fuertes sobre los débiles. Bl comu-
nismo evangélico, sofiado por ciertas ôrdenes
religiosas y que ha tenido sus ùltimos destellos
en el misticismo anârquico de Tolstoy; la Bdad
de oro de los utopistas del siglo XVIII y la
Federaciôn universal de los libertarios modernos;
los idéales colectivos, por decirlo todo, punto
extremo de la Economîa que prétende organizar
la sociedad, vale decir la producciôn, cientifica-
mente, es muy posible y aun probable que pue-
dan arraigar en la âspera corteza del globo. Mas
ello no sera porque los consabidos idéales sean
justos, segùn nuestra universitaria justicia; no
por las razones sentimentales que a todos nos
impulsan a revelarnos contra lo que el instinto
social, desarrollado por el influjo del ambiente
humano à expensas del egoismo nativo, Uama
iniquidades sociales, vias ocultas acaso de una
justicia suprema; sino porque la evoluciôn eco-
I.A MUERTE DEI. CISNE lOI
nômica Uega a un punto culminante y preciso
en que « la produccion colectiva reclama la
reparticiôn colectiva », y, sobre todo, porque
siendo las necesidades pecuniarias las primeras
que hoy es necesario satisfacer para vivir tanto
material como moralmente, fuerza es que arras-
tten mayor numéro de aimas y tengan mas
^ande influjo sobre las sociedades que el aristo-
cratismo idealista, cuyos principios eficientes,
cuasi mîsticos, no pueden ser impulsores sino de
fas naturalezas muy cultivadas y finas. Y he aqui
ptra prueba palpable de la relatividad y miseria
ie las presuntuosas verdades salidas de la testa
|iel hombre. Una simple modifie acion de las cir-
:unstancias ambientes, vuelve las tornas de los
/alores humanos : las cualidades excelsas trué-
:anse en causa de inferioridad y los ineptos de
lyer se convierten en los aptos de hoy.
No ; la sociedad no ha sido nunca ni sera en el
Dorvenir la obra santa del Bien, de la Justicia ni
iel Derecho, sino el engendro diabôlico del ins-
:into vital dominante, 6 como quiere Marx, el
Droducto de la lucha de clases, engendrada, se-
jûn él, por la evoluciôn de los intereses y que
letermina, por anadidura, el proceso de la histo-
la entera. Ks la parte cierta, salvo ligeras res-
6.
102 I.A MUBRTK DKI. CISNE
tricciones, del socialismo cientifico ô criticista,
que muy poco tiene que ver con las utopîas sen-
timentales de Rousseau, del cura Meslier y de
los ideôlogos, ni con las componendas burocrâ-
ticas y fiscales 6 utopias de los cretinos, ni con
otras formas puériles del socialismo vulgaris de
que nos habla el docto lyabriola. Muy acerta-
damente dice Marx : « El modo de produccion
de la existencia material, détermina general-
mente el processus social, politico é intelectual de
la vida. No es la conciencia del hombre lo que
détermina su manera de ser, sino, al contrario,
su manera de ser social, lo que détermina su con-
ciencia. El cuerpo creador se créa el espiritu
como una mano de su voluntad », diria Zara-
tustra. « I^a produccion primero, agrega por su
parte Engels, y en seguida el cambio de los pro-
ductos, forman la base de todo orden social. Esos
dos factores determinan, en cualquier sociedad
dada, la distribuciôn de las riquezas y, por con-
siguiente, la formaciôn y las jerarquîas de las
clases que las componen. Esto sent ado, si quere-
mos encontrar las causas déterminantes de tal ô
cual metamorfosis ô revoluciôn social, sera pre-
ciso buscarlas, no en la cabeza de los hombres, ni
en su conocimiento superior de la verdad y la
DEI. lyA MUBRTE CISNE IO3
justicia eternas, sino en las metamorfosis del
modo de producciôn y de cambio, en una pala-
bra, no en la filosofia, sino en la economîa de la
época estudiada. »
Bstos razonamientos pédestres son la antî-
tesis del vértigo de las alturas, agria voluptuo-
sidad de las excursiones metafisicas, pero pro-
ducen la reconfortante impresiôn de la tierra
firme después de un largo viaje marino 6 una
ascension aerostâtica. Por fin los fenômenos
sociales pueden explicarse positivamente, sin
echar mano de sutiles recursos : son las aparien-
cias, las superestructuras de la evolucion eco-
nômica, la cual provoca la formaciôn y la lucha
de clases y esta, a su vez, la enmarafiada urdim-
bre de la historia. I^a ineficacia de las disciplinas
idealistas en los sucesos del mundo, que tan
hondos lamentos arrancô a Renan, queda expli-
cada claramente. El modo de producciôn y de
cambio, sometiendo a su influjo plasmante las
manifestaciones todas de la vida social, créa el
bien, la justicia y el derecho de cada época, que
no son otra cosa, en ùltimo término, que « la
expresion autoritaria de los intereses que han
triunf ado », y dicta las relaciones de los hombres
que solo son, en substancia, « relaciones de pro-
104 ^^ MUBRTE DEI. CISNK
duccion, correspondientes a un periodo dado del
desenvolvimiento de sus fuerzas productivas ».
Aun no ha llegado el momento, ni llegarâ aca-
50 nimca por falta de documentacion histôrica
précisa, de explicar, por medio del determinismo
econômico, los mitos, las religiones, las morales
como ha intentado hacerlo incauta y pueril-
mente I^af argue. Mas ciertos hechos indiscuti-
bles, aducidos con grande copia de comentarios
por la escuela marxista, y la observaciôn, cons-
tatada, en gênerai, de que las efervescencias y
revoluciones humanas obedecen, en el fondo, à
causas econômicas visibles ù ocultas, legitiman
las pretensiones del materialismo histôrico y
permiten interpretar, en conjunto, una gran
parte del pasado. Y si bien se considéra, hasta
los mas ayunos de doctrina, pueden comprender,
con un poco de buena voluntad, que siendo las
necesidades materiales las mas hondas y urgen-
tes, debieron de inspirar en todo tiempo las
metafîsicas, retôricas y reglas de conducta favo-
rables a su satisf acciôn ; y que siendo el espiritu
asî como la sombra del cuerpo 6 de la necesidad,
las estructuras sociales se explican mas acabada-
mente por la economia de cada época que por sus
enganosos espejismos mentales.
I,A MUERTE DEIv CISNE I05
Antano podîan abrigarse dudas sobre la ve-
racidad de tal anrmacion, que a muchos ingé-
nies, y no de los mas romos, hubiera parecido
descabellada : hoy no cabe hacerlo. Bl trabajo
formidable y fatal de los fermentes econômicos
se ha hecho visible en la edad moderna, cuya
morfologia empezamos a conocer intimamente,
sin que nubien los ojos veladuras idealistas ni
misterios divinos. lya transformacion compléta
de las sociedades por la manufactura comercial,
la grande industria y el capitalisme, no dejan al
respecte ni asemos de dudas. Mas que espiritu
precipitade parece el mmido condensacion de
egeîsme. En el Manifiesto Cemunista, y, sobre
tede, en las luengas paginas del Capital, admira-
bles de anâlisis y lôgica, muestra, con muy con-
certadas razones, el pentifice del socialisme
cientifice, côme les nuevos modes de producciôn
y las fuerzas expansivas del cemercie rompieron
las servidumbres, privilégies y relaciones pa-
triarcales del munde feudal para dar origen al
reine de la finanza y la grande industria, y cômc
el agrupamiente de ebreros en las usinas y ta-
Ueres para celaberar en el misme preducto, 6 en
otras palabras, côme la producciôn colectiva,
mina al présente los fundamentes de la apro-
I06 I.A MUERTE DEIv CISNE
piaciôn individual, 6 lo que es lo mismo, de la
sociedad capitalista; roe sus soportes polîtico-
juridicos y trata abiertamente de imponer los
côdigos comunistas y la reparticiôn colectiva que
corresponde!! à aquella produccion. De modo
que, por la fuerza de las cosas, se efectuarâ,
segûn los aruspices socialistas, la muerte de la
sociedad burguesa, fundada sobre « la odiosa
explotaciôn del hombre por el hombre », y el
advenimiento ansiado y glorioso de la sociedad
idilica, en la que « el libre desenvolvimiento de
cada uno, sera la condiciôn del libre desenvolvi-
miento de todos.
D
uiyCES anuncios, capaces de tonificar la
desmayada esperanza en el edenismo terrestre, si
110 los hiciera sospechosos el endiablado paren-
tesco con las amables sofisterias de Jean-Jac-
ques y la hueca y rimbombante fraseologia jaco-
bina ! Sin duda, hay mucho de verdadero en la
abstrusa tesis marxista; pero las conclusiones
y aplicaciones prâcticas, como engendres del
espiritu de sistema, intenciôn puéril de hacer
entrar las realidades en los angostos casilleros
de la abstraccion, parécenme sobrado artificia-
les y, à la postre, ingenuas. Se comprende, sin
grande esfuerzo, el papel principal y decisivo
de la lucha econômica en la historia del mundo,
}" que la sociedad comunista suplante a la socie-
dad burguesa, como esta misma suplantô a la
l
I08 I.A MUERTE DEL CISNE
feudal en el gobierno de los hombres, cuando lo
pidieron las leyes de la producciôn. lyO que es
mas difîcil de digerir, a pesar de los jugos gâs-
tricos de la dialéctica marxista, es cômo ha de
impedirse la formaciôn de las clases sociales y
el antagonismo de ellas, aun en el caso de supri-
mir, lo que es ardua empresa, la lucha econô-
mica, causa presunta de los maies que afiigen
a la sociedad, pero al mismo tiempo causa cierta
también del proceso historico de las sociedades.
Sin la lucha economica, se dice, y lo que es su
consecuencia, sin la lucha de clases, desapare-
cerîan los privilegios burgueses, las desigualda-
des inicuas, la dominaciôn de los pobres por los
ricos. Mas para lograrlo, hace falta la destruc-
ciôn de la propiedad — que es un robo, segùn
reza el resobado aserto de Prudhon, — del capi-
tal, del comercio, de la libertad, y, en fin, de las
desigualdades naturales, porque si estas sub-
sistieran en cualquier forma, las odiosas jerar-
quias se establecerian nuevamente y con ellas
el predominio de imos hombres sobre otros.
lyUego hace falta para la organizacion cientifica
de la humanidad, organizacion destinada a con-
cluir con la guerra de los hombres y la anarquia
capitalista, no solo la igualdad civil, sino la
I
I.A MUERTE DEI. CISNE lOQ
igualdad econômica, siii la que, la primera y
aun la democracia misma, es un puro fantaseo,
y por afiadidura la igualdad moral, intelectual,
todas las igualdades. Y como la lucha entre los
hombres existiria aùn, mientras hubiera ambi-
ciones y egoismos, habrîa que suprimir los
egoismos y las ambiciones, 6 lo que es igual,
habria que suprimir la vida misma. Es un punto
de contacto curioso entre los ascetas y los comu-
: tiistas de todos los tiempos. Cômo las cerezas,
r que en tirando de unas vienen las otras detrâs,
[as enormidades traen las enormidades. Es lo
que acaece cada vez que la inteligencia, olvi-
iando que es la servidora del instinto vital, se
anza a construir castillos de abstracciones, en
juerra abierta contra la fîsica del aima y la
ôgica infalible de las realidades.
Muchas y muy sérias objeciones cabe hacer
la concepciôn marxista del dinero, de la mer-
;ancia, del capital, y mas aùn, a las tendencias
'atalmente niveladoras y utôpicas de la doc-
rina que esta en vîsperas de desquiciar el mundo
)urgués. Pero hay algo en que nadie ha par ado
niantes y que se me antoja realmente imper-
lonable en el sesudo Marx : es la incomprensiôn
lel valor divino de la moneda, después de haber
7
IIO lyA MUERTE DEly CISNE
comprendido su valor fisiolôgico, digâmoslo
asi, en el desarroUo orgânico de las sociedades.
Y, sin embargo, â lo que se me alcanza, solo
admitiendo que el Oro es el substratum social
de la voluntad de dominaciôn y que como tal,
se créa la ética que le conviene, es que podria
aseverarse que la filosofia y las instituciones
son las superestructuras de la economia, como
lo afirman, sin empacho, Marx y Engels; solo
reconociendo, con estoica resignaciôn, que el
Oro es el signo de la diosa guerrera, creadora
y destructora de la sociedad, y por lo tanto el
acicate del deseo de poder, es que puede resul-
tar cierto, y a que todos los brotes del carâcter
son obra de aquella, que la lucha de clases sea
la historia del mimdo, como el planeta, la vida,
el hombre y el pensamiento mismo son el pro-
ducto maravilloso de una lucha sin tregua ni
fin.
D
E modo, pues, que la Federaciôn Buropea
del sueno feérico y prosaico à un a de Hipolito
Dufresne, no se realizarâ por otros medios que
los empleados hasta ahora por las clases triun-
fantes para consolidar sus conquistas y estable-
cer su dominio; ni eliminarâ la vitanda lucha
entre los hombres, aunque suprimiera la lucha
econômica ; ni los libertarâ de esclavitudes fata-
les; ni por el hecho de equilibrar los bolsillos,
iiivelarâ los cerebros y las aimas. La sociedad
futura, en donde el gobierno de las cosas reem-
plazarâ al gobierno de las personas, gobierno
técnico y pedagôgico, reino ecuânime y omni-
nodo de la ciencia, que podrîa terminar como
^1 reino de la Razôn, prépara ya en las sombras
os instrumentes de tortura y disena las jerar-
112 IvA MUERTE DEI. CISNE
quias del nuevo imperio. En el altar de la diosa
Igualdad, a los pies del idolo populachero, empie-
zan a depositarse, como costosas ofrendas, las
suspiradas libertades 3^ los derechos sagrados
por los que ardorosamente combatiô la huma-
nidad, tan presto ilusa como desenganada. El
nivelamiento comùn, hecho al rasero de lo mas
inferior; la pobreza forzada y el trabajo obli-
gatorio, fundamentos fatales de la nueva orga-
nizaciôn colectivista, sobre relajar, como la
ética cristiana, los resortes de la voluntad,
matando el interés y el egoismo, y producir la
degeneraciôn y envilecimiento de la criatura
humana, dividiria la sociedad en dos ejércitos :
uno de funcionarios, la nueva aristocracia, y
otro de trabaj adores, el nuevo proletariado, sin
peculio, ni esperanza de obtenerlo ni libertad
de procurârselo. El Estado, con este ù otro nom-
bre, pensaria por todos, obrarîa por todos, acu-
mularia las magras riquezas que nadie tendrîa
interés verdadero en producir, porque « el hom-.
bre puede amar a su semejante hasta morir,
pero no hasta trabaj ar para él », como asegura
el mismîsimo Proudhon. Y aquellas riquezas
serian repartidas luego, segùn lo entendiera
una plaga de administradores, interesados,
I,A MUERTE DKlv CISNE II3
como es natural, en quedarse con la mejor
parte. lyos odiosos privilégies de las aristocra-
cias, le serian conferidos al Estado forzosa-
mente; a la omnipotencia de los mandarines,
seguirîa la omnipotencia del moiistruo frio, mas
absoluta aùn ; 3^ a la anarquia capitalista, otras
anarquias, otras pasiones invasoras, otras ambi-
ciones feudales, otros egoismos acaparadores,
otios intereses egoistas, otras formas de la
Voluntad, en conclusion, la que suministrando
secretamente los materiales para todas las socia-
les construcciones, y pasando al través de todas
las cribas de la lôgica, seguirâ trabajando, como
hasta aquî, la masa humana, por la guerra de
todos los instintos é intereses : el camino de
perfecciôn mas corto y cierto quizâ, para 11e-
gar prontamente a los movimientos ordenados
y la armonîa que, en medio de una lucha colo-
al, reina en la Naturaleza.
E
1, esfuerzo trâgico de la humanidad por
acordar las leyes del universo a los deseos ardien-
tes del corazon, no puede menos de terminar un
dia por la obediencia y adaptacion humildes
del corazon al universo. Mas ello sera, a todas
luces, el franco y decisivo advenimiento de la
moral de la Fuerza. Falta saber quién obede-
cerâ mejor sus reglas inflexibles : si el darwi-
nismo social y el idealismo nietzsquiano, sacri-
ficando las generaciones présentes a las futuras,
las masas a los aristos, y los débiles y lacerosos
a los robustos y viriles para embellecer a la
humanidad y llegar al superhombre, 6 el pia-
doso humanitarismo, luchando bravamente
contra la crueldad de la Naturaleza y de los
hombres de rapina, a fin de asegurar la vida
I,A IVUTERTE DBI. CISNB II5
y el bienestar de todas las criaturas, sin excluir
â los tristes depositarios de la fealdad, vileza
y degeneraciôn humanas.
Ambas sendas son lôbregas, temerosas y 11e-
nas de incertidumbres. Â cada paso surgen como
fantasmas, dudas torturantes. iBn virtud de
que ley, ya que el mundo, segùn todas las apa-
riencias no tiene ningiin fin racional ni le es
dado â la razôn imponérselo, puesto que ella
misma ignora adonde se dirige; en virtud de
que ley, repito, el présente, la ûnica realidad
sabrosa é indiscutible, sera sacrificada â un
futuro brumoso y metafisico, al modo que
antano los bienes terrenales â las promesas
célestes y las dichas quiméricas del otro mundo ?
^Bs posible que el genio de la especie 6 los mis-
mos mandatos de la diosa fiera, le impongan a
la humanidad aquel cruento deber? j^Cabe espe-
rar una nueva concepcion religiosa de la vida,
semejante â la gran ilusion cristiana, ô un idéal
neo-romântico que surja del descreimiento como
la pintada mariposa del gusano vil? Por otra
parte, léi triunfo probable de las utopias socia-
listas, en pugna con la sapiente crueldad de la
Naturaleza, no sera efimero y, en resumidas
çuentas, danoso para el aima? iha relajaciôn
Il6 I.A MUERTE DKlv CISNB
del egoismo y los resortes del querer, fatales en un
organisme social que suprime el instinto de domi-
naciôn concentrado en el Oro y al propio tiempo
la lucha de clases, signos de salud y robustez, no
traerâ aparejadas la decadencia, la podredum-
bre y, à la postre, la explosion de otros egoîs-
mos, tanto mas viles cuanto mas hipôcritas?
^Cuando el globo sea harto pequeno para con-
tener holgadamente a la Federaciôn Universal,
el hombre impulsado por las duras necesidades
de la existencia, no tornarâ a ser el enemigo y
el cazador del hombre? ^Y reduciendo tanta duda
y zozobra â lo esencial : la razôn frivola y volu-
ble puede reducir los apetitos y servirnos de
rodrigôn, siendo ella misma la esclava del deseo,
la victima de los sentidos y la proyecciôn de la
necesidad, ô es mas seguro ombrâculo y guia
el egoismo intégral, lobo hambriento convertido
en pastor del rebano?
He ahi los arduos problemas en que se ejer-
citarân en adelante la ciencia finita y la pacien-
cia inagotable de los sociôlogos. lyO visible por
el momento, para todo aquel que no tenga tela-
ranas en los ojos, es la lucha de los egoismos,
los cuales cambian de formas, pero no de esen-
cia, y la invariable é irrésistible propension de
LA MUERTE DElv CISNE II7
las clases a dominai. Siempre fué asî, aunque
los hombres lo ignorasen à veces, pero hoy es
asî con pleno conocimiento del hecho erigido en
ley. Poderosos y humildes glorifican la violen-
cia y pugnan por ejercerla, espiritualmente los
tinos, positivamente los otros. Ivos héroes de
Carlyle, las bestias de presa hiperbôreas de
Nietzsche, los eugénicos de I^apouge, los doli-
cocéfalos de los antropôlogos, los idealistas
anârquicos al modo de Gourmont, los indivi-
dualistas de cada época celosos de su yo, y, en
fin, los ungidos de los dioses de todos los tiem-
pos, tenderân fatalmente à apoderarse del
mundo y liacer de la vida « quelque chose de
fou et de divin )). Los pobres braquicéfalos, los
humildes marchands de marrons, los débiles
poseedores del triste don de las lâgrimas, los
que nacen esclavos de si mismos antes de serlo
de los otros y suman sus abulias para fabricarse
una voluntad, los que practican la moral del
caracol que esconde los cuernos para que no se
los rompan, y, en resumen, los hijos espiritua-
les de Rousseau y Marx, formarân la turba-
multa, sin freno religioso que la domine y âvida
con toda razôn, de justicia social, calma, goces
y bienes materiales. lyos unos defenderân con
Il8 lyA MUERTE DEt CISNE
las unas y los dientes sus conquistas econômi-
cas y con ellas los privilégies del Poder y la
alta cultura ; los otros pugnarân por destruir las
murallas de la construcciôn capitalista y asal-
tar los castillos de puentes de oro guardados
por los monstruosos dragones de Mammon.
Al pie de aquellos se librarân las grandes bata-
llas del porvenir.
El signo de los tiempos présentes, y lo que
puede servir al pensador de tela de juicio para
presagiar los partos del futuro, es que la dicha
y fortaleza buscadas por los hombres continua
y afiebradamente en las religiones, filosofias
y morales, a sabiendas ô no, impulsados ya por
el instinto materialote, pero seguro, y a por la
razôn vaporosa, pero inconstante y falaz, las
esperan hoy del jugo del planeta como a la
riqueza llama un filôsofo idealista. Inùtil es
indignarse... literariamente, a la manera de los
fraseadores de oficio, grotescos alucinados cuyo
destino lamentable es el de vivir confundiendo
eternamentelas vejigascon las linternas. Aquella
verdad salta a los ojos indiferente, inconmo-
vible, indestructible. Antes, pues, de prorrum-
pir en anatemas, tan furibundos como vanos,
y adoptar indignadas y teatrales actitudes, sera
LA MUBRTE DEL CISNE IIQ
bien preguntarse si no existen poderosas, supe-
riores y aun metafisicas razones para que asî
sea, y si, todo bien pesado y medido, no es mas
saludable que sea asî. Hase dicho que el anhelo
intimo y la porfiada voluntad del corazôn
humano, no es la ventura, sino la dominacion, no
la paz, sino la guerra, y que esta sola da vado
a los instintos invasores de aquél y le sirve a
una de hito y resorte propulsor. Aun pensadores
de légitima cep a rousoniana, reconocen con-
tritos la indole batalladora del excelso antro-
poide, y loan la violencia como una excelente
é insuper able disciplina moral. Y el Oro es el
habitâculo misterioso de la voluntad de domi-
nacion de los hombres y los pueblos. Como tal,
merece el respeto de las cosas sagradas. Esta
consideraciôn les brinda, aun a los espiritus mas
delicados y ansiosos de soluciones transcen-
dantes, la filosôfica ocasiôn de purificarse de
anejos prejuicios y reparar una grande injusti-
cia. Y si a tal consideraciôn se agrega el conven-
cimiento de que la lucha econômica transporta
por artes mâgicas al seno de las sociedades,
las condiciones ambientes del medio natural,
satisfaciendo con esa estupenda industria, los
instintos mas profundos y sanos de la especie
120
XA MUERTE DElv CISNK
humana, acabarân de disiparse las ùltimas nie-
blas del craso error, y hasta los peor dispuestos
comprenderân, sin asomos de dudas, por que « la
riqueza es moral », como decîa Emerson; por
que « la riqueza es la ocupacion de todos »,
como asegura el puro Gladstone, y por que « el
comercio gobierna al mundo », segùn afirma el
amillonado Carnegie.
SEGUNDA PARTE
METAFl'siCA DEL ORO
î
I
u.
N (( veneciano del estilo » — como Pela-
dân llama pintoresca y acertadamente à Saint
Victor, quien figura entre los contadîsimos escri-
tores que tuvieran de la significaciôn de la
Riqueza y la Finanza algunas exactas vislum-
bres — dice con su verba briosa, gallarda y mas
rica en valores subjetivos de lo que comùn-
mente se crée : « vSi la Economia politica tuviera
sus poetas, éstos podrîan cantar el largo y duro
martirio que ha sufrido el Dinero antes de 11e-
gar a la dominaciôn de la tierra. »
Todas las instituciones é industrias humanas
pasaron por largos cautiverios y terribles pnie-
bas, antes de ensefiorearse del mundo. Basta
observar las multiples metamorfosis, penurias
y malandanzas del mas humilde arte, comercio
124 ^A MUERTE DEI. CISNE
6 prâctica afieja, para percatarse de las infini-
tas depuraciones que sufren las cosas en los
hornos de la alquimia social, antes de merecer
la aprobaciôn solemne de la Vida. Pero el mar-
tirologio de la Riqueza, desde el pobre capital
inventive del homo Mousteriensis Hauveri, hasta
el acumulado en su castillo de las « Mil y una
noches )> por el mago de Menlo Park; las tor-
turas de la Finanza, desde los morosos cambios
de armas, especias, maderas olorosas y prcduc-
tos raros de paises remotos, hasta las vertigi-
nosas operaciones bursâtiles actuales; desde las
sitibundas caravanas de camellos que ponian en
contacto, tal cual vez, â los pueblos comercian-
tes, hasta las serpientes de métal y monstruos
marinos que ponen en circulaciôn las mercancias
de las ciudades y aldeas, y por medio del trâfico
las une â todas entre si mas intima y estrecha-
mente que pudieron hacerlo la sangre ô la reli-
gion, no tiene igual. lya historia de Mammon es
la mas aventurera y dramâtica de la historia de
los dioses. I^as maldiciones divinas y los anate-j
mas humanos, llovieron sobre él. Crueles flage-'
los ensangrentaron sus robustos lomos de pales-
trista. Sus devotos fueron en toda la redondez
de la tierra perseguidos, execrados ô expoliados
I
I,A IVIUERTE DEI. CISNE I25
I siempre como représentantes tipicos del egoîsmo
y enemigos natos de la fraternidad. Y en el
fondo, los sacerdotes y ascetas ocupados en la
gran falsifîcaciôn idealista, no se equivocaban :
navegantes osados, astutos mercaderes, usu-
reros voraces poseîan los secretos del lucro, de
la dominaciôn y tendîan, como los grandes capi-
tanes por medio de las armas 6 los sofistas por
medio del discurso, a acaparar y oprimir. Ivos
peligros de los mares ignotos, los azares de las
rutas inciertas y temerosas, las luchas del comer-
cio les afinaba la inteligencia y el sentido de lo
real, robustecîa los mùsculos en mil peliagudas
gimnasias y hacia de ellos concurrentes temibles,
y como taies, odiosos. Bran como los fermentos
del mal en la levadura del pan eucaristico; los
depositarios vnlgares de la fuerza interior, que
segùn Ferrero, « obra continuamente en las
disposiciones intelectuales y morales de los hom-
bres », y los obliga en cada época a crear nuevas
riquezas é ideas, y a destruir los estrechos casi-
lleros de las viejas costumbres, en que no enca-
jan ya, ni sus apetitos ni sus ambiciones. Ksa
fuerza interior misteriosa, que otros nombraron
antes, sin conocer su esencia ni explicarse su
papel, fluido divino, voluntad, instinto vital, lo
126 I.A MUBRTE DKlv CISNK
inconsciente, formas y derivaciones, en suma,
mas ô menos complejas y sutiles de lo que les
modernos mecanistas llamarian acaso la ener-
gîa, es la que se concentra en el Oro, aunque no
se den cata de ello Marx y Engels al hacer de
las luchas econômicas el principio generador de
la historia...
Con aquellos mercaderes, entraban y se hacîan
cada vez mas prépondérantes en las colmenas
humanas, las substancias explosivas de las revo-
luciones sociales : las ambiciones de gozo, lujo
y dominaciôn, que Tito lyivio, el viejo Hora-
cio y Séneca en Roma, como antes en Grecia
Theognis, Aristôfanes y Platon tuvieron y con-
denaron por corruptoras, puesto que destruian
los usos y sentimientos consagrados por innù-
meras generaciones ; pero que el mundo moderno,
necesitado de actividades productoras y cons-
tante transformaciôn, se inclina a considérât,
en conjunto, como elementos gêner adores de
progreso, a causa, precisamente, de que despier-
tan los apetitos dormidos, espolean las energîas
y son venero de producciôn de riquezas y reno-
vaciones saludables, sin lo cual, es cosa sabida,
que las sociedades consumen sus ahorros y
declinan fatalmente.
L
rAS virtudes tradicionales de los pueblos
pobres y austeros, virtudes destinadas a fla-
quear como la inocencia paradisiaca de nues-
tros primeros padres al pie del Arbol del saber,
no habîan terminado su cometido y tenîan
algo que pergeiiar aùn, cuando los factores eco-
nômicos hicieron su irrupciôn bârbara y empe-
zaron a modelar a su antojo y abiertamente las
80ciedades. Bn secreto lo habîan hecho siempre,
porque siempre los hombres rineron por un
trozo de pescado crudo, cocido 6 en salsa. Pero
los antiguos no podian reconocer de buen ta-
lante el advenimiento oficial de Pluto, del dios
revolucionario, que amenazaba destruir las
instituciones civiles y religiosas, y a la par de
ellas, los privilegios de las aristocracias secula-
128 Î.A MUERTE DElv CISNE
res. Era « el vencedor, cubierto de sangre y que
arrastra en su cortejo triunfal, un rebafio de
vencidos y esclaves, encadenados a su carro de
guerra. » Llegaba produciendo mil cataclismos
y desquiciândolo todo : destruia las viejas jerar-
quîas, libertaba a los esclaves, ennoblecîa à los
plebeyos, envilecîa a los nobles y daba pâbulo
a mil actividades desconocidas, a mil costum-
bres nuevas y a una nueva mentalidad. No hay
sino considérai las reformas de Solôn y Servius,
para darse cuenta de la magnitud de las revo-
luciones sociales que siguieron à la apariciôn
del dinero como Majestad en Grecia é Italia,
cinco 6 seis siglos antes de nuestra era. Aun
resuenan, repercutiendo de edad en edad, los
lamentos é invectivas de los poetas contra la
confusion de razas que traîa consigo las bodas
de los nobles arruinados con las plebeyas adi-
neradas. Bntonces, como en la magnifica corte
del Rey Sol, como ahora, hubiérase podido repe-
tir en ciertas ocasiones la graciosa y cînica frase
de madame de Grignan disculpando à su hijo
de haberse casado con la rica heredera de un
fermier : « las mejores tierras necesitan, de
tiempo en tiempo, un poco de abono ». La
riqueza empezaba a conferir los ranges y las
I.A MUERTK DEI< CISNE 129
dignidades en la sociedad y hasta en el ejército,
como antes la religion y la sangre. Un personaje
de Euripides, a quien le preguntan de que ori-
gen es cierto sujeto, contesta : « Rico, son los
nobles de hoy ». Y lo eran de fijo, los plutôcra-
tas que sabîan enriquecer las ciudades con el
comercio y defender las riquezas en los campos
de batalla ; lo cual no fué parte à impedir que los
Polibios y Cicérones lamentasen acerbamente la
relajaciôn de los lazos sociales, la perversion de
las costumbres, el lujo, la molicie, la gula, la
avaricia, y, mas tarde, las sangrientas luchas,
terminadas a veces por terribles hécatombes y
degollinas, entre senores y esclavos, patricios
y plebeyos, ricos y pobres, en fin, con que se
inicia el reinado del dios que habîa de ser luego
tan amante de la paz. Séneca, moralista estoico,
no exento, sin embargo, de concupiscencia ni
codicia, clamaba airado : « Es el dinero que revo-
luciona los forums, que précipita las turbas hacia
los tribunales, que arma a los hijos contra sus
mayores y fabrica los venenos; por él los reyes
roban, mat an y, à fin de descubrirlo entre las
ruinas, destruyen ciudades que largos siglos de
esfuerzo levantaran ».
Resistiendo à su influjo, en apariencia funesto,
130 I.A MUERTE DEIy CISNE
aun sin traer a colaciôn los horrores de la guerra,
pues que destruîa las augustas construcciones
religioso-militares, los moralistas defendian el
patrimonio social, la civilizaciôn propia contra
las invasiones de los bârbaros que pretendian
imponer la suya. Por razones faciles de com-
prender, solo percibian los miasmas deletéreos
que la riqueza produce al estancarse y que es
como el exceso del bien, semejante, en cierto
modo, a los excesos no menos malsanos de la
cultura, la moralidad 6 del arte. I^a economia
politica y la ciencia social estaban por nacer,
y la severa Clio en panales no habia descubierto
todavia los genios que presiden el misterioso
trabajo de las civilizaciones, ni las leyes que
rigen la producciôn y el cambio de las riquezas,
verdaderos sistoles y diastoles del corazôn del
mundo. A esto sera bien agregar, que el hijo de
Jasiôn y la blonda Demeter, « engendrado en
una tierra très veces labrada )>, no producia
entonces, como ahora, el desarrollo de tantas
actividades benéficas. I^as hechuras de Pluto,
las ambiciones voraces, aparecîan como con-
trarias al orden social establecido y la tranqui-
lidad de las clases dirigentes; las voluntades
que, endurecidas y afiladas en el comercio y la
I,A MUERTE DEI. CISNE I3I
f I industria, iban derechas a dominar, incomoda-
ban y constituîan una amenaza, un peligro : no
fieran fraternales, traian la discordia, la guerra
il y contrariaban la obra pacificadora y ener-
, î vante de la civilizaciôn, quintaesenciada en los
préceptes galanos que, plâcidamente, caminan-
do por prados floridos, caian de la boca de los
maestros y recogîan, avides de amoroso saber,
efebos graciles y desnudos.
c
'0NSIDERAND0I.0 atetitametite, ocurre pre-
guntarse si quizâ el odio a la Fuerza invencible y „
su heredero el Oro, en que rematan las religiones, I
filosofîas y morales después de Platon, a quien
tan duras invectivas le merecieron las clases
adineradas, no es el sîntoma tipico, aunque inad-
vertido para el poeta de « Zaratustra », de la
reacciôn de los débiles contra los fuertes, dic-
tada por la urgentisima necesidad, de que nos
da senales inequivocas la doctrina cristiana,
de atenuar la virulencia del egoismo nativo y
corregir los abusos naturales, pero anti-sociales
de los poderosos, a fin de hacer posible la vida
comùn y la santidad de la existencia.
El amor de la riqueza, la Riqueza en si, es
la objetivaciôn condensada y cabal del egoismo,
LA MUBRTE DEIv CISNE I33
hostil al renunciamiento, a la generosidad inû-
til, a los idéales humanitarios ; hostil a lo que
no sea el interés genuino y vital de las criatu-
ras. Bsto explica de sobra los maies que causa
y su condenaciôn por los santos varones, sobre
cuyas testas sin fiebres y que ignoran la razon
fisiolôgica de los fenômenos sociales, desciende
majestuosamente, como sobre Parsifal, la blanca
paloma del espîritu de Dios, cuando el hombre
simple, por un prodigio de la fe, hace resplan-
decer de nuevo la sangre de Cristo en el vaso
sagrado del Graal. Pero el egoîsmo, por otra
parte, es la fuerza, el nervio, el jugo de la volun-
tad; es, en cierto modo, la virtud humana, lo
:ual explica, no menos cumplidamente, su
triunfo en el mundo y rehabilitaciôn por los
fervientes de la Vida y la moral del esfuerzo
:riunf ante y creador . Mas esto atane a los sociô-
ogos de novisimo cuno, excitadores y organiza-
lores de los egoîsmos desvirtuados por las dul-
:uras de la civilizaciôn, no a los moralistas de
ieja cepa, de industria adormecedores, cuando
10 destructores de aquellos egoîsmos, como
umplia, hasta cierto pimto, en las épocas en
[ue el animal humano era demasiado bravio
' acometedor. , .
134 ^^ MUERTE DEI^ CISNE
lya obra del cristianismo, como antes la del
budismo en la India, fué amansarlo, introdu-
ciendo en el tumultuoso corazôn de la bestia
el desinterés y la piedad. Y en efecto : la anti-
patîa hacia las voluntades sobrado dominado-
ras se acerba, acrecienta y desborda como un
rîo que recibe copiosos é inauditos afluentes,
después que Jésus ensena el estrangulamiento
del deseo y el horror de los bienes terrenales.
« Vosotros no podéis amar al mismo tiempo a
Dios y a Mammon », dice en el « Sermon de
la Montana », y tal repiten contritos, apôsto-
les, frailes descalzos y doctores de la Iglesia en
la larga noche medioeval, noche de pesadillas
tenebrosas y macabras, de visiones terrificas,
fugaces luminosidades de fuegos fâtuos y peren-
nes sombras, cuyo misterio aumentan el mur-
mullo de las plegarias y los gemidos dolientes
al pie del confesonario. Diriase que, llenando de
liorrores y pavuras la existencia, iban a desce-
par del aima el sentimiento de las realidades y
el apego de todo bien. Dios y Mammon no cabian
en el mismo plato. Uno era la negaciôn, el otro
la afirmacion del mundo que urgia destruir
como hechura del demonio.
La mala conciencia, como un murciélago fati-
I,A MUBRTE DEI. CISNE 135
dico, revolotea en torno de las aimas. « Êpoca
exquisita y dolorosa para los artistas », asegura
Huysmans, un fino conocedor de la voluptuo-
sidad del pecado y del cilicio. Se vive en una
pur a y angustiosa zozobra, con los ojos vueltos
hacia las soledades del cielo, y las flacas y pâ-
lidas manos se juntan unanimes en demanda
de perdôn. El goce, el amor, la vida, y, particu-
larmente, el Oro, en el que se resumen todas las
concupiscencias, son engendros satânicos. An-
sias locas de purificarse y morir, agitan los pe-
chos hundidos por la devociôn y las peniten-
cias. Y asi, como esos lirios que brotan en las
sepulturas, nacen en las conciencias atormen-
tadas, el desdén de las realidades, el desprecio
de los bienes positivos y la economîa céleste,
que solo régula las relaciones misticas de las
criaturas con el Todopoderoso sin curarse de
nada mas. ^iPara que? I^o importante es la salva-
ciôn de las aimas : el resto, es asunto de poca
monta. I^as sociedades hambrientas se nutriran
como los pâjaros, « que no siembran ni recogen»,
de lo que Dios les dé. El estado idéal sera la
pereza noble, la mendicidad santa, la ausencia de
todo deseo egoistico y de todo apetito carnal,
bien que a veces, apurados por necesidades terre-
136 I.A MXJERTE DEI. CISNE
nas y fatalidades fisiolôgicas, papas âvidos y con-
cupiscentes, como los del siglo VI; ambiciosos
patriarcas, como los de Alejandria, y caballeros
andantes, como los templarios, se dieran en
cuerpo y aima a la conquista de la riqueza y al
demonio de la dominaciôn. Papado, guerras reli-
giosas, polîtica eclesiâstica y los concilios, que
se transforman en campos de batalla de los ardo-
res menos mansos y evangélicos, muestran la
flagrante contradiccion de la metafisica cristiana
y las necesidades de la existencia. Solo tran-
sando y deformândose mùtuamente, han podido
vivir codeândose durante el largo periodo que
empieza con la revoluciôn mistica del cristia-
nismo contra el materialismo pagano y con-
cluye impensadamente con la revoluciôn mate-
rialista de los proletarios contra todas las teo-
diceas, éticas é ideologîas. Ayer las miradas y
las aspiraciones, atravesando la pupila ojival,
iban al cielo como las gôticas fléchas de las cate-
drales; hoy la humanidad, anemiada por los
ayunos y penitencias y deseosa de retemplar
su ânimo con la alegria de vivir, vuelve los apa-
gados ojos hacia la tierra fecunda que produce
las flores aromadas y el rubio trigo. \ Dramâtico
contraste ! El explica lo que va del Dio« ciego
I,A MUKRTE DKI. CISNE I37
y ventrudo, satirizado por Aristôfanes y lyU-
ciano en sendos poemas, al magnifico Pluto de
Goethe, cuyo carro triunfal conduce la « Pro-
digalidad, la Poesîa; lo que va del bonete irri-
sorio del judîo, escarnecido y confinado en la
prisiôn del Ghetto, como una alimana vil 6
sanguijuela chupadora de la sangre noble, a la
corona de oro macizo de los reyes yanquis, que
tiran millones al viento con el majestuoso ade-
mân del sembrador lanzando la simiente, y
hacen brotar ciudades y vergeles en los desier-
tos âridos; lo que va de Shylok y Harpagon a
Morgan y Carnegie; lo que va, en fin, de la
sociedad de niendigos de San Juan Crisôstomo,
el amor de la Pobreza del serafin de Asis y la
vida pénitente de los anacoretas y ermitanos al
determinismo econômico, las doctrinas nietze-
quianas y la religion de la Vida.
A.
.UNQUB en realidad fuera el primer incen-
tivo del deseo, teôricamente el Oro es la cosa
maldita. Durante luengos siglos el desprecio de
los bienes terrenales, que apunta en las viejas
religiones, exceptuando las que fiorecieron con
los olivos de Grecia, informa los morales idealis-
tas, pasa al arte, a la literatura, à todo lo que
toca â la inteligencia y el aima, y se dirige fran:
camente contra lo mas impuro y terrenal, por
ser, sin duda, la materializaciôn de los deseos,
pasiones é instintos mas intrinsecamente huma-
nos. Si; teôricamente el dinero es la cosa mal-
dita. Kspecular, enriquecerse, son invenciones
de Mara, segùn los discîpulos de Buda; inven-
ciones de Satan, para los cristianos : un pacto
con el demonio, para todos las criaturas hiimil-
I,A MUERTK Dm, CISNE I39
des y temerosas de Dios. Como la Fuerza, es el
Oro el enemigo del Amor. « Saldrâ de la obscura
tierra iina cosa que pondra a toda la especie
humana en peligro de muerte; que inspirarâ
infinitas traiciones, robos y perfîdias, arrebatân-
dole la libertad a las ciudades y la vida a los
individuos. iCuânto mejor no séria que volvieras
al infierno, oro, monstruoso elemento ! » clama
el gran I^eonardo con el ciego furor de un apôs-
tol de la pobreza, él, que en plena obscuridad,
tuvo tan luminosos atisbos y fué sabedor de
tantas cosas. Y como él, nadie barrunta las fuer-
zas maravillosas que duermen en el corazôn
del dios ciego como Kros, esperando la voz tau-
maturga que le ordene producir los modernos
milagros. Bl desinterés de los filôsofos y sacer-
dotes de la falsificaciôn idealista, corre parejas
con el inflamado ascetismo de los monjes que,
por pura penitencia y mortificacion de la carne,
se emparedan, viviendo entre inmundicias de la
limosna pùblica, déjanse desecar los miembros
ô comer por los piojos, los gusanos y la mugre.
Vivir en el desprecio del mundo es el pinâculo
de la sabiduria; desdeîiar las riquezas y las
actividades renumeradoras, es vivir fîlosôfica-
mente. Hasta muy entrada la edad moderna,
140 lyA MUKRTK DEI. CISNK
el pùlpito, la câtedra, el libro vomitan airados
las mas rotundas invectivas contra la sed de
lucro y las ambiciones interesadas. El dinero
no pierde su olorciUo de azufre. Poetas parasi-
tes de los grandes senores; hidalgos orgullosos
y famélicos; los inutiles de todas las profesio-
nes y los incapaces del largo y paciente esfuerzo
que exigen los favores de la Riqueza, la insul-
tan y escarnecen llenos del secreto rencor de
los amantes desdenados. Y la sempiterna incom-
prensiôn de la engolletada y casquivana Ivite-
ratura, llega hasta nuestros dias con la maldi-
ciôn de Alberich, a pesar de tener delante las
maravillas realizadas por la virtud del Oro,
entre las que podrian contarse, aunque inaca-
badas, la paz del mundo y la union del génère
humano.
I/OS miseros vâstagos de Bucaret, Harpagon
y Mercadet pululan en las piezas de teatro y
novelas contemporâneas, y, sobre todo, en la
producciôn literaria francesa, como correspon-
dia, por légitime é indiscutible derecho, al pue-
blo mas idealista, razonante y amoroso de la
pluma caballersca de Bnrique IV y del penacho
fantasioso de Cyrano de Bergerac. « I^as peque-
nas fortunas se hacen de vilezas, las grandes
I.A MUBRTE DKI. CISNE I4I
de infamias », decia en serio el admirable Bec-
que. Afirmaciones semejantes, y aun mas subi-
; I' das de punto, son el pan cotidiano entre las gén-
ies de letras. A creerlos, todo comercio séria
una maniobra obscura y vil; todo hombre de
negocios, un truhân vendedor de negros, como
el respetable personaje de « La Petite Noémi ».
Es cosa admitida que, « on ne devient riche
sans se salir un peu », y que, como quiere Bloy,
« el Dinero es la sangre del Pobre ». Huys-
I mans, otro monje iracundo, prétende que es
un elemento misterioso, cuyo poder sobre las
aimas no puede explicarse sino atribuyéndole
una naturaleza diabolica. Y en esta catôlica
concepciôn se complacen, no solo los poetas,
mas los filôsofos como Finot, que compara los
halagos de la riqueza, que no satisfacen jamâs,
a las caricias glaciales del diablo, cuyos besos,
segùn confesiôn de las embrujadas, hielan de
I espanto.
L,
(OS adobes y afeites de la literatura, le pres-
tan empaque mefistofélico al rostro simple y
bonachôn del comerciante, y hacen de este, que
tiene mas de Sancho que de Borgia, la antitesis
de las virtudes cristianas, la encarnaciôn de los
apetitos groseros, el espiritu del mal. Sin em-
bargo, los viles mercaderes permanecen sujetos
aùn a las reglas y cadenas morales de que ale-
gremente se libertaron ha tiempo los artistas.
 muchos les sorprende, sin duda, que los reyes
de la Boisa no traspasen ostias sagradas haciendo
cabalisticos signos, ni sacrifiquen tiernos infan-
tes los viernes santos, como sus congénères los
perros judios de antano, perseguidos en todos
los paises, robados, sacrificados por millares y
quemados en todas las hogueras, mas que por
I,A. MUERTE DEIy CISNE I43
herejes, por conocer los secretos del lucro, su
gran hechiceria.
|[ lyos curiosos é infantiles personajes de « I^es
' Effrontés » « I^es Corbeaux », « I^es affaires
sont les affaires », y « I^' argent » ensenan que
el patron literario del financista no ha variado
i|desde Shakespeare, Molière, I^e Sage y Balzac
ijâ Augier, Becque, Fabre y Mirbeaux. Es un
^1 ejemplo, digno de rugar las frentes pensativas,
h de la extraordinaria ininteligencia de los reto-
i res para comprender y aquilatar la fuerza y
ilhermosura del ùltinio sîmbolo. Bien es verdad
1.
que el literato, fuera del mundo de la ficciôn,
es un hombre incomprensivo y estùpido. Diriase
[que, à fuerza de vivir con el 01 do atento a las
ij misteriosas campanas de la Ys interior, hubiera
perdido la facultad de entender los himnos gozo-
sos de las realidades, que pasan como una teo-
ria de sonrientes virgenes, cargadas de frutos
T coronadas de flores. Esta inferioridad, esta
; ineptitud conmovedora, pica en grotesca cuando
se trata, no de filosofos ajenos a los vanos rui-
dos del mundo 6 de poetas embebecidos en sus
encantadas imaginaciones, sino de moralistas
de teatro, mundanos y escépticos; que compren-
den y disculpan las flaquezas humanas, sonrien
I
144 ^^ MUERTE DEr< CISNE
benévolos a la voluptuosidad y al vicio y solo
se vuelven intratables al juzgar los pecados aus-
teros de los adoradores de Pluto. Tal el amable
Capus, que cito precisamente, por no tener nada
de un severo moralista, ni ser un sistemâtico
detractor de los vientres dorados, como el obtuse
y puéril Fabre. Su comedia « I^es Deux Hom-
mes )), nos muestra para condenar à una y enal-
tecer la otra, la oposiciôn de dos morales : la
del delicado Delange, quien a causa de su tem-
peramento poco heroico, en verdad, gusto del
pasado y educacion caballeresca, se siente ven-
cido antes de luchar, y espéra noble y elegan-
tamente que los apaches vengan a arrancarle
los ùltimos sous que le quedan ; y la del arrivista.
Champlin, sujeto vulgar, envilecido, como no
podia menos de ser, segun el prejuicio literario
por la sed de riquezas, lujo y goces materiales.
Y bien, hablando con franqueza y lealtad,
Delange, el noble Delange, el personaje simpâ-
tico de la pieza, pertenece a aquella dilatada
estirpe de idealistas imbéciles que otro idealista
de mas enjundia y garra, Barrés, aconseja
enviar al matadero. Bs precisamente lo que
hacen los hados cuando el sibarita décide, en
un viril arranque, bajar a la arena, lanzarse a
LA MUERTE DEI. CISNE I45
la lucha, envilecerse en la Boisa. Parece resuelto
â ser un hombre terrible. Sin tomarse otro tra-
bajo que el de seguir las indicaciones de un mal
consejero, interesado en arruinarlo, el buen
Delange hace una jugada infeliz y pierde, como
era lôgico, obrando con tan poco seso, lo que le
resta de su menguado peculio. Y basta, ya ha
hecho todo lo que habîa que hacer para ablandar
la esquiva suerte; ya ha dado la medida de sus
fuerzas y toma una actitud resignada para
morir. Como se ve, la odisea de su energîa no es
muy famosa. Champlin es harina de otro costal.
Se agita, sufre, lucha; quiere vivir, vencer,
gozar y, como el doctor Fausto, « ver a sus pies
la nave rota y hundida ». A pesar de todo, no es
tan bajo ni ruin como parece. I^a ganga de sus
sentimientos groseros, contiene las particulas
de oro de una ambicion generosa y audaz. Co-
rregido de sus vicios, la humanidad podrîa espe-
rar algo de él. Su egoîsmo puede ser fecundo. Bl
desinterés de Delange sera siempre estéril.
Harta razon tiene Champlin cuando le dice al
que, entre paréntesis, prétende arrebatarle, no
la boisa, sino la mujer lo cual, a lo que parece,
es mas Hcito y noble : « Con vuestras ideas no se
trabaja, no se obra, no se funda nada, no se créa
9
146 I,A MUERTE DEI. CISNE
nada; solo se llega a ser un inùtil y un egoîsta ».
Bien dicho. Sin embargo, después de esta inu*
sitada vislumbre, el autor rinde parias nueva-
mente al prejuicio literario y al sentimentalisme
del pùblico. I^a pieza termina asi : « Champlin
sera rico : j pobre muchacho ! » Por donde se
colige que )a riqueza es una especie de maldi-
ciôn.
Y,
el sentimiento es gênerai. No recuerdo
haber leîdo novela de la indole de « Un homme
d'affaires » de Bourget 6 de « ly'Or » de Margue-
ritte, sin contar muchos tomos de la « Comedia
Humana »; ni visto pieza, como « I^a Question
d'argent », donde la filosofia del autor se tra-
duzca de otro modo que enalteciendo a los sen-
timentales y condenando a los viriles (i). Por-
que lo vituperable é innoble, como en el teatro
de Fabre, résulta que no es la ambiciôn exclu-
siva de lucro, la torpe avidez de los hombres de
iiegocios; mas la ambiciôn en si, la voluntad
dominadora, el espiritu de empresa, el amor de
I.a lucha y la aventura y lo contrario de las vir-
(i) Estas paginas fueron escritas antes de aparecer « I^e Trust > de
P jLdam.
148 I.A MUKRTE DEIy CISNB
tudes élégantes, contemplativas, que merecen
los aplausos de las aimas nobles.
Aunque simple y pecador, paréceme que esta
suerte de propaganda, digna del poeta de las
Florecillas 6 de los ascetas de la India, que aùn
se acuestan sobre colchones de clavos y viven de
la pùblica caridad, es la que menos conviene
a un pueblo excesivamente galante, sentimen-
tal, artista, pero nada sobrado hoy de energîas
viriles, j Mas que séria, sin taies arrestos de desin-
terés, del amor de las actitudes estéticas y de
los bellos discursos que tanto amamos los lati-
nes; particularmente los mas enfermos de ese
mal misterioso y baladi que se Uama la litera-
tura ! He ahi por que el viejo prejuicio contra
las actividades interesadas y especialmente con-
tra el lucro, desvanecido en casi todas las cla-
ses sociales, signe arraigado 3^ vivaz entre las
gentes de letras. Ya se sabe que ello es pura
retorica; tema susceptible de dar pie a elocuen-
tes volteos verbales ; pero aun asî, tanta ceguera
y obstinada persistencia en un error, compren-
sible en la antigiiedad, donde la riqueza era a
veces corruptora, pero sin disculpa en las civi-
lizaciones actuales, que han menester de los
alados pies de Hermès para no quedarse reza-
I.A MUKRTE DEI, CISNE 149
gadas, debe de obedecer a razones profundas,
aparté de indicar la poca aptitud de los irrealis-
tas para comprender el mundo moderno y tra-
ducir la acerba inquina de los hombres de pluma
por los hombres de espada, de los rêveurs por
los agisseurs. Bs una especie de odio sacerdotal.
Quizâ retores y liumanistas, représentantes
tipicos del espiritu clâsico y de la disociacion
ideolôgica, se sienten amenazados en sus privi-
legios de clase pensante — como antes las aris-
tocracias histôricas por las actividades econô-
micas que tendian a destruir el dominio secular
de aquéllas — y lamentan la agonîa de un mundo
encantado que, como hechura propia, les era
tan dulce y favorable; quizâ niegan las aptitu-
des que no poseen y contra las cuales no pueden
luchar victoriosamente. En cualquier caso, la
condenaciôn implicita 6 categorica de la vida
moderna y las virtudes necesarias del momento,
tan nobles y utiles como lo fueron en el suyo las
encomiadas en la « Imitacion de Cristo » 6 los
libros de caballerias, implica en los que la for-
mulan de una ù otra manera, la incapacidad de
adap tarse al nuevo ambiente, y es como la dolo-
rida protesta de los que van a morir...
A
pesar de la manifiesta kostilidad de los
représentantes del intelecto, la Vida, disfrazada
con los mil antifaces del deseo y de la necesidad,
seguia incubando la formaciôn de la Riqueza, y
esta, a su turno, en secreto, pero tenazmente,
modelaba las aimas con sus dedos de oro y reu-
nîa en una lucha trâgica, sin tregua ni término,
los inmensos materiales de las grandes civiliza-
ciones. I^a Riqueza, aunque por modos invisi-
bles a veces, fué y signe siendo la musa del
mundo. El salvaje que descubre los primige-
nios secreto s del fuego y de la simiente, de la
industria y la agricultura, y el ingeniero que
aplica la quimica a la agricultura y la industria,
obedecen a la misma ley é idéntica inspiraciôn.
Estas van mas alla de los limitados horizontes de
i
IvA MUERTE DEI. CISNK 151
la lucha por la existencia, del interés de los uti-
litarios y del mismo placer de los epicùreos;
arrancan de la noble ambiciôn de conquistar
el iiniverso, a que obedecen por naturaleza y
secretamente los elementos, las flores, los hom-
bres, las sociedades. I^a cosa maldita, la cosa
vil : la Riqueza, es acumulaciôn y conservaciôn
de voluntad, como la ciencia es acumulaciôn y
conservaciôn de pensamiento. El poder diabô-
lico del dinero, aborrecible é inexplicable para
los moralistas, viene, sin duda, de que es el
signo de aquella voluntad preciosa. Por eso
delante de él, quieras que no, todo obedece, y
hasta los mismos dioses bajan la cerviz y doblan
las rodillas. Y por la misma causa seguramente,
cuando una clase social como la burguesia, se
hace, por instinto, la ejecutora del deseo de poder
impuro, pero fecimdo, contenido en el Oro,
remueve y transforma, como por encanto, la
inteligencia, el corazôn y el aima del hombre;
triplica sus facultades y alientos con el acicate
de todos los apetitos; rompe las cadenas feu-
dales, murallas de la China y diques religiosos
opuestos à la expansion soberbia de la fuerza
humana, y lanza millones de voluntades, antes
pasivas y estériles, al rudo y mortal combate...
152 I.A MUERTK DEI. CISNE
que produce los bienes de la tierra y las magni-
ficiencias de la vida. Espoleada por su calentu-
riento afân de posesiôn, que muchos llaman
torpe y funesto y que habria que llamar di-
vino, la burguesîa, la clase mas revolucionaria
y por lo mismo la mas progresista, perfora ô
parte las montanas, que muestran sin dolor
la carne viva de sus filones de piedra; abonda
y ensancha el cauce de los rios ; surca el planeta
de carreteras pulidas como la plata y venas de
hierro por las que corre la rica sangre del mun-
do, y vivientes alambres, y liquidas caminos de
zafiro y esmeralda, llevando por doquier, junte
con las mercancias, la competencia y la lucha
econômica, las ideas, los sentimientos y las
esperanzas de los paises mas remotos. Asi se
fecundan mùtuamente las aimas de los pueblos
que no se conocen. Es la guerra, pero también
es la paz : la burguesia suprime las fronteras y
une à los hombres. Nada le résiste. En un peri-
quete destruye las antiguas formas de la pro-
ducciôn que, insegura y torpe, arrastra los pies
como una vieja centenaria, y a la par de ellas
destruye también las relaciones humanas por la
produccion establecidas en gran parte. Y créa
los prodigios de la grande industria, los milagros
I,A MUERTE DEI. CISNK 153
del maquinismo, el mercado universal, donde,
fuerza es confesarlo, todo se vende y todo se
compra, sin exceptuar las funciones mas cons-
picuas y vénérables, pero donde todos saben
también a que atenerse por conocer el precio de
las cosas, sin excluir el precio deldesinterés...
Nadie pide cotufas en el golfo de los egoismos
humanos, que es mejor admitir 3^ conocer que
no disfrazar hipôcritamente, pero ello no veda
' canalizar estos ùltimos hacia el altruismo, —
que es una forma superior de aquellos — y el
bien de las sociedades. Sin embargo, moralistas
y sociologos hay que imputan a la burguesîa,
entre otros horrendos crîmenes, la falta de idéa-
les generosos y el haber reducido los lazos de la
familia y las relaciones de los hombres a puras
operaciones aritméticas. Falso. Ella ha tenido
el magnifico idéal de la abundancia de pechos
inagotables ; el culto de la vida intensa, desbor-
dante de fuerza y hermosura; la moral de la
lucha, que fortifica y ennoblece. No ella, sino
la ciencia, la filosofia y la historia han hecho
ver la urdimbre de sentimientos interesados que
constituyen la trama de la vida. lyO que hizo la
burguesîa, empujada por fuerzas fatales, fué
sustituir la franqueza a la hipocresîa, desen-
9.
154 ^A. MUKRTK DEI, CISNB
mascarar los intereses, libertar los egoîsmos, dar-
les libre escape ô juego a los instintos domina-
dores, los mas vitales y sanos en el fondo, para
domenarlos, servirse de ellos sabiamente, como
los marinos se sirven de las corrientes y los vien-
tos, y convertirlos en colaboradorcs suniisos
del progreso universal. Gracias a la virtud
mâgica de esos egoismos é intereses, condena-
dos con palpable contradiccion por los mismos
profetas del determinismo econômico, desapa-
recen de la tierra los desiertos hostiles y tam-
bién los pâramos donde reina la Muerte blanca ;
los atajos ariscos y temerosos, se convierten en
carreteras arboladas; las chozas humildes, en
palacios suntuosos; las aldeas misérables y
somnolientas, en ciudades inmensas como el
mar y bullentes como él. Comparândola a otras
edades que conocieron los espectros del Ham-
bre, de la Peste y del Terror, la era capitalista
transforma la miseria en riqueza, el dolor en
alegria, la esclavitud en libertad. BUa ha puesto
al alcance de los humildes una gran cantidad
de bienes y goces que antes les estaban veda-
dos. Sus mismas imperfecciones y vicios llevan
en si los gérmenes de futuras reivindicaciones
sociales. Estas se producirân a su tiempo y
I,A MUERTK DKI. CISNE 155
quizâ de un modo contrario a lo previsto por los
arùspices de la ciencia social : de un modo anti-
racionalista y anti-humanitario. I^a acumula-
ciôn capitalista produce ya, sin quererlo, la
asociaciôn, la cooperaciôn, la reparticiôn de
capitales; la lucha de clases, tan maldecida, el
vigor de todas ellas y la liber acion lenta, pero
segura de las explotadas. Pero la burguesîa
hace mas : su gran obra, su obra diabolica, su
misiôn divina, es la de convertir precisamente los
sentimientos vagos, los deseos puériles y las
nostalgias enfermizas del idealismo en ambicio-
nes audaces, en voluntad concreta de dominio,
en afân de lucro, en fiebre dorada, que se comu-
nica, como el fuego griego é inflama al mundo,
engendrando mas fuerzas y produciendo mas
maravillas en solo un siglo, que pudieron acu-
mular juntas las pasadas gêner acionea en los
siglos restantes.
He ahi su crimen radioso, su vergiienza y su
gloria.
Y todo ello, no por razones sociales, sino por
razones metafisicas : por haber escuchado los
eternos mandates de la Divinidad en el aima
heroica d«l Gro.
s
IN caer en alambicadas sutilezas ni picar en
sofista, podrîa aseverarse que el tenebroso paren-
tesco de la fuerza y lo divino, existe tambien
entre el Oro y la Fuerza. Como esta, de quien
es legitimo heredero, el Oro inspira el santo ho-
rror y la fatal atracciôn del arcângel desterrado
del Paraîso, pero que ha hecho de la tierra su vasto
imperio. I^as religiones lo maldicen como a Satan
trismegisto ; los poetas lo execran como al sim-
bolo de la prosa vil; los irrealistas lo aborrecen
como à la encarnaciôn perfecta del egoîsmo, de
kl impureza humana; pero las voluntades, ser-
vidas à maravilla por un instinto inequivoco,
lo desean ardientemente, lo aman con pasion y
lo esperan en suenos, como la bella del Bosque
durmiente al Principe Charmant. Es el prome-
I,A MUERTK DKI. CISNB 157
tido. I/lega, las coge de la mano, dulce 6 vio-
lento, y las conduce por caminos de rosas ô
espinas, lo mismo da. I^as bellas obedecen sumi-
sas los caprichos del principe terrible y delicioso,
y en sus brazos suspiran lânguidas y desfalle-
cen de amor. El, consciente de su poder diabo-
lico sobre las aimas, dicta leyes y estas son aca-
tadas por los mismos que lo maldicen a sabien-
das... y lo adoran y obedecen sin saberlo. En su
altaneria senoril, no oye los insultos de los
vasallos rebeldes : los somete 6 anonada sin pla-
cer ni dolor, y signe su camino imperturbable,
sonriendo desdenoso al bien y el mal que causa.
Yen esa sonrisa orgullosa y cruel, se reconoce
su origen olimpico, su esencia divina.
Parece cosa de encantamiento que la humani-
dad no haya sospecbado nunca la excelsa genea-
logia del Oro, ni reconocido en su virtud pro-
digiosa de oponer hechos à la gârrula palabreria
de los retores, un signo infalible de la fuerza
inmortal. I^as entidades metafîsicas, huyen
medrosas de las realidades vivientes que él créa ;
las falsificaciones del Kspiritu, se desvanecen
como fantasmas al contacto de los hechos que,
por su fuerza vital, él impone. Él solo es verî-
dico; él solo sabe, quiere y puede. Y no es
158 I,A MUERTE DE*^ CISNE
extrano : todas las potencias servidoras de la
voluntad de vivir residen en el Oro, y a que, por
vias caôticas, por misteriosos medios, por
extranas condensaciones, la inteligencia, las
virtudes, los deseos, los egoîsmos, las quintas
esencias de lo humano, han ido a reducirse y
extractarse en las duras y âureas entranas de la
moneda.
s,
ociôi^oGOS y economistas loan, sin esfuerzo,
la complejîsima funciôn social de la moneda 6
del billete, que son para la economîa del mundo,
lo que la palabra para el pensamiento del hom-
bre; reconocen, de buen grado, los beneficios
de que las sociedades les son deudoras, entre los
cuales podria citar, entre otros mil, el haber
hecho évaluables y circulables comercialmente,
6 lo que es lo mismo, ligeras y sùtiles como los
copos de nieve que empuja el viento, las cosas
mas pesadas é inamovibles de la tierra : los
campos, los bosques, los filones de métal; algu-
nos van hasta admitir ciertas analogias no orto-
doxas, entre el punto de vista matemâtico y
l6o I.A MUKRTE DKI. CISNK
el punto de vista pecuniario, entre la ciencia
que, para ser mas comunicable se matematiza,
siguiendo su propia ley, y los bienes materiales
que, obedeciendo a los designios secretos de la
vida, se monetizan para hacerse mas sociables.
« Bl imperio'de las matemâticas », dice Tarde,
dejândose elevar por las alas levés y énormes
de los raptos de la imaginaciôn, ajenos al fas-
tidioso raciocinio de los economistas, « se |
extiende sin césar, cada vez mas lejos en el I
mundo del pensamiento como la moneda en el
mundo de la accion )>. Otros, creen descubrir
misteriosas similitudes entre la evoluciôn de
la fuerza y la evoluciôn de la moneda, entre la
mecânica y la economîa; pero solo se trata de
parentesco material y epidérmico; nadie sos-
pecha el parentesco divino, digâmoslo asi,
por donde el Oro adquiere, sin embargo, su
poder, seducciôn y misteriosa virtud existente
y ordenadora. Portjue el amor del Oro, como el
instinto de dominaciôn con el cual se confunde a
menudo, es una forma sutil del egoîsmo, de la
vitalidad, de la fuerza, que busca extenderse
indefinidamente, estableciendo por doquier su
imperio y jerarquias, es que se aduena de todo
lo humano y no se satisface jamâs. Y la virtud
I,A MUBRTE DKlv CISNE l6l
benéfica de aquel calumniado amor, estriba
j quién lo dijera ! en la facultad milagrosa de
mantener siempre ansioso el Deseo, satisfacien-
do a la par los apetitos que provoca en cada
etapa de la vida.
D.
ESDE taies alturas, dficil es desconocer la
virtualidad suprema del Oro," ni su influencia
decisiva y suma en la historia de las sociedades.
I^os que lo niegan, no lo conocen, no han pe-
netrado su aima : son los observadores super-
ficiales que solo perciben las formas contingen-
tes y deleznables de las cosas, sin descubrir
jamâs con ojo profundo, su esencia intima y
eterna. El temor religioso y goce diabôlico que
embargan la conciencia obscura del avaro ô del
misérable a la vista de la moneda, brillante
y fascinadora como la mirada de la serpiente,
se me antojan sentimientos mas robustos, le-
vantados é hijos de una comprensiôn mas mu-
sical del sîmbolo, que el desdén artificioso y
I.A MUERTE DKI, CISNE 163
obtuso del dinero, puesto de moda un dia como
signo cierto de espiritualidad y nobleza de aima.
Los torpes materialistas, los espîritus grose-
ros son, a mi entender, los que ùnicamente
aciertan a descubrir ima fuerza impura en la que,
en realidad, es el substratum de la volimtad
humana. Contempladlo larga y religiosamente.
Ese diminuto redondel de rubio métal, que fué
'I en ciertos pueblos cucliillo ô cimitarra, como
la zapeca china, antes de perder la hoja morti-
Ij fera y convertirse en moneda — hermoso sim-
bolo de su excelsa alcurnia, — es el habit dculo
misterioso de la^voluntad de dominaciôn de los
hombres y los pueblos. Todas las virtualidades
de la raza, han ido a extractarse en su audaz
corazôn. Actos heroicos y vilezas, castidad y
Injuria, penas y goces, realidad y poesia, desen-
canto é ilusiôn : la vida social, en fin, esta con-
tenida en el disco brillante y prodigioso, y por
medio de él se transmite de imas à otras genera-
ciones, como la vida fisiolôgica humana esta
contenida en el Hcor precioso, que transmite de
tmos a otros hombres la herencia de todas las
edades.
I Vida y Oro se reproducen y se heredan !
Esta sugerente similitud permitiria afirmar
164 I/A MUKRTH DEI. CISNE
al menos dotado de imaginaciôn metafîsica,
que la herencia econômica es, bien considerada,
iina especie de prolongaciôn de la herencia fîsio-
lôgica, lo cual servirîa para defender la Riqueza
de los ataques furibundos de la critica marxista
y del anarquismo. Y, en efecto, no se comprende
bien, después de lo asentado mas arriba, por
que, si es legîtimo heredar una neurosis 6 una
dispepsia, hijas de la disipaciôn paterna, no es
legitimo heredar una fortuna... producto de la
paterna prévision y economîa... En cualquier
caso, el Dinero participa de la inmortalidad del
plasma germinativo : el deseo eterno y la impe-
recedera esperanza se reproducen y heredan por
medio de él; y es al propio tiempo la cosa viva
y espiritual por excelencia, ya que anade a la
virtuosidad présente y sin fiii, la virtualidad
extractada del pasado infinito. De ahî que repré-
sente, antes de todo y por encima de todo, valor
moral. En medio del escepticismo regalado y
licencioso de las clases afinadas por la cultura,
y el grosero descreimiento de las masas, liber-
tadas de todos los frenos, él, como un dios ùnico,
benigno y todo poderoso, mantiene firmes las
voluntades é impide la corrupcion gênerai. I^o
que no pueden hacer ya las religiones ni las
I<A MUBRTE DEI. CISNE 165
morales con sus aventados préceptes y dogmas,
lo hace él, descubriendo a los 03 os âvidos de las
muchedumbres, no fementidos paraîsos, mas
los goces, los placeres, los bienes reaies de la
vida. Es por conquistarlos en rudas batallas,
que el hombre se disciplina metôdicamente,
doma sus impetus bârbaros, obedece a la ley,
exalta sus facultades, tiende sus nervios, piensa,
obra y suena. El labrador, que lucha a brazo
partido con la fatalidad; el banquero, a quien
mil comhinaciones impiden dormir en su lecho
de plumas; el inventor, que enloquece a fuerza
de pensar, y el millonario, que prefiere los cui-
dados é incertidumbres de la especulacion a la
tenta tranquila y segura, dejarian de ser, deja-
rian de obrar, dejarian de vivir, convirtiéndose
en corchos muertos y podridos sobre las ondas,
si Mammon no les pusiera en el aima una pi-
mienta fuerte, el grano de sal divina que enar-
dece la voluntad y da el gusto de la aventura
y la conquista. \ El Dinero ! Su acciôn estimu-
lante sobre las conciencias impide que el mundo
caiga en letargo mortal. De varios modos, con
mil alicientes y encantados espejismos, él créa
y premia las aptitudes que la vida moderna
reclama y sin las cuales perecerian las socie-
l66 I^A MUBRTK DEL CISNE
dades. JVIirândolo, sin injustas prevenciones, él,
el corruptor, es una gimnasia para los mùscu-
los y una disciplina moral. Bl gran pecado es no
amarlo con bastante ardor; pero si se ama ar-
dientemente, purifica y ensena a vencer. Esa es
la razôn de que el nieto de Themis, la cual que
junto a Zeus vêla por el orden del uni verso, tenga
mas adoradores que todos los dioses juntos. En
las Boisas, sus templos colosales, se enfervorizan
los ânimos abatidos y golpean el pecho los peca-
dores. Fuerza, aynàâ y consuelo se le piden al
dios resplandeciente como Apolo y taumaturgo
como Dionisos. Su lengua es uni versai; su reli-
gion pasa por encima de f routeras, desiertos y
mares, estimulando por doquiera las energîas
creadoras, los egoismos acaparadores, las ambi-
ciones combativas, los deseos, las esperanzas y
también los intereses sôrdidos, que por su misma
crudeza se convierten en altruismo. Son las
virtudes que gozan de gran predicamento en la
corte del dios blondo, y ellas deciden del triunfo.
Hasta los pensadores ofuscados por el pre-
juicio espiritualista, lo confiesan : las fuerzas
productoras priman sobre todas las otras y
tienen influencia decisiva en los destinos de
los pueblos por ser, sin duda, las formas mas
I,A MUERTE DEI. CISNE 167
universales del instinto de dominaciôn, corréla-
tive de la vitalidad. Es un hecho contra el cual
se estrellan, como las olas contra el enhiesto
peiiôn, las airadas y espumosas declamaciones
del pùlpito y la tribuna. No cabe dudar. I^a
superioridad de un pueblo se concretaba antano
en el ejército ; este era algo asî como el substra-
tum de las virtudes y excelencias nacionales :
hoy lo es la Riqueza. Sin ella ni universidades,
ni industrias, ni escuadras, ni fuerza, ni hermo-
sura. Sus altas y bajas determinan las mareas
sociales. Un descubrimiento industrial, un cam-
bio en la forma de la producciôn, la oscilaciôn
de los mercados, tienen mas hondas y dilatadas
repercusiones en el mundo, que las ideas 6 suce-
3OS, al parecer, mas culminantes y transcenden-
:es. Bsto sin contar que la historia entera, sin
ïxcluir la del pensamiento, puede considerarse,
m gênerai, como el producto de la lucha de
:lases, determinada por la evoluciôn del factor
îconômico. Y como de esta dériva todo en las
îociedades, como de la diosa del duro corazôn
3ende todo en el uni verso, no es mucho que el
?oder abandone los tronos y castillos y siente
ius reaies en los despachos de los banqueros, en
,as usinas y los mostr adores. De esta suerte el
l68 I.A MUKRTK DKI. CISNK
Oro se democratiza, porque liberta a los escla-
ves que obtienen sus favores, y establece la
ùnica igualdad positiva. A la vez se ennoblece
y, por decirlo todo, la ùnica aristocracia real es
la suya : las otras, son aristocracias convencio-
nales, que viven de prestado y a la sombra pro-
tectora de la verdadera Majestad.
p
OR tantas y tan profundas razones, como
brinde a una el laurel y la corona de rosas,
franca 6 hipôcritamente, los pueblos se preparan
para la conquista del vellocino de oro, que y a
Jasôn fué a buscar a la remota Côlquida y
Colon a la sonada Cipango. I^as actividades,
aun las senoriles y desinteresadas, si se escu-
driîia un poco, verase que se dirigen a la riqueza
y por ella se aperciben y acicalan para la lucha.
Talento, belleza, valor son, si bien se mira, filo-
Qes auriferos explotables y que se explot an. Poi
tal arte, el dinero viene a ser el principio active
de la conducta, y las aptitudes mas preciadas,
las que su culto viril desarrolla. Implicitamente
.0 afirman educacion é instrucciôn, cuando se
proponen sistematicamente arma-r hombres para
10
170 LA MUERTE DEL CISNE
la vida, para la lucha econômica, en la cual, de
buen 6 mal grado, toman parte todas las volun-
tades. I^a Vida es actualmente la gran revolu-
cionaria. El respeto sagrado de ella, aprendido
en los laboratorios, pasa a la filosofîa, con Nietzs-
che, Guyau y Bergson; a las religiones, con el
pragmatismo ; a la moral, con la vida intensa;
a la politica, con el imperialismo econômico, y
se traduce en las costumbres, con la moda y
privanza de los déportes atléticos y juegos olim-
picos. Bl arte mismo pierde la hieratica impasi-
bilidad y déjà repercutir en su lîrico corazon
las pulsaciones ritmicas del corazon del mundo.
Los manifiestos literarios de las nuevas genera-
ciones de poetas, que pregonan en Francia la
vuelta al paganis'mo y las virtudes de Zaratus-
tra, 6 glorifican en Italia el peligro, el hâbito
de la energia, la temeridad no parece sino que
fueran una especie de Declaracion altisonante
de los derechos estéticos de la Fuerza y la Vida.
« Todo lirismo es un arranque, luego una fuer-
za », dicen unos; « no hay belieza sino en la
lucha, ni obra maestra sin un carâcter agresivo »
claman otros. Y templando ardorosos las liras
de siete cuerdas, ima para cada pecado capital,
le arrojan el guante à los astros y se aprestan a
I,A MXJBRTE DEly CISNK I71
cantar : la guerra, higiene del mundo, el gesto
destructor de los anarquistas, el salto peligroso,
el golpe de puno y el desprecio de la inmovili-
dad pensativa, el moralismo y lo femenino.
Y he aqui como el amor fatal de la lucha y de
fuerza, mantenido cuidadosamente por el Oro
en los corazones a hurto de la religion y la filo-
sofia, se légitima, se ennoblece, se hermosea y
transforma en religion uni versai.
r
P
Xm
Lero Mammon, como todos los dioses, es
altivo y cruel : castiga 6 destruye sin asomos
de piedad a las criaturas 6 las cosas que se opo-
nen a los tenaces propôsitos de su testa olim-
pica. Como Zeus tiene en sus manos el rayo que
fulmina, y como Médusa la mirada que petri-
fica. Sin embargo, es mas generoso y menos te-
rrible que las otras divinidades. Junto al Poder
torvo y al Derecho sanudo, parece un apuesto
galân rendido a los pies de la Vida. Por lo gêne-
rai obra lentamente, dejando tiempo a las volun-
tades de fortificarse y seguirlo. Su procedimiento
es la lucha y la selecciôn econômicas que en la
sociedad han suplantado a la lucha y la selec-
ciôn naturales. Mas aùn : aquella parece ser el
compendio y quinta esencia de las otras selec-
ii
I,A MUERTE DEIy CISNE I73
clones, porque todo esfuerzo, toda conquista
y toda excelsitud, se convierten, de alguna
manera, en jugos vitales dentro del énorme
vientre de la producciôn.
Las sociedades que aceptan diligentes las
condiciones impuestas por el nuevo idolo, y
se adaptan sin césar a las transformaciones
continuas del medio ambiente, provocadas por
el trabajo formidable del dinero, fortifican los
mûsciilos en titânica gimnasia, prosperan, ex-
tienden su dominio : son las sociedades veni-
das al nmndo a su hora, robustas y bien arma-
das para la inévitable concurrencia imiversal;
las que no, decaen cualesquiera que sean los
méritos que sustenten, degeneran, y no tardan
en ser absorbidas 6 esclavizadas : son las socie-
dades débiles ô enfermas, en las cuales la volun-
tad de dominaciôn desaparece como la savia de
las ramas que empiezan a marchitarse.
Las analogias de ambas selecciones dan testi-
monio de su excelso y comùn origen. Del mismo
modo que la selecciôn natural, la selecciôn eco-
nômica es implacable para los que no saben 6
pueden luchar y vencer. La grande razon la
guia : es una fatalidad, une fuerza cruel, como
todas, desde el punto de vista humano, necesa-
10.
174 I^A MUBRTE DEIy GISNE
rio y noble desde el punto' de vista divino. lyos
débiles, los ineptos, los enfermos, los inactua-
les, son condenados, juntamente con su proie,
a la perpétua derrota ô à desaparecer sin legarle
al mundo los tristes vâstagos de la miseria y del
dolor. Otros depositarios de la vida, marcados
en la frente con el signo luminoso y a los cuales
la selecciôn economica presta invencibles armas,
ocupan los huecos dejados por los vencidos, por
los superfluos, y, en resumidas cuentas, la huma-
nidad avanza un paso, gana un punto en la
evoluciôn progresiva a que la empuja ruda-
mente el instinto vital. De donde résulta que,
contra los viejos prejuicios de la moral espiri-
tualista y los côdigos sentimentales, el Oro es
un purificador, un educador de las energias mas
preciadas del hombre, un venero de virtudes
sociales, aunque, como esencia y jugo de la
fuerza y del deseo humanos, Ueve en si conden-
sadas todas grandezas y todas las impurezas de
la vida.
I^s sabios lo ignoran, pero los pueblos lo
saben por instinto y obran como si de ello tuvie-
ran plena conciencia : en los talleres, universi-
dades y gimnasios se arman los hombres para
a conquista del Oro, no solo porque él ofrece
I.A MUBRTE DEL CISNB 175
â los apetitos âvidos los goces reaies y la pose-
sion efectiva de las bellas cosas de la tierra; no
solo porque el Oro es la posihilidad inmediata,
al decir del escéptico France, mas principal-
mente por razones ocultas : porque représenta
valor humano, subtancia animica, la virtud
, extractada de las generaciones que fueron y es,
en resumen, algo asî como la semilla de la volun-
tad, el germen misterioso que atesora en poten-
cia todos los actos del pensamiento y todas las
|realizaciones del deseo.
I i Que mucho que lo sea todo y lo pueda todo,
Ijque atraiga y domine !
! Lejos de ser mia cosa muerta que pesa sobre
las aimas, como quieren algunos, constituye,
|al contrario, el estimulante mas enérgico de la
jccnducta, y es de hecho, el querer latente y
realizable, la dominaciôn : el elemento divino
de las sociedades como la fuerza es el elemento
divino del uni verso.
S:
'i bien se mira y considéra lo dicho, cualquier
quisque puede predecir que en las sociedades
productoras de los tiempos futuros, el Oro pre-
miarâ todas las excelencias y sera, por entero,
lo que es hoy en parte tan solo, al menos visi-
blemente : la medida de la capacidad social.
^Como oponer a sus virtudes reaies, patentes,
eficaces, las virtudes decorativas 6 histriônicas
del idealismo 6 el amor de la mentira del arte?
(îCômo oponer a la necesidad, que no discute,
sino que ejecuta, el capricho y la fantasia volu-
bles de nuestra puéril razôn? Vano intente.
Aqui, en el terreno econômico, aparece visible
el antagonismo brutal de las aptitudes desin-
teresadas de los retores y los humanistas, y las
aptitudes prâcticas de los sociôlogos. Y fuerza
I.A MUERTK DElv CISNK I77
es confesar el creciente desprestigio de las pri-
meras : son bellas é inutiles como esas damas
criadas para regalo de los ojos, a quienes cuna
y educaciôn prohiben como vil cosa el lucro, y
que prefieren prostituir su cuerpo en infâme
comercio a estropearse las pulidas manos en
una tarea honesta y renumer adora.
l'Es, por Ventura, la muerte de lo espiritual y
de toda andante caballeria? Â decir verdad, la
orientaciôn materialista del pensamiento y el
. predominio indiscutible de las naciones utilita-
rias, inducen â sospecharlo. I^a espada de San
lyuis y la lanza del buen Quijano, se mellan y
rompen contra los escudos de Pluto. I^as nacio-
! nés que van haciendo del mundo su vasto patri-
1 monio, no son las mas caballerescas, ni las mas
cultas, ni las mas religiosas, sino las mas activas,
^ industriales y pujantes en el mercado mimdial.
1^0 certifican de modo irréfutable Inglaterra,
Alemania y los Bstados Unidos, paises que con
dif erentes instituciones, distinto gobierno y cuasi
opuesta ciiltura, pero vigorizados â la par por la
misma enjimdia economica, prosperan material é
^ intelectualmente, y extienden cada vez mas sus
[. zonas de influencia politica, lo que prueba, con-
f tra el fetichismo de las imiversidades, que no
178 I.A MUERTE DEI, CISNE
son las leyes, ni los mandatarios, ni tal ô cual
mentalidad lo que asegura el triunfo de unos
pueblos sobre otros, sino su capacidad produc-
tora, su avidez, su egoîsmo, su instinto de domi-
naciôn que se objetiva y hace carne en la lucha
comercial. Este convencimiento obscuro, nebu-
loso, pero firme es lo que acaso produce en la
evoluciôn de las ideas, las reacciones contra la
supremacia de la inteligencia sobre la volimtad,
y en la prâctica de la vida, el retorno, que losl
mismos gobiernos tratan de favorecer, de las
carreras libérales, almâcigos de mandarines,
plumiferos y rectores sin don ni utilidad, al
comercio y la industria. I<a flamante novedad de
la pedagogîa es la formaciôn de voluntades auda-
ces, no de idiotas sahios 6 melenas apolinicas. Y
las virtudes sociales que se premian, no son las
contemplativas 6 românticas del noble, pero
caduco idealismo; tampoco la humildad, el
renunciamiento, el desinterés del ascétisme
cristiano, mas el contrario : la ambiciôn insa-
ciable, la combatividad, el amor de los bienes
de la tierra, la f acultad de arriesgarse, las virtu-
des activas é interesadas, en conclusion, que la
lucha econômica desarrolla fatalmente, des-
truvendo à la vez el sentimentalismo, la sensi-
I,A MUERTE DEIy CISNE 179
bleria y todo lo que en el aima es artificial,
superflue, desinteresado, inmoral... Bl mundo
parece en vîsperas de convencerse de que el
egoîsmo sano, es mas provechoso para la eco-
nomia social que el enfermizo desinterés. Aquel,
por su propia fuerza expansiva, suele convertirse
en altruisme; este, cuando no tiene tal origen,
'es un sentimiento ambiguo, inùtil para el que lo
expérimenta y, a la postre, perjudicial para los
'otros. Mientras que « en el pomo de un sable ô
'en una moneda de cinco francos hay inteligen-
=cia siempre », podrîa decirse que en el desinte-
rés no hay nada, 6 solo hay vanidad, cuando no
mentira. Tengo observado que en la prâctica el
desdén aristocrâtico del lucro, destruye el sen-
timiento de las realidades y lleva a la insinceri-
"dad. La aptitud econômica al contrario, y esa
28 quizâ, en gran parte, la causa oculta del buen
sentido, la viril franqueza y robustez de algunos
pueblos, y del irréalisme, la frivolidad y flaqueza
de otros. Mammon es veridico. Como la diosa de
voluntad diamantina, no comulga con las patra-
tias ni las falsificaciones espirituales, ni se déjà
5educir por carantonas ni embelecos femeni-
iios. Cuando tercia en el juego de la vida social,
acaba la comedia, concluye la farsa, caen los
l8o I,A MUBRTE DEIv CISNE
antifaces y cada cosa vuelve a su ser y adquiere
su fisonomia propia. Un politico inglés, que
ténia mucho del senorio de Byron, algo del para-
do j al Oscar Wilde y no poco de Disraeli, me
decîa en cierta. ocasion mientras nos alejaba-
mos del I^ouvre, que él visitaba religiosamente
en todos sus viajes a Paris : « Yo amo por igual
el arte y la vida... pero no los confundo. Cuando
visito un museo, me pongo mi monôculo de élé-
gante; al salir, dejo caer el monôculo como uû
telon entre dos mundos y me coloco en su lugar
una moneda de veinte dolars. Al través de nin-
guna lente se ve mejor que al través del vil
métal, la verdadera naturaleza de las cosas. » Y
al hablar asî, bajo las antipâticas apariencias
de un materialismo torpe y grosero, expresaba
acaso una verdad profunda y sutil.
E.
N el desinterés solo hay vanidad cuando no
supercherîa. « I^os judios no me han burlado
jamâs en mis negocios : los sentimentales siem-
pre » solîa decir también mi famoso I^ord. Por
mi parte, prefiero con mucho, en determinadas
' circunstancias, à los hombres y pueblos franca-
mente egoîstas y utilitarios : hablan un lenguaje
claro y preciso; uno se entiende a maravilla;
las palabras tinen tm valor real, no enganan,
ni disfrazan las intenciones como las rosas el
punal de Caserio. Ademâs, por caoticas razones,
no sometidas aùn al bisturi de los psicôlogos,
taies hombres y pueblos son prâcticamente, aun-
que parezca contradictorio, los mas idealistas
y cap aces de acciones generosas. Es el lujo de la
fuerza, que Ueva al deber, al olvido de si mismo
11
l82 IvA MUBRTE DKlv CISNE
y al sacrificio por los otros, como querîa Guyau.
No hay sino comparar para convencerse, la
filantropîa principesca y las funciones cuasi
oficiales de los potentados yanquis, con la cari-
dad parsimoniosa y las actividades pacatas y
egoîstas de sus congénères del nuevo y del viejo
continente, 6 mejor aùn, la obra y el carâcter
de las dos Américas. I^a inspiraciôn protestante,
el utilitarismo ardiente y austero de los purita-
nos de la « May Flower », supo imponer en los.
negocios pùblicos à los colonos de la America
anglo-sajona, las soluciones pacificas, convenien-
tes al trabajo, y evitô, de ese impensado modo,
la guerra civil, el caciquismo, la supersticiôn
gubernamental y la poUtica alimenticia, mise-
lias y lacras que con su orgullo hidalgo, desde-
noso de las actividades utiles, llevaron à la
America espanola los vasallos de Carlos V,
disertos y casuîstas. Y el tal utilitarismo, an- I
dando el tiempo, habia de permitir las mes :
beUas floraciones de la inteligencia y la energia
como cumplido remate de la abundancia y corq» i
namiento de una civilizaciôn propia, castiza,
elaborada con los instintos mas egoistas y, por !
consiguiente, los mas vitales de las agrupacio-
nes humanas. Por el contrario, el fétichisme i
t
I,A MUERTE DEL CISNE 183
politico, la idolatria de las leyes, los idealismos
prestados y nebulosos no podian meiios de traerle
a las repùblicas de cepa espafiola, como reac-
ciones del egoîsmo irreducible, las luchas arma-
das por el Poder, la palabrerîa gârrula de los
practicones de la cosa pùblica y el sanchopan-
cismo de xina vida sin nervio ni liermosura ni
grandeza. El resnltado es la inmensa superiori-
dad, no solo economica, sino moral é intelectual
de los yanquis, asombro del mundo por su genio
mercantil, inteligencia politica y valeroso idea-
lismo. Ksos rudos pioners son los pastores poe-
tas que, 'sin miedo, « conducen por entre ris-
cales y abismos el rebano radioso de las quime-
ras )). Si, a pesar de nuestras pretensiones de
caballeros andantes del idéal, las tierras de los
soberbiosos virreyes y finchados hidalgos espa-
noles no han producido hombres universales
como Washington y Franklin; filôsofos como
Emerson y James; moralistas tan esforzados ni
de aima tan blanca como el Apôstol negro; poe-
tas como Poë y Whitman; artistas, hombres de
ciencia, archimillonarios capaces de los magni-
ficos arrestos filantrôpicos de Morgan y Car-
tiegie, ni esos reyes de la Finanza que, desde sus
.terres feudales de veinte pisos, extienden su
184 I/A MUBRTE DEI. CISNE
influencia a todos los âmbitos del mundo. Son
los Anteos de la fâbtda, vigorizados al contacto
de la tierra madré; las criaturas que, guiadas
por un instinto vital, robusto y seguro, aciertan
a vivir en perfecta é intima comuniôn con ella.
Natura les ha revelado su volimtad sécréta de
esfuerzo y lucha, de egoismo y rapacidad. j Y des-
dichados los hijos para quienes la Madré per-
manece muda ! A pesar de los idealismos orna-
mentales y los perifollos de la retôrica, caen en
la corrupcion, se envilecen en la pobreza, pasan
hambres sin fin y mueren como el hidalgo man-
chego, confesando su generosa locura de justi-
cia y razôn humanas.
Bs digno de meditarse, como ejercicio espiri-
tual al salir de los templos y los museos, lo que
la incapacidad econômica, que trae a la grupa
todas las otras, ha hecho de aquella naciôn que
fué un dia senora del orbe, y es aùn hoy emporio
de energias y virtudes, por desdicha inutiliza-
bles. Cumplio arduas y gloriosas empresas
cuando se dejo guiar por sus instintos y apetitos
de conquista y posesiôn. Extender sus domi-
nios por medio de la espada, era la funcion fisio-
logica propia de un pueblo guerrero y fandtico
en un mundo religioso-militar. Pero los alientos
I,A MUERTE DElv CISNE 185
de los soldados y aventureros de Carlos V, no
inflamaron los pechos de los mercaderes de la
lyonja, timidos, perezosos é incapaces, como
escorias que eran de la sociedad. I^a evoluciôn
de los intereses primero, y después el reinado
de la Finanza, pedian los grandes capitanes del
del comercio y la industria. Los conquistadores
tenian las rodillas sobrado duras para doblarlas
ante la nueva Realeza. El vampiro del orgullo,
el fanatismo religioso y la caballerîa les chupô
la sangre y los tuétanos, y hoy sus descendientes
I no tienen fuerzas para empunar la lanza, ni
emprender nuevas aventuras, ni defenderse,
siquiera, contra los mercaderes que los apalean
I y despojan en los caminos reaies y aun en la
propia casa.
Y como Espana, a j)esar de sus relevantes
méritos, excelencias y glorias, dan sintomas de
lasitud, caducidad y parecen ininteligentes é
inactuales, Portugal, Italia y la misma radiosa
Francia.
Acaso se han adormecido escuchando el canto
del ruiseîior.
TERCERA PARTE
LA FLOR LATINA
p
ARA los sibaritas del pensamiento y de la
emociôn, no existe en toda la redondez de la
tierra ningùn espectâculo tan elocuente; nin-
guna estaciôn de psicoterapia tan propicia à las
meditaciones filosôficas ô mundanas; ningùn
jardin espiritual tan curioso ni soberbio como la
gran capital latina, lecho muelle y suntuoso
donde la antigua sabiduria, después de haber
amamantado al mundo en sus opimos pechos y
robustçcido tantos idéales de pâlida tez, ago-
niza entre pompas y esplendores, conservando
orgullosamente la belleza del gesto. Kl bri-
llante y amable espiritu de la Hélade y del I^a-
cio, muere entre encajes y sederias como un
viejo marqués Pompadour exquisito y crapu-
loso, cruel y sensual.
11.
igo I,A MUERTB TUSX, CISNB
Por muchos conceptos la flor de la dulce
Francia, la Ciudad lyuz, Paris es el simbolo y
el término de la civilizaciôn greco-latina ; el
ôptimo fruto de la cultura espiritualista, orna-
mento de los pueblos, caballerescos, refinados,
sentimentales, galantes. Su vida intégral, mul-
tiforme y complejisima, es asi como el extracto
ô substancia psiquica de aquella concepciôn pla-
tônica del universo, que y a en los albores, Ue-
vaba en las entranas los gérmenes fecundos del
amor de la razôn y la belleza, y sus forzosos deri-
vados : las elegancias intelectuales y los refina-
mientos de la sensibilidad. I^a metrôpoli de
las perspectivas armoniosas, delata, aun a los
ojos menos expertos y hasta en los mas infi-
mos detalles, la élégante preocupaciôn del siba-
ritismo mental. No solo es voluptuoso el corazôn
sino también el cerebro. De los boulevards
magnificos, hirvientes y sonoros de afiebrada
muchedumbre, y de las calles modestas en que
los anticuarios exponen sus costosas baratijas;
de los inmensos museos, verdaderos panteones
de las civilizaciones fenecidas, y de las Iglesias
viejas y milagreras como reliquias de edades
santas ; de los mil exposiciones de arte, que avi-
van el deseo de la riqueza y los gustos costosos,
tA MUBRTÏ) DEI. CISNÊ IQI
y de las bosques encantados, que repiten gozo-
samente las escenas de Watteau; de las cancio-
nes, de los teatros, de las fiestas, como de los
gestos ritmicos de las damas arrebujadas en
cebellinas de cien mil francos, ô del tocado sim-
ple y encantador de las modistillas, que mues-
tran al atravesar el arroyo las piemas mas
picantes é inteligentes del mundo ; de todo trans-
ciende, al modo que el incienso del vaso sagrado,
el culto de la forma, el sentimiento de las pro-
porciones, el placer de pensar, la pasiôn de vivir
voluptuosamente. I^o mismo en las salas del
lyouvre, donde reinan lyancret, Fragonard y
Pater, que en los jardines de I^e Nôtre, donde
susurran las fuentes de la Arcadia y cantan los
ruisenores de Ronsard y Verlaine; que en los
grandes coliseos ô en los pequenos cabarets, se
aprende à sentir y amar la vida bella y risueria.
lyos escaparates dan lecciones de buen gusto,
ni mas ni menos que las perspectivas majestuo-
sas de los Campos Bliseos, ô las maravillas en
piedra labrada como los ébanos y los marfiles,
ô los parques deliciosos, poblados de amorci-
llos traviesos y ninfas desnudas. I^as mujeres
que pasan son como cuadros firmados por I^a
Gândara y Boldini. En un coche va el amor.
192 I,A MUERTE DHL CISNK
Bl placer se respira. Mas, de vez en cuando, una
impresion fuerte, una mole gloriosa : el Arco dd
Triunfo, la columna Vendôme, dan el escalo-
frio heroico de la Revoluciôn ô de las âgui-
las impériales, y hacen pensar que los galos
tomaron siempre a pechos el ser valientes y el
desdenar la vida, y que desde muy antiguo
supieron « caer, sonreir y morir ».
Cuando Emerson dijo que « el mundo era
una precipitaciôn del espiritu », pensaba, sin
duda, en el dulce pais de Francia. Palacios
encantados de reyes galantes y favoritas pom-
posas; cortes de las Margaritas de Navarra;
marquesas de Montespân y de Pompadour;
heroismo de la Pucelle ; risas rabelasianas ; lâgri-
mas ardientes de Juan Jacobo; peregrinajes de
las Charmettes y de la Malmaison; valles rien-
tes, florestas embalsamadas, montanas de la
Saboya de flancos cubiertos de verdura y cuyas
calvas cimas coronan los oros del sol ô disimu-
lan las pelucas empolvadas de las nubes, \ dulce
Francia ! Ningùn pueblo hizo lo que tu por
accordar las inexorables leyes del uni verso a los
deseos caprichosos del corazôn. \ Tu historia es la
mas sentimental, noble, romântica y à una la
mas femenina y heroica ! ; Amable I^utecia !
I,A MUERTE DBI. CISNE IQ^
j Qmén puede resistir a la sugestiôn de sus ideô-
logos, al encanto de sus poetas, al prestigio y
magia de sus artistas ! I^as ideas francesas, aun
las frivolas, nos seducen por su coqueterîa y
travesura como esas petites femmes blondes ves-
tidas por Paquin. Son ideas apasionadas y cari-
ciosas, que amamos cuasi camalmente y con
todas las debilidades de los corazones amoro-
sos, cual à las mujeres venidas al mundo bajo
el signo de Venus, nacidas para encantar, y que
continuan pareciéndonos buenas y deliciosas
hasta en sus ingratitudes y perfidias. De modo
que, cuando las peregrinaciones por el mundo
del pensamiento alejan a los Don Juanes del
saber de los boudoirs rococôs, aun poseyendo a
la ansiada verdad en suntuosos lechos, se déplora
no haber permanecido fieles a las idéales damas
que han ejercido en la sociedad entera la misma
suave influencia que en Francia las preciosas
del Hôtel de Rambouillet. Elias se obstinan en
la amable companîa del arte, de la literatura
y del amor, y contra el imperialismo teôrico y
prâctico de todas las clases, en desarroUar como
antano, casi exclusivamente, el espiritu y la
emotividad. De ahi un pueblo de razonadores
y artistas ; de f raseadores y voluptuosos ; de ahi
K.
194 I^A MimRTlS DBI, CISNB
el erotismo floreciente en la vida y las letras, y
las hemorragias de la palabra, que caïman las
fiebres sentimentales de la humanidad y debt-
litan las energias viriles de los franceses; de
ahi la sociabilidad francesa, porque la sociabi-
lidad « es cosa que nace de la mezcla dichosa
de la inteligencia y la sensibilidad ». Y como en
sociedad lo primero es la mujer, esta ha tenido,
y signe teniendo, dominante influjo sobre las
ideas y costumbres, dulcificando las unas y las
otras y prestândoles à los dos un encanto
femenino, y como femenino, voluptuoso.
• j
No
o ha menester vasta ciencia histôrica ni
i mayor penetraciôn psicolôgica, para constatar
la importancia de los materiales f emeninos intro-
ducidos en la arquitectura del aima francesa,
desde Clotilde, la cristiana esposa del bârbaro
i Clodoveo, y Eloîsa, la apasionada amante del
bello y castrado Abelardo, hasta la falange de
las favoritas reaies, las lieroinas de la Revolu-
ciôn y las condesas porta-liras, que reinan
' actualmente en el Pindo francés y le commii-
i can à la juventud sus fiebres liricas y embria-
gueces dionisiacas.
I I^a llama erotica de Eloîsa, a cuyo sepulcro
han ido a recoger florecillas todas las gêner acio-
nes românticas, se comunica a los fornidos
pechos medioevalcs; los calienta, enternece y
prépara, en cierto modo, para recibir el pan
igô I.A MUERTE DEIy CISNE
eucarîstico de las costumbres galantes y el espal-
darazo de la caballeria. I^as esclavas del rudo
senor salen del encierro de los almenados cas-
tillos, incrustados en las rocosas cumbres, hos-
cos y solitarios como los nidos de los buitres, y
empiezan a presidir, prodigando las gracias que
inflaman el coraje y encienden los apetitos, las
justas, los torneos, lascortes de amor. Ivos pajes
suspiran ; los caballeros quiebran lanzas por los
ojos ensonadores de las damas 6 madrigalizan
a los pies de ellas, hincada la rodilla en cojines
de galoneado terciopelo. Los trovadores dicen
cosas tiemas y sutiles. Asi se amansa la braveza
de los instintos, ablandân los caractères duros
y rijosos y elaboran los sentimientos delicados
que luego pulen y refinan reinas amables, mar-
quesas amantes de las cosas del espiritu, favo-
ritas fastuosas, protectoras de las artes y las
letras y cortesanas que por ser muy conversa-
bles y donosas, reunian en torno suyo como
Safo y Aspasia en la antigiiedad, lo mas granado
de la nobleza y la flor y nata de los ingenios.
lya sociabilidad francesa, con su carâcter y
matices propios, es la obra casi exclusiva de la
mujer : su expresion mas culminante y acabada
son los salones. Gracias a ellos la influencia
I.A MUKRTE DEI. CISNE I97
femenina se ejerce, no solo en las artes y las
costumbres, sino también en las ideas y hasta
en la politica. I/OS Saint-Simon, los Michelet,
les Concourt, los Du Blet nos dicen al respecto
cosas muy curiosas y amenas. Bn las minùscu-
las cortes de la marquesa de Rambouillet y las
preciosas que recogieron la herencia de la f amosa
chambre bleue, donde Corneille leyô el Poliuto
y pronunciô Bossuet su primer sermon, se forma
el buen gusto y adquieren las bellas maneras,
elegancias sentimentales y gracias, en fin, que
transforman el trato en don de gentes, la con-
versaciôn en arte, la fria urbanidad en graciosa
politesse y en talento en esprit. Y esprit, poli-
tesse, don de gentes y arte de la conversaciôn,
llegan a hacerse cualidades genuinamente fran-
cesas, acrisoladas bajo la égida de la mujer, y
que bien observadas podrîan explicar, por la
sociabilidad y todo lo que ella entrana y de
ella se desprende, las virtudes y vicios, las flaque-
zas y heroîsmos, la vanidad y el amor del género
humano de la antigua Galia, naciôn de vanos
tumultos, como la llamô César, y tan amante
de la sociedad y los bellos discursos, que a uno de
sus dioses se le representaba aprisionando a los
hombres con las cadenas que salian de su boca...
p„
ERO antes del invento del salon, las Marga-
ritas de Navarra, la Mignonne de Francisco I,
autora de innumerables poesîas y del picante
« Heptamerôn », y la adorable Margot, la esposa
repudiada del caballeresco Enrique IV, escribian
sus versos y sus prosas rodeados de amigos y
admiradores ; sociedad amable y brillante, que
impone sin violencia el gusto y las modas â las
cortes de los reyes, y en la que figuran, para
realzar su prestigio, los espiritus selectos de la
época : poetas, artistas, filôsofos que se agru-
pan en torno de las reinas galantes, como luego
« lya Fontaine, Molière, I^a Rochefoucauld y
tantos otros en torno de la sin par Ninon. Y lo
que son para las letras, las artes y el amor —
cosas que anduvieron siempre juntas y en muy
T,A MTJKRTïJ DETv CISNE I99
buena armonia, — la divina Diana de Poitiers
en el Renacimiento, la demoniaca Montespân
en la corte de lyuis XIV, la Pompadour en el
siglo XVIII y madame Tallien en el Directorio,
lo son para sus tertulianos y protegidos, las mar-
quesas de Rambouillet y de Sevigné, las I^en-
cios, y mas tarde las Warrens, las de Genlis, las
Staël y hasta la misma Theroigne de Méricourt,
la famosa patriota, cuya casa frecuentaban
les principales hombres de la Revoluciôn, y a
\ quien una maquinaciôn diabôlica de sus riva-
j les, una azotaina en pùblico a sayas levantadas,
cortô su heroica carrera y hundiô para siempre
cubierta de oprobio, en las tinieblas de la locura.
lyos salones honran las artes y las letras, y
, antes que las academias, depuran y afinan la
expresiôn por medio de la causerie y consagran
la gloria de los escritores. Dulcisimas senoras
ponen con sus blancas manos el laurel en la testa
de los vates y artistas ; lanzan a los cuatro vien-
tos de la fama los nombres y los libros, y dan
pâbulo y libre curso de mil maneras à la emo-
tividad romântica y las modas sentimentales
que, andando al tiempo, hacen estallar las revo-
luciones. Sin la sensibilidad femenina preparada
prolijamente por las preciosas y la literatura,
200 I.A MUERTK DEIy CISNE
por las conversaciones amatorias y el hechizado
influjo de les Amadises, las Astreas y las Cartas
du Tendre, donde se aprende la geografia del
corazôn y les bizantinismos galantes ; sin las
blanduras emotivas de las novelas de Melle,
Escudery, ni las endechas, ni les madrigales, ni
la atmosfera sentimental creada por la casuistica
amorosa y los discreteos filosôficos de los salo-
nes, es muy dificil que la « Nueva Bloîsa « y
el « Contrato Social, hubieran tenido tan hondas
repercusiones en el siglo xviii. Pero este es un
siglo en el que reina la mujer en absoluto, y
con ella el sentiment alismo, el capricho y la
pasion; gérmenes de la sensibleria y el misti-
cismo social que habian de florecer lozanamente
en el aima femenina de Juan Jacobo, encon-
trar luego su formula politica en los principios
de la Revoluciôn y la expresiôn poética en d
romanticismo y sus retonos.
N<
o déjà de ser una coincidencia curiosa, que
entre los amigos de la mismîsima Pompadour,
en el propio Versailles, en el pequeno departa-
mento del Dr. Quesnay, médico de la favorita
y privado del Rey, se discutiesen los problemas
sociales y econômicos menos ortodoxos y expu-
siesen en violentas diatribas, las doctrinas mas
amenazadoras para la religion y la realeza. j Iro-
nia de las cosas ! Bajo el techo de la cortesana
real, pero al mismo tiempo de la amiga de Vol-
taire y los filôsofos, se oyen los primeros runio-
res de la tormenta revolucionaria. Luego las
cabecitas empolvadas, los tiernos corazones que
Rousseau habia fondus et liquéfiés, acogen incau-
tas en sus salones à la Revoluciôn como habian
acogido a la Bnciclopedia, segùn la exacta frase
202 I.A MUERTE DEl. CISNE
de Concourt. Minùsculas guillotinas, manejadas
por afilados dedos cubiertos de sortijas, cortan
en esfinge, antes que M. Samson, la cabeza de
Robespierre y Bailly, y entre risas de cristal
mojan los panuelitos de batista en la roja y
olorosa sangre que brota del cuello de los nioni-
gotes decapitados. Son las mismas fragiles, irre-
flexivas y apasionadas muîiecas que aprenden
en el « Bmilio » y la « Nueva Bloisa » el amoi:
del pueblo y la bondad natural del hombre;
hacen bonitos bijoux con las piedras de la Bas-
tilla derrocada, y oyen y discuten las arengas que
han Se pronunciar sus contertulianos en la Asem-
blea nacional y en los clubs revolucionarios. Cada
salon es un ardiente foco de ideas subversivas,
Bncumbr adas burguesas y hasta linaj udas damas,
siguen la vertiginosa corriente de la moda, sin
curarse poco ni mucho de las predicciones, hoy
tenidas por posteriores a los hechos — bien que
acaso no lo fueran en su espiritu al menos, — que
I^a Harpe ponia en boca de Cazotte sobre el
prôximo reinado de la Filosofia y la Razôn, al
fin de un banqueté opiparo y jovial : el verdugo
para Condorcet, Chamfort, Bailly, Malesherbes
alli présentes; el verdugo, sin confesor, para la
duquesa de Gramont que reia, creyéndose por
ït
I,A MUBRTB DBly CISNE 203
SU sexo al abrigo de aquel terrible vaticinio; el
verdugo para el rey de Francia... I^as repulidas
damas de las cortesîas I^uis XV y de los lunares
postizos, solo piensan en el retorno a la natura-
leza idilica, en la dicha universal, acaso en el
amor libre. Ouien no recuerda el salon de ]\Ia-
dame Necker, donde discutian con la hija de la
casa, la autora de Corina, el abate Sieyes, Parny,
Condorcet ; el salon de Mme. de Beauharnais,
autora de erôticos libros, y cuj^os tertulianos ocu-
pan los vénérables sillones en que antes sona-
ron Jean Jacques, Mably y Bufîon; el salon de
Mme. Helvetius, electrizado porlaverba ardiènte
de Chamfort y Cabanis. En taies cenâculos no
reinan ahora las amables musas que inspiraron
las gavotas y los minués, sino las furias de la
elocuencia revolucionaria, excitadas por el sen-
timentalismo de las cabecitas locas. BUas infla-
man aturdidamente el espîritu de la Revolucion,
como mas tarde, sin saberlo, très merveilleuses
ligeras de cascos y de no mucha sal en la mo-
llera, le dan el golpe de gracia al decidir, en un
salon del Directorio, el envîo de Bonaparte a
Italia, con lo que terminé la tirania de la liber-
tad y cambiô la faz del mundo.
■ lya frase de Michelet : « I^a mujer es la fata-
204 I.A MUKRTB DEI. CISNE
lidad )) no es mia mera frase en la apasionada
historia de Francia. Reinas, favoritas, grandes
senoras, virgenes y cortesanas tuvieron, aun
haciendo caso omiso de la polîtica de oreiller,
y del prestigio social, pùblica y decisiva influen-
cia en tan graves convulsiones como la Reforma,
el Renacimiento, la Revolucion, por no citar
sino los acontecimientos mas universales; ô
inspiraron personalmente, como la imperialista
Pompadour, voluntad heroica en débil cuerpo
femenino, todo un arte y toda una politica
internacional, aquella célèbre politica, fracasada
en la desdichadisima guerra que tanto amenguô
a la Francia, y que la divina marquesa seguia
ansiosamente en un mapa, marcando las posi-
ciones estratégicas con sus lunares postizos de
engomado tafetân.
Con eso y con todo, la influencia honda y
durable de las virgenes sages 6 folles, no es la
visible, la que se ejerce en el areôpago de la
plaza pùblica, mas la oculta é intima; la que
afemina el sentimiento rudo de los hombres por
medio de las gracias de la conversaciôn, dulzu-
ras de la amistad, hechizos amorosos é influjo
del arte, que ellas inspiran y que se dirige prin-
cipalmente a ellas. En achaques de belleza son
I
I.A MUKRTE DEI^ CISNK 205
a la vez musas, Meceiias y pdblico, el pùblico
sonado por los artistas, porque el arte es cosa que
atane a la emotividad, no à la inteligencia, y
ellas, por instinto, prefieren el sentir al pensar,
el ensuefio a la acciôn, el arte a la vida. I^as cria-
turas débiles en los asperos dominios de la rea-
lidad, adquieren por sus mismas flaquezas natu-
rales, misteriosa gracia y extrano poder en el
reino del sentimiento y la ilusiôn. Su mimdo
propio es el de la sensibilidad y la quimera, y
como los mil matices de la ternura, los deseos
vagos, las nostalgias sin nombre, los ardores
le los sentidos, todo lo que contribuye a des-
arrollar, en ùltimo término, la facultad del des-
larramiento interior, es fuente de liricas efusio-
les y velados erotismos, no es mucho que en
û pueblo sociable por excelencia sea ese extracto
ie lo femenino que se llama la parisiense, la
îterna inspiradora de poesîa y la maestra de
as sensibilidades artîsticas y aun podria decir
nasculinas, ya que a su contacto y por su virtud
mas y otras se pulen, quintaesencian y con-
/ierten en prodigiosos receptâculos de emocio-
les.
Muchos géneros literarios, aparté de la poe-
îa lirica, el drama y la novela, que directa ô
12
206 I,A MUERTE DElv CISNK
indirectarnenle inspira sienipre la inujer, iiacen
como las Memorias, Correspondencias, Diarios
y Confesiones de la dulce necesidad de darl
suelta a los sentimientos afectuosos y conversa
con elegancia, adquirida en el ambiente amable
de los salones. Por esto y por lo asentado arriba,
una buena parte de la literatura y, en gênerai,
el temperamento artistico, vienen a ser asi como
los grandes y maravillosos espejos en que la
inujer se mira y que reflejan la imagen de la
seduccion. El poeta, su hermano y gêner almente
su obra, es un a modo de intermediario entre
ella y el resto de la humanidad, que por él conoce
los secretos de alcoba de la mujer, y a la que él
inocula el virus de las debilidades y seducciones
de esta, j Curiosa colaboraciôn ! Este consorcio
de lo femenino y del arte, induce a pensar obs-
tinadamente en las afinidades del artista y de la
mujer — ambos son criaturas débiles, apasiona-
das y quiméricas, especie de andrôginos que, por
partes iguales, participan de los mismos defectos
y las mismas excelsitudes de aquellas dos natu-
ralezas y condiciones, — y sugiere la sospecha
de que tal vez constituye una séria amenaza
para el porvenir de un pueblo, el que predomi-
nen en él los elementos morales, de que Platon,
r.A MUBRTB DBI, CISNB 207
juzgândolos turbadores y débilitantes, queria
purgar enérgicamente a la repùblica. IvO que
parece indudable es que la influencia femenina
y la influencia literaria se confunden, compene-
tran y asocian para introducir sutilmente en la
formaciôn del aima francesa, la literatura por
medio de lo femenino y lo femenino por medio de
la literatura. Kso explica muy cumplidamente
el triimfo manifiesto de la mujer y del arte en
la « Ciudad Luz », y este fenômeno curioso y
sin précédente en la historia : la supremacîa de
la mujer en las bellas letras.
I
T
.AI.ES hechos, producto del connubio secular
de Apolo y Afrodita, parecen las floraciones esté-
ticas de una civilizacion dulce como las mieles,
suave y grata como la piel de los cebellinas. Son
las opulentas rosas y las turbadoras orquîdeas
que solo podian brotar en el jardin de Francia,
en una tierra preparada por las exquisiteces
sentimentales de muchas generaciones para
sentir, pensar armoniosamente y créer con fer-
vor en el culto del aima y la religion de la belleza.
Desde abajo a arriba de la escala social, el
arte, la literatura y ese lujo de la inteligencia
que se llama el esprit, por medio de los mil espec-
tâculos pùblicos, diarios, revistas, conferencias,
causeriez, exposiciones de toda indole y libros
de toda suerte, refinan a porfia las sensibilida-
I,A MUERTE DEI. CISNE 209
des y desarrollati la faciiltad de comprender.
Los clichés literarios son de uso corriente en
todas las clases. lyos términos escogidos han
pasado al patrimonio comùn del lenguaje vul-
gar. I^as modistillas pizpiretas y las pesadas
porteras liablan con las repnlidas expresiones
y ademanes preciosos de las marquesas Luis XV,
y las marquesas escriben con tanto donaire y
travesura como madame de Sevigné. La estética
de los boulevards, las canciones tiernas 6 liber-
tinas, las cortesanas que pasan, dejando tras
de si como una estela de élégante sensualismo,
hacen en el pueblo lo que en la crema de la socie-
dad la ùltima comedia de Capus, la mùsica dis-
locadora de Pelleas y Melisanda 6 los templos de
la rue de la Paix. No creo que en ninguna parte
ni en época ningima, la facultad de sentir sin
esfuerzo, comprender en un abrir y cerrar los
ojos y expresar fâcil y graciosamente hayan
llegado nunca a tan rara perfeccion. Chistes/
alusiones, sutilezas; matices de la ironîa y del
sentimiento, nada escapa al pùblico que en los
domingos populacheros 6 en las soirées de gala,
nvade los grandes 6 pequenos teatros de Paris.
A.ntes que las palabras hayan concluido de salir
ie la boca del actor ô del conferenciante, ya
12.
210 LA MUERTE DEI. CISNE
han sido cogidas al vuelo y a veces comentadas
con un chiste, una exclamaciôn oportuna ô una
sonrisa graciosa y escéptica, mientras que los
ojos, siempre inquietos y burlones, descubren
los flirteos de los palcos y juzgan de los tocados,
mofios y perendengues de toda la sala. Bs un
pùblico, sobre todo si abunda el bello sexo, eru-
dito y alerta, que conoce al dedillo los autores,
los géneros, las obras, clâsicas y modernas, las
ùltimas novelas, « I^as Flores del Mal » y las
« Fiestas Galantes » ; y que habiendo macerado su
corazôn en ese artificio literario y mezclado toda
esa literatura a la vida, se ha hecho extremada-
mente comprensivo, vibrante y extrasensible
a las manifestaciones de lo bello. '
Mas como « la belleza es toda la mujer », la
emociôn estética, después de pasar por los mil'
filtros del cerebro y del aima, hacia la mujer
va callada 6 ruidosamente, como el agua dd
deshielo corre de las yermas alturas a los valles
floridos. El Arte y la I^iteratura la glorifican y
viven postrados a sus pies. Bl uno es su paje, la
otra su esclava.
E:
fiy amor de la forma, puede decirse que rema-
taba entre los helenos en las lineas armoniosas
de la criatura humana, en el desnudo ; el mismo
amor entre los parisienses se hace gênerai y con-
creta en las elegancias del tocado femenino. I^a
religion de la belleza se transforma en religion
de la mujer; sobre todo de la mujer élégante, de
la que pasa su vida en casa de los modistos,
joyeros y toda laya de fournisseurs) y duerme
con guantes ô careta para afinar el cutis, y se
amasa cruelmente, y martiriza el estômago y
el cuerpo, y gasta millones para componerse
una silueta propia, realzar su belleza por todos
los medios, y darle al mundo la peregrina sen-
saciôn de la elegancia, de una elegancia que es
pomo el perfume delicado de un viejo vino, la
212 I,A MUERTE DEly CISNE
flor encantada y efimera de una civilizaciôn
secular.
> I^os sabios, los moralistas austeros no saben
apreciar tan grandes sacrificios ni las transcen-
dencias de la toilette. Son hombres eminente-
mente cultivados, pero sin fineza ni distinciôn
moral. lylaman desdenosamente vano y puéril
al arte que se sirve de todos los otros y pone a
contribuciôn las mas peregrinas aptitudes para
encantar; sentimiento del color, de la linea y
del matiz; gusto seguro de la alhaja y del mono;
ciencia acabada del trapo, del gesto y la actitud;
dominio perfecto de las elegancias estéticas que
constituyen el chic, imaginaciôn y osadia en el
arte de plaire, y por medio de la armonîa de los
colores y la cadencia del pliegue, plasmar la
voluptuosidad del cuerpo, la coqueteria del espî-
ritu y las gracias del aima. I^o que parece pura
frivolidad, es asunto gravîsimo : una religion
misteriosa, que obedece a muy hondas necesi-
dades éticas y que tiene sus templos, ritos, sacer-
dotesj^y pitonisas. Paris es la Meca de esa reli-
gion ligera y sutil. La tiendas de los modistos,
joyeros, fabricantes y vendedores de articulos
femeninos, son las capillas ardientes del gusto
de Francia, y los pontifices: la muchedumbre de
I.A MUKRTE DEIy CISNE 213
escritores, artistas, industriales y obreros que
trabajan en la realizaciôn de la belleza mas per-
ceptible y necesaria acaso a la especie : aquella
, que entra por los ojos y golpea las puertas de la
sensualidad.
Es el mundo de la Gracia dentro del mundo
del Esfuerzo, y que explota y esclaviza a este.
De los rincones apartados y huranos del globo,
de los bosques salvajes, de las entranas del pla-
neta, del fondo de los mares, de las estepas hela-
das, de las arenas candentes, de las cumbres
solitarias, de los talleres populosos como ciuda-
des; salen las piedras de irisados colores, las
pieles costosas, las perlas pâlidas y dulces como
ninas anémicas, los corales, marfiles, las maderas
olorosas, las telas y sederias, y los encajes tan
primorosos, tan sutiles que dirianse hechos de
suspiros y de suenos; y todas esas preciosida-
des de la naturaleza y la industria vienen a
depositarse à los pies de la parisiense, la cual con
lin arte infinito é inagotable invenciôn las com-
bina de mil maneras, las dispone sabiamente y
anima de una vida extrana y voluptuosa, como si
le comunicara a los materiales bellos, pero inertes
tl calor vital y el erotismo de su cuerpo. Y esos
oiateriales, dociles a la magia de las manos dimi-
214 IvA MUERTE DEly CISNE
nutas, operan el supremo milagro de hacer pal-
pables todos los aspectos de la hermosura feme-
nina, transfigurândola en una perpétua metamor-
f osis que, al multiplicar los encantos y seducciones
de la mujer, dilata su imperio estético y éleva
la frivola coqueterîa a la dignidad de un sacer-
docio.
Ella lo sabe. BUa sabe que los élégantes toca-
dos y la atmôsfera encantada de lujo y refina-
miento, son las investiduras y el ambiente
sagrado de su alto misterio de sacerdotisa de la
Belleza. No ignora tampoco que solo la ciencia
del chiffon satisfarâ plenamente su ingénita
necesidad de hacer prisioneros y atarlos al carre
de guerra de su hermosura triunfante. Respetos
sociales y homenajes masculinos le vendrân
de la fama de élégante, porque ser élégante es
uno de los privilegios y titulos envidiables a
los ojos parisienses. I<a soberania de la elegancia
no se discute. Y de la elegancia lo esperan todo
les casques dorés, jdi que por medio de ella, como
los pintores por medio del color y de la linea,
provocan las sensaciones que les pide un publiée
de émotives y sibaritas, y expresan elocuente-
mente lo que son, lo que quieren, lo que pue-
den...
tA MUERTE DEIy CISNE 215
I lyas magnificencias de Paris foriiian el ornado
imarco que mejor cuadra a la belleza viviente,
la mas costosa y artificial. Hasta la luz suave,
'xomo pasada por filtros de âmbar y ôpalo,
1 parece que fué hecha para disminuir la crudeza
de los colores, la rigidez de las lineas y envolver
la silueta femenina en una penumbra misteriosa.
Millares de criaturas presas en talleres sombrios
y sordidos tugurios, trabajan y aguzan el ingé-
nie para herrnosearla y hacerla fina y eterea. Es
la obra nacional. Grandes y chicos contribuyen
à ella mas 6 menos direct amente. Todo espec-
tâculo es un pretexto para el torneo de las Gra-
cias. Toda fiesta una ocasiôn de afirmar el
imperio de la Elegancia y del Gusto, y estable-
cer la renida supremacia de Faquin, Doucet 6
Redfern : monarcas del figurin que se disputan
^1 cetro de lyuis XIV y el globo de Carlomagno.
L
fo fùtil, el detalle nudo y vacuo al parecer,
pero lleno de psiquica jugosidad si se observa
con ojo experte, révéla a veces lo que no descu-
bren hechos importantisimos, libros vénérables
ni mamotretos de copiosa ciencia. Decia un
gran pintor que « el verdadero arte comienza
allî donde pequenos toques producen grandes |
cambios ». Acaece algo semejante en las cosas
de la vida y no es muy zahori el observador de
ella a quien lo infimo no sugiere lo transcen-
dente, ni ve en lo frîvolo el cristal, que dejar
suele en las costumbres, la ebulliciôn y luego el
enfriamiento de las grandes causas. Es por este
orden de razones que no me parece despro-
visto de sal ni miga el espectâculo curioso, aun-
I.A MUERTE DEI. CISNE 217
:jue nada ajeiio al ambiente de los meetings spor-
:ivos, que tuve la fortuna de presenciar en el
lipôdromo de Trouville.
Bra una gozosa confusion, un mareante vai-
^én de trajes vaporosos, sombreros como canas-
as de flores y blanquisimos zapatos que co-
rian como albos conejitos de la India sobre el
-erde riente de las pelouses. I^a donosa y opuesta
luchedumbre giraba en torno de los resplande-
ientes atletas del turf, bestias finas, artificiales
como tallados primorosamente en maderas
uras, é invadia luego las casillas del Pari-
Eutuel, donde a cambio de algunos francos,
asta a los humildes mortales les era dado sos-
mer un trâgico cuerpo a cuerpo con el Destino
gustar un minuto la vida intensa de los héroes
los dioses... Pero de pronto se produjo un
miulto extrafio y luego una especie de remolino
i curiosidad que atraia a un punto del padock
pùblico disperso. lyas gentes acuden presuro-
.8, las cabecitas de Helleu se apinan, los labios
'jos como fresas murmuran un nombre y los
os agrandados por el kohl, se abren extâticos
•mo ante una apariciôn celés tial. ïQué era?
ra madame Paquin, la Kmperatriz de la Moda,
le aparecîa por primera vez en pùblico des-
is
2l8 I,A MUERTE DEI. CISNE
pués de la muerte de su bello y perfumado
esposo. Vestîa de medio luto, traje blanco ador-
nado de terciopelo, tricornio negro con triun-
fal pluma blanca : el conjunto una maravilla
de lujo, exquisitez y refinamiento, subidos de
punto por las garrafales perlas de las orejas y;
el collar de quinientos mil francos. Sonriente, i
segura de sus impecables actitudes y prestigio
ùnico sobre las imaginaciones femeninas; sa-
biendo que todas sus esclavas le pedian algo
sumisamente, dejâbase contemplar al desgaire
prodigando a uno y a otro lado principescas
sonrisas, mientras con la falda recogida en una
mano y en la otra la sombrilla, cuyo puno de
azabache conservaba con un gesto de virgen
pùdica a la altura de la boca, avanzaba lenta y
rîtmicamente, elevando las piernas a la manera
clâsica de los mannequins para posar luego los
pies con mimo sobre la verde alfombra. Y cada
movimiento y cada nueva actitud eran como
una lecciôn prâctica de estilo y encantadora
fragilidad. I^as duquesas, las archimillonaria^
yanquis, las artistas célèbres, las cortesanas de
alto cotunio y, finalmente, los hombres se incli-;
naban a su paso. Allî no habîan méritos ni titu-
los que no se eclipsaran, ni testas que no se
I.A MUERTE DKIy CISNE 21 9
abatieran ante la diosa taumaturga de la belleza
femenina. Ella imper aba sola.
En medio del oro de la tarde, aquella escena
tomo de subito a mis ojos la augusta significa-
ciôn de un simbolo : el de la Francia deposi-
tando sus ofrendas a los pies de la Voluptuosi-
dad.
s
'i «la belleza es toda la mujer », 6 como dice
Gourmont : « la belleza es una mujer y la mujer
es la belleza », pero como la mujer es el amer
este es el término fatal del estetismo parisiense.
i Que mucho que el nino ciego impere como ùnico
dios en la gran ciudad latina ! Mas no se trata
del infante terrible que disparô sus fléchas en
las ariscas lomas y mansos valles de la Hélada,
sino de un amorcillo muy civilizado y donoso
que lleva su carcaj repleto de romances, epigra-
mas y madrigales. Cômo habîan de resistir les
lîricos corazones al Tentador que se sirve para
encantar de los filtros y sortilegios del Arte y la
Poesia. No cabe sino que triunfe, y en realidad
triunfa soberano en la literatura y la vida. Una
LA MUERTE DEIy CISNE 221
comedia sin conflictos amorosos ni tocados élé-
gantes no dura en los carteles; las novelas sin
dramas pasionales 6 picantes escenas de alcoba
no se leen; los versos sin erotismo no llegan al
aima; la mùsica sin embriagueces ni escalofrios
voluptuosos no prende sus liricos garfios en los
oidos. De esta suerte el nino desenfadado dicta
las modas sentimentales. Kl teatro, el arte y los
Libros son como academias de voluptuosidad
y escuelas de casnistica amorosa en las que se
ensena a percibir doctamente los variados mati-
ces de la sensualidad, desde el travieso flirt,
les passionettes y las dulzuras de la amitié amou-
yeuse, hasta los desatados impulsos del corazôn
Y los bizantinismos galantes. Como comple-
mento y remate de esta educaciôn sentimental,
también se aprende de una manera no menos
iocta ni prolija, la ciencia de la expresiôn câline
y el arte de la caricia endormante. Y este arte y
iquella ciencia constitu3^en, lo mismo que el
'Mo, uno de los monopolios de la fin a sensibili-
iad y linda imaginaciôn de la parisiense, alada
maginaciôn que ha enriquecido la lengua con
ma cantidad de desmayadas expresiones y do-
:ado la plâstica de gestos y actitudes que son
:omo las grandes iniciales del breviario erôtico.
223 IyA MUERTE DEI. CISNE
Asî, pues, la cultura como la moda, parece
que no tuviera otro objetivo que embellecer
la voluptuosidad y endiosar el amor. Bn un
ambiente tan propicio a las emociones blandas
y regaladas y que por tan varias maneras favo-
rece la cristalizaciôn de las sensibilidades artis-
tas, cae de suyo que estas predominan y quel
los sentimientos austeros y viriles sean formas
secundarias de la emotividad francesa, esen-
cialmente literaria y erotica. No Uegaré al ex-
tremo de decir, como la indignada yanqui de
Huret que « un francés, es una funciôn sexual »,
pero si afirmaré, y aun sin empacho, que los otros
sentimientos, y particularmente el de la belleza
y los mismos apetitos materiales, degeneran en
apatencia de la mujer, se subordinan al amor
y son como preludios de la gran orquestaciôn
amorosa. Es el negocio pùblico, como la belleza
femenina es la industria nacional, y no podia
menos de ser asi en el encantado jardin de la
tierra donde la sociabilidad de las gentes, la
agilidad del espiritu, la rapidez de los movi-
mientos del aima y la molicie del medio, hacen
que, hasta los mas austeros, se coronen de rosas
y se apresten a gozar de la vida en comùn y
tiernamente. I^a etema canciôn se oye lo mismo
I,A MUERTE DEI. CISNE 223
i
en las espaciosas avenidas del Bois que en los
salones; en los musical-halls donde impera el
desnudo, como en los teatros, hipodromos 5^
paseos élégantes donde el vestido, después de
, haber realzado osadamente las curvas y pro-
tuberancias tentadoras de la mujer, las suprime
para darle a esta el encanto picante y equîvoco
de los donceles afeminados.
U No vaya a creerse por lo dicho que la licencia
y el libertinaje echados en cara por los extran-
jeros a los franceses, sin percatarse de que taies
, manifestaciones de tolerancia moral son acaso
el producto del exceso de inteligencia y el reverso
de cualidades muy nobles y humanas, reviste
la forma grosera de las saturnales del Direc-
torio conducidas por Mme Tallien y las Mer-
veilleuses. Ks menos y es mas, por que es como
la disipaciôn de los hombres mundanos, una
especie de elegancia del aima, una sensualidad
estética. I^as directoras de los orgiâsticos coros
son las Musas de Paris. Coronadas de laureles
conducen la lirica bacanal. La formula poética
de las blanduras sentimentales, de la voluptuo-
sidad, de lo femenino, no podia menos de ser
un feliz hallazgo de la femenina inspiraciôn.
Nadie mejor que las Safos habian de ofrecerle
224 ^A MUERTE DEI. CISNE
al mundo la manzana de Bva y los misteriosos
secretos de Afrodita. lyO logran con desnudarse,
y en efecto se desnudan, y poseîdas del delirio
sagrado, absorben por la âvida boca de los ocho
sentidos la voluptuosidad de la naturaleza toda
y la ofrecen como un vino embriagador en el
ânfora de sus cuerpos trémulos. Al grito bâquico
de libertad y con un impudor que los lirôforos
no conocîan, ensenan las carnes atormentadas
por el divino Deseo, por el exasperado sensua-
lismo de innùmeras generaciones esclavas de la
razôn y sumisas a la castidad. I^as hijas espiri-
tuales de Baudelaire y Verlaine, que el acicalado
Vogue llama las musas de la Revoluciôn, can-
tan, en verdad, como Jean-Jacques, Bernardin
de Saint-Pierre, Senancour y los grandes român-
ticos, los derechos de la pasion, la soberania del
instinto, la rebeliôn del individuo contra la
sociedad y el amor panteista de la naturaleza
en que se traduce su frenético erotismo. Todas
dicen :
« Je prendrai le beau temps avec des mains hâlées,
Je mangerai Tété comme un gâteau de miel ! »
o
« Et j'ai fait de mon cœur, aux pieds des voluptés,
Un vase d'Orient où brûle une pastille. »
l
I,A MUBRTE DEI. CISNE 225
ô aun :
« Ma lèvre est appuyée à la lèvre des dieux.
Tant s'épanche, invincible, envahissant les cieux
Une odeur de baisers, d'étreintes et de spasmes ! »
Pero mejor aùn cantan en versos de una rara
perfecciôn, mas sinceros y profundos que los
de Hugo y tan dulces y musicales como los
del pobre lyelian, la cancion de Bilitis, « el arte
delicado del vicio », el amor del amor, la reli-
gion del placer, la conciencia del mal, los siete
pecados capitales de la Injuria. Aquello que los
poetas, menos sensitivos y vibrantes, solo podian
balbucear torpemente, ellas lo formulan con pere-
grina virtuosidad; lo que ellos no acertaban a
discernir, ellas lo revelan con pasmosa claroviden-
cia é imâgenes magnîficas y aladas. Su pénétrante
anâlisis recorre âgilmente el misterioso teclado de
las molicies del cuerpo y del aima. Tal lucidez en
las cosas del amor y las flaquezas de la volun-
tad, es la causa oculta del triunfo de las moder-
nas bacantes en la gaya ciencia. Kllas poseen el
término justo y dichoso para expresar todo lo
que es desma^'o, caricia y ensonaciôn. I^a mùsica
desfalleciente y enervadora de sus versos y las
nostalgias innnitas de su poesîa, que mejor que
13.
I
226 I^A MUERTE DEI, CISNE
cualquier otra « es sensualidad transformada
en eretismo mental », responden al sibaritismo
del corazon y del cerebro y constituyen la tipica
manifestaciôn de la recrudescencia, fâcil de
prever, sin embargo, de lo que antes se llamô el
mal del siglo, de lo que un filôsofo llama hoy
el mal romântico, que es en suma, el mal de
vivir : la ineptitud para la vida, la repugnan-
cia de lo real y la moral anarquia en que, â
vueltas de tantos idealismos y refinamientos
sentimentales, suelen caer las naturalezas mâs
finas y cultivadas.
s
'esudos autores sospechan que el Roman ti-
cismo es, en el fondo, un a insurrecciôn del sen-
timiento y del instintp contra la razon, contra
el sometimiento a la régla dictada por la expe-
riencia de las sociedades, y pretenden que la
sensibilidad romântica y el espîritu revolucio-
nario derivan, unos, como Taine, del mismo
espîritu clâsico, otros, y son los mas, de Rous-
seau y sus secuaces. Harto ligeramente echan
los ûltimos en olvido que la furia de la Revolu-
ciôn fué la Razôn misma, y que Rousseau y
los ideôlogos fueron los descendientes legitimos
del idealismo y de las abstracciones de los filô-
sofos, empefiados lo mismo en Egipto y la India,
que en la Francia del siglo xviii, en construir
tm hombre idéal, un hombre de museo, para lo
228 I,A MUERTE DEI. CISNE
cual hacîa falta arrancarle las entranas y relle-
narlo de metafîsica estopa; de les filôsofos que
impelidos por la soberbia de la mente, creyeron
posible sustituir la idea a la realidad, la abstrac-
ciôn al hecho, la teoria a la historia, la presun-
tuosa razôn de Descartes, que a pesar de sus
titulos en apariencia indiscutibles a la hegemo-
nia sobre lo humano, no conoce los fenomenos
sino histôricamente, es decir, después que han
dejado de producirse y cuando ya no tienen nin-
gima acciôn sobre los fenomenos présentes, des-
conocidos a su vez, al instinto vital, que obra
siempre en el sentido favorable a la expansion
de la vida porque él es ya el principio de su
expansion. No ha de confundirse este instinto
vital con el instinto, el sentimiento y la natura-
leza de los revolucionarios, vislumbres obscuras
de la imperialista condicion humana. Tengo para
mi que el sentimentalismo romântico no es
otra cosa que una interpretaciôn descarriada
de la legitimidad, entrevista im instante, de las
pasiones y del egoîsmo nietzsquiano. Y se me
ocurre, aunque parezca espantable sacrilegio,
que si por la bondad nativa del hombre se hu-
biera entendido la gravitacion sobre si y el deseo
de poder, la Revoluciôn habria tenido consecuen-
I,A MUBRTE DEI. CISNE 229
cias harto mas provechosas para la humanidad
y, sobre todo, para Francia. Juan Jacobo pro-
clamô la excelencia del hombre natural no co-
rrompido aùn por la civilizaciôn, reaccion légi-
tima en el fondo, contra el artificio del orden
social y el racionalismo de la Bnciclopedia ;
pero lo que triunfa en los héroes românticos no
es el egoismo sano del salvaje, que las necesida-
des sociales pueden convertir en virtud y amor
hacia las demâs criaturas, sino el egoismo pato-
lôgico del hombre sensible, que muy luego
remata en anarquia moral. Razon cartesiana ô
predominio absoluto de la inteligencia sobre el
instinto, y primitivismo, ô retorno a la natura-
leza, se transforman respectivamente gracias
al desconocimiento de la fisiologia humana y
los devaneos de la literatura, en racionalismo
demagogo y sentiment alismo roman tico, dos
pestes. Pero no pudo ser de otro modo. No se
conocia bien, a pesar del amor propio de I^a
Rochefoucauld, el fondo imperialista de la
humana naturaleza; ni se tenian nociones del
darwinismo social; ni de las leyes que rigen
la evoluciôn de las sociedades; ni Comte habia
dicho « que solo son buenas las verdades que
nos convienen », vaciando de ese modo en una
230 I.A MUKRTK DKIy CISNE
frase la esencia del utilitarismo y del pragma-
tismo, iconoclastas de la verdades absolutas y
del bien en si. Filosofia, literatura y arte se
encaminaban directamente a refinar el senti-
miento y combatir rudamente la animalidad,
los instintos dominadores, el pecado original
de los cristianos. ho mismo los autores del
siglo XVII, hidrôpicos aùn de teologia, que las
admirables, pero incomplet as intuiciones de
Buffôn 3^ Condillac, que la pseudo-ciencia his-
tôrica del noble Condorcet, que el misticismo
social de los utopistas y la lôgica rectilinea de
los jacobinos, convergian por distintos canales
a la maravillosa y ridicula concepciôn del hom-
bre abstrato, esa quinta-esencia del irréalisme
que nos embriaga todavia. Siguiendo atenta-
mente el curso de las ideas se cae en la cuenta de
que no existen verdaderas soluciones de conti-
giiidad ni irreducibles antinomias entre el espi-
ritu realista y viril de Corneille y I^a Fontaine
y el espiritu afeminado y quimérico de Juan
Jacobo y Senancour, como no las hay entre
el retorno â la naturaleza de los precursores
del romanticismo politico y el rein ado de la
Razon de los revolucionarios. Racine poseia ya
como los românticos, el triste don de las Id^ri-
I,A MUERTE DEir CISNE 23I
mas, y antes que por Saint-Preux, Pablo y Vir-
ginia y Obermann los nervios habîan sido extra-
sensibilizados por la caballeria y las costumbres
galantes, por los Amadises y las Astreas. Clasi-
cismo y romanticismo se ofrecen al entendi-
miento como manifestaciones antagônicas en
apariencia, pero fratenias en realidad, del mismo
proceso evolutivo y de la misma falsificacion
idealista, si se entiende por clâsico no lo racional,
sine lo espiritual, el esfuerzo hecho por someter
las leyes de la Naturaleza a nuestras aspiracio-
nes subjetivas. En este sentido el uno encaja
en el otro; ambos entranan una concepciôn
que admite y pregona la supremacia de la inte-
ligencia 6 la del sentimiento, y ambos se oponen
al espiritu moderno, realista y utilitario y que
es la résultante de una filosofia basada no sobre
el instinto ni lo subconsciente, especie de neo-
romanticismo, sino sobre la voluntad.
En verdad la sensibilidad romântica y el
I irrealismo, ora ingénuo, ora docto y terrible del
pueblo francés antôjaseme la obra de toda la
cultura francesa y particularmente del exceso de
cultura literaria y de la influencia femenina en
el arte y las costumbres. En dosis exageradas la
literatura y lo femenino intoxican. El lirismo
232 I<A MUKRTE DKI. CISNK
social tiene sus quiebras. Filôsofos enamorados
de la razôn y del idéal y que creyeron devota-
mente en la omnipotencia de la inteligencia
desde Descartes y Cousin hasta Comte y Fouil-
lée; ideôlogos y utopistas fervientes no de un
derecho, de una libertad, de un bien, sino del
Derecho, de la I^ibertad, del Bien, fabricadores
entusiastas de las Salentes, Ciudades futuras
y Bras de oro de la humanidad, desde Fenelôn
a Fourrier; briosos poetas como lyamartine,
Chateaubriand, Hugo, I^econte de lyisle que
pretendieron substituir el ensueno a la realidad
y convertir sus encantadas imaginaciones en
dulce paz campesina, primitivismo patriarcal
y edenismo terrestre; artistas de la estirpe de
Delacroix y Puvis de Chavannes que maldicen
de la civilizaciôn ô muestran en immortales
frescos sus visiones paradisiacas ; estetas, dra-
maturgos, noveladores, ironistas y diletantis
que a nombre de la dicha de la humanidad ô de
la religion de la belleza condenan iracundos el
maquinismo, la finanza, las energîas viriles, las
actividades productoras, lo vital de la vida
moderna, en fin, todos concurren a formar la
atmôsfera de estufa favorable a las quimeras,
ensuenos, molicies, sensualismos y embriagueces
I,A MUËRTK DEIv CISNE 233
de amor y de ventura que el choque contra los
duros ângulos de las realidades resuelve infa-
liblemente en ironia, escepticismo y mal de
vivir.
p
ORQUE es lo mas insôlito que las exquisiteces
de la sensibilidad y elegancias mentales, teni-
das hasta ayer por signos ciertos de superiori-
dad y dorada cùpula de las civilizaciones selec-
tas, sean causa y venero de toda suerte de egois-
mos y enfermedades del aima. Si se para mien-
tes en ello verâse a poco andar que el sentimen-
talisme y la sensibleria, el entusiasmo y el lirismo,
el amor del hombre y de la sociedad universal
de los hombres sensibles, los delicados y los
estetas se transforman, si pasan del piano de la
literatura al piano de la vida, en acritud y
amor propio feroz, soberbia y aridez de aima,
aversion de los hombres é imposibilidad prâctica
de vivir en su compania y de adaptarse a nin-
gûn medio social. Asi fueron Rousseau, Bernar-
din de Saint-Pierre, Senancour, eternos judios
I,A MUERTE DEI< CISNE 235
errantes del pais de las quimeras, y de la misma
estofa son los hellos tenebrosos, la larga y maltre-
clia falange encabezada por Saint Preux, el
aristocrâtico René y el inconstante Adolfo,
cuyos descendientes enfermos y desesperados
desde Rolla y Sorel a Monsieur Venus, parecen
algo asî como la columna vertébral de la neuro-
sis de un siglo al que llenan de sus clamores y
perversidades.
Y los poetas, escritores y artistas; los eternos
niîios que un augusto prejuicio consideraba como
dechados de perfecciôn y arquetipos humanos,
tienen algo y aun mucho de sus engendros espi-
rituales. Conocida es su ligereza y vanidad pué-
ril que los Ueva, entre otros extremos ridiculos,
a vivir constantemente en la estâtica postura
del bello Narciso; conocido el amoralismo y
las depravadas costumbres de los estetas, de
quienes son acabados spécimens esos compli-
cados embelecos que se llaman des Ksseintes,
Phocas, lyord I^elian; conocida la debilidad
femenina, el ningùn poder de gobernarse y la
perversion de los exquisitos, admiradores fer-
vientes de Wilde, d'Anunzio y Lorrain. Bn resu-
men, parece una gran mentira la panacea de la
cultura literaria, y puede que los refinamientos
236 I.A MUERTE DEI. CISNE
de la sensibilidad y la inteligencia, 6 el arte y
las letras, como queria Rousseau, en vez de
ennoblecer a los hombres los haga antisocia-
bles é inhumanos. Cultura é individualismo, ô
lo que es équivalente, condenaciôn de la socie-
dad, son sinônimos. Acaso es mas humana y
sociable la bondad natural, solo que por esta no
habria de entenderse la que tal creyô el sensible
é incauto Juan Jacobo, sino al rêvés, el egoîsmo
puro, resorte propulsor de las aimas viriles y lo
contrario de las languideces sentimentales y
flaquezas del carâcter que disenan el perfîl
moral de los voluptuosos. Bsto explicarîa aca-
badamente la oposiciôn y disparidad que el
solo nombre evoca entre sensitivos y viriles,
idealistas y utilitarios; la escasa virtuosidad de
sensitivos é idealistas en el dominio de las rea-
lidades prâcticas y, al contrario, su preeminen-
cia en el pais de los suenos, esto es, en las acti-
vidades sub-conscientes que rebajan al hombre
disciplinado por el ejercicio de la voluntad,
dueno de si y adaptable por su hâbito de gober-
narse a las variaciones del medio y lo ponen a
la altura de la mujer y del nino, en los que domina
el capricho, la fantasia y es mas debil el juicio
y menos robusta la facultad de querer.
I,A MUERTE DEI, CISNE 237
El infantilismo y sugerente parentesco de las
sensibilidades artistas y las sensibilidades feme-
ninas; la emotividad exagerada que hace tan
irascibles y quisquillosos a los sentimentales;
la ineptitud social y escepticismo disolvente de
los fieles de la religion del aima; el pesimismo
y la ironîa de aquellos a quienes tortura el vicio
sutil de pensar, no son precisamente seguros
indicios de virtudes sociales ni demuestran que
la humanidad anduviera muy acertada al ele-
gir como ayo y Mentor al amable y picotero
Espiritu, tan desdenado à menudo por la vida.
Prometeo le decia a un sàtiro que habiendo visto
por primera vez el fuego y deslumbrado por su
resplandeciente hermosura, queria besarlo :
« Sâtiro, llorarâs tu barba si lo besas, porque el
fuego quema al que le toca », alegoria cuyo
sentido expresan, a la par del viejo mito del
fruto vedado, muchas fabulas, sentencias y
discursos que indican la sospecha 6 revelan el
conocimiento de la cualidad anârquica y disol-
vente de poetas y artistas, y dejan que se colum-
bre la oposicion del sentir y del obrar, del saber
y del poder, de lo que Uamaria Nietzche la lucha
del instinto vital que créa y del instinto de cono-
cer que destruye. Hay mucho de verdad en
1
238 I.A MUERTE DEI. CISNE
todo ello. Mas que los libros y las doctrinas, el
comercio de los hombres induce à créer a pie
juntillas que las clases demasiado afinadas por
el influjo afeminador de las artes y las letras
caen en el escepticismo, cuando no en otros
maies peores, y pierden los brios de la voluntad
y la virtud de amar la vida y gozar de ella, como
si vida interior y accion se excluyesen, indivi-
dualismo y humanidad se rechazasen, lirismo
y realidad no cupieran en el mismo plato. Des-
quite del egoismo : sofocado por la cultura dégé-
néra en esas enfermedades misteriosas de la
voluntad y la inteligencia que debiHtan à los
delicados, los desarma y obliga à tender el
cuello a las ambiciones materialotas, pero vi-
vientes y sanas de la plèbe.
Xoi
ORQUE es muy cierto que esa actitud desde-
nosa de las naturalezas muy finas y cultivadas
freiite â la sociedad que se Uama la ironîa, « flor
funeraria que florece en el recogimiento solita-
rio del j'o »; esa actitud critica y rebelde que
impide tomar parte activa en la tragi-comedia
humana é incorporarse con mansa resignaciôn
al paciente rebario de Panurgo, es destructora
como el individualismo anârquico del que solo
es vigoroso brote, de las virtudes y energias
sociales, y, por consiguiente, de toda robustez
moral. I^a conciencia del profunda desacuerdo
entre pensamiento y accion é individuo y socie-
dad de que nos ofrecen lamentables testimonios
la helada indiferencia de Benjamin Constant,
el orguUo solitario de Vigny, la melancolîa de
240 I.A MUERTE DEI. CISNE
Amiel 6 el cinismo de Stendhal, corta las alas
al deseo de poder é impide vivir, porque no se
puede tomar en serio un espectâculo fatalmente
absurdo, eternamente grotesco y al que asisti-
mos por fueza y pagamos con nuestra desdicha.
I^a sonrisa oculta la mortal desilusiôn, las heri-
das del flagelado orgullo y nos venga del mundo
y su tejido de contradicciones. Bs como un des-
quite de la personalidad, conveniente en dosis
moderadas para corregir el optimismo tonto
de los simples, de lo que llamarîa Schopenhauer
el filistinismo hegeliano, pero pernicioso cuando
de las clases pensantes desciende la ironia a las
masas y se convierte en descreencia, burla y
cinismo, porque entonces destruye implacable-
mente las mentiras é ilusiones necesarias que
forja el instinto vital de las sociedades, con el
robusto fin de que estas perduren en el mudable
imperio de Cronos y le pongan su cuno al espa-
cio. Que una cosa sea verdadera ô falsa desde la
torre de marfil del pensamiento, iq\iè importa?:
lo que importa es que sea util a la vida. Acontece
en esto lo que con esas verdades religiosas, erro-
neas cientificamente, pero ciertas y eficaces
desde el punto de vista de la religion ô de las
costumbres, en las que James echa los nue vos
I,A MUERTE DEI. CISNE 241
fundamentos del viejo pragmatismo : iqné mas
da que sean puras patranas y burdas enganifas
si curan y dan razones de existir? El utilitarisme
de Caliban es mas saludable en los trances apu-
rados que el racionalismo de Ariel. El pueblo,
lo que en nosostros es pueblo, lo que aùn no
rompiô el cordon umbilical que une la criatura
al cosmos, no razona : obra impulsado por sen-
timientos que son al interés lo que los cuerpos
a la gravedad : posponiendo toda consideraciôn
transcendente a la utilidad inmediata. Y preci-
samente por esta limitaciôn y estrechez de
juicio acierta con la voluntad de la Vida cuando
los timoneles de la Idea han perdido la brùjula.
Para la Vida el instinto, el egoîsmo es mas
seguro ombrâculo y consejero que la razôn ense-
lada en los libros. Esta harto frecuentemente
imengua y desorbita. Obedeciendo a impulsos
îxtranos al interés verdadero y primordial, suele
lecir : « Sâlvense los principios aunque se pier-
lan las colonias ». Pero el instinto vital le habla
L la razôn como el gran Federico a los doctores
uando decîa al penetrar en Silesia : « primero
ne apodero del pais, que después no faltâran
)edantes que prueben mis derechos. » El santo
.eseo de poder se queda siempre con las colonias.
14
242 I<A MUERTE DEI. CISNE
La razôn no : contempla la vida reflejada en
el espejo deformador de la conciencia mientras
la vida pasa cambiante como la onda, y que la
misma conciencia no permanece un solo instante
sin mudanza. Cômo conocer la verdad moral y
eregirla en norma de conducta si ella no fué
nunca idéntica a si misma, ni el medio social
tampoco y si nosotros, al concebirla, jîno somos
y a lo que éramos? Aplicamos el parche cuando
el grano no existe ya. Con eso y con todo, en el
piano de la logica 6 establecimiento de las verda
des cientificas en que nuestra fisiologia no tiem
interés ninguno en enganarnos, el triunfo de la
facultad humana por excelencia es évidente
todo es tangible para ella, y razonar notre puisr-
sance, parece lo mas justo; pero en el piano de
las realidades esto suele ser lo mas desastroso,
porque la vida, como el corazôn, tiene razones
que la razôn no conoce. Un trabajo formidable
se produce en las reconditeces y antros del aima,
ignoto para las luces de la conciencia y que
détermina la mayoria de nuestros actos y voli-
ciones. Conocemos los fenomenos visibles, de
nuestra voluntad, como vemos la burbuja que
estaila en la superficie de las aguas : después de
haberse formado en el seno de ellas y de atra-
I,A MUERTE DEIy CISNE 243
vesar su masa toda. Los verdaderos mô viles
'que nos impulsan nos seîân desconocidos eter-
namente al obrar, que es cuando su conocimiento
podria sernos de algùn provecho para diri-
gir la vida. lyO que percibe el espîritu es la pro-
yecciôn de los deseos ; por otra parte, él no es el
espectador sino el espectâculo mismo. Enga-
fiados por los sentidos, las pasiones, los antojos
de la fantasia, los caprichos del corazôn y la
ôptica deformadora de la inteligencia, el hom-
bre, mientras obra, no sabe lo que es ni lo que
G[uiere ni adonde va. La ilusion gobierna el
irama espantable del mundo. Y asi, impulsa-
ios por las fuerzas colosales é irrésistibles de
os sub-consciente ô por la inteligencia, esa
« petite chose a la surface de nous mêmes »,
;eguimos adelante como autômatas y sonân-
)ulos en la noche obscura del aima. Solamente
^ue en el primer caso, nuestras plantas se apoyan
^n el suelo y por ellas como la savia por las rai-
:es y el tronco hasta la flor, sube al cerebro la
'oluntad de la tierra ; mientras que en el segundo
los lanzamos al aire persiguiendo desalados los
spejismos de la imaginaciôn, que es pura fan-
asmagoria cuando déjà de ser el instrumento
[oeil de aquella voluntad ; perdemos el contacto
I
244 ^^A MUKRTK DBI. CISNB
de las reaiidades ; dejamos de nutrirnos de sus
jugos divinos y y a no somos otra cosa que vani-
dad, hojas secas volteando en los lomos del
viento.
E:
II, espîritu pocoprâctico, la ineptitud comer-
cial, la falta de sentido polîtico y escaso poder
de gobernarse, esa a modo de debilidad femenina
y frivola ligereza de los pueblos en demasia
razonadores, tiene su origen, tal vez, en que
fueron descepados de la tierra y desposeidos
del sentimiento de las realidades por la absurda
falsificaciôn que, a guisa de pecados y vicios,
combate todavîa torpemente la fuerza funda-
mental de la humana criatura. Cuando dejan de
oirse los eternos mandatos de la Diosa se inven-
tan por repugnancia invencible del mundo y
miedo de vivir, los paraîsos artificiales 6 conso-
ladores mentiras del arte con las que se recon-
forta el esteta y lucha contra lo incompleto de
su destino; también se inventan las religiones
14.
246 I.A MUBRTK DEI. CISNÎÎ
del aima y las hechicerias de la razôn, y todo
aquello que por ser enemigo jurado de lo vital
y lo viril, ablanda los sentimientos, corrompe
con pérfidas seducciones la facultad utilitaria
de conocer y prépara el reino brillante, pero
efimero, de las sofisterîas del corazon y del cere-
bro.
Porque asi como en la ciudad I^uz las emocio-
nes van por pendientes naturales hacia el ero-
tismo y dejan los sentimientos, no encendidos
por la amorosa llama, como velados en la som-
bra, en lo que atane a la inteligencia todo con-
verge hacia las formas puras y desinteresadas
del pensamiento, segùn la tradiciôn irrealista y
anti-utilitaria de los ascetas medioevales del
saber : especulaciones filosoficas sin aplicaciôn
a las realidades prâcticas, idealismo politico,
misticismo social : hinchada palabreria razo-
nante en la que se resuelven al fin de cuentas
el racionalismo y el sentimentalismo francés.
lya Francia es el aima de Juan Jacobo. Suena,
persigue la injusticia, busca presa de inquiétu-
des mortales la dicha universal y con todo ello,
y quizâ a causa de ello, no puede reducir la
anarquia interior que la divide en mil familias
de Capuletos y Montescos, la débilita en frente
I.A MUKRTE DEI. CISNE 247
del invasor y desdora a los propios ojos. \ Noble
é ilusa Lutecia, vîctima de lo que llamaba Gio-
berti el « amor de los antipodas » ! Su pecado
y su crimen es el de no ser bastante egoîsta. lyas
construcciones idéales y fiebres demagôgicas ; los
esfuerzos por encauzar el torrente impetuoso
de la vida en los estrechos canales de la lôgica y
poner al unîsono universo y corazôn, absorben
los zumos preciosos de su cerebro y la hacen
descuidar las aplicaciones humildes, pero pro-
vechosas, de la inteligencia a las necesidades
de la concurrencia universal, urgentes y peren-
torias en el medio econômico realista y utilita-
tario, no exento por dicha de heroismo ni de
grandeza en que, quieras que no, viven los pue-
blos civilizados.
La consecuencia lamentable de tantas imagi-
naciones y ensuenos es el crônico desequilibrio
del organismo nacional y, por anadidura, una
suerte de desidia é ineptitud para las cosas
prâcticas y cierto amilanado apocamiento en
las aventuras financieras que, no obstante las
altas cualidades y superior inteligencia del pue-
blo francés, lo colocan en permanente inferio-
ridad junto a otros pueblos menos cultivados
pero mas enérgicos; menos espirituales, pero
I
248 I/A MUERTE DEI, CISNK
mas duchos en aplicar la inteligencia a la vida;
menos sensibles y ébrios de virtud, pero en el
fondo mas sociables y virtuoses. Tiene sus quie-
bras el confundir la inteligencia con el esprit, 2
la realidad con la literatura, las virtudes socia-
les con la sensibilidad lirica. Y a todo ello con-;
duce frecuentemente el culto de la Razôn, que
tantas esperanzas liizo concebir a la humanidad.
Buena es la cultura cuando fortifica la inteli-
gencia y no relaja las energias productoras,
que son las virtudes cardinales del mundo
moderno; cuando acrisola la aptitud estética
sin menoscabo de la virilidad, cuando acuerda,
en lo que cabe, la conciencia con lo sub-cons-
ciente, la fisica del aima y la fisica del cuerpo;
pero es condenable toda civilizaciôn, por bri-
llante que sea si, con el pretexto de ennoblecer,
desarma para vivir y pone en los labios de les
hombres la frase de Bourget : « Agir, c'est tou-
jours accepter la mesquinerie des conditions
autour de son Idéal )>.
I^as cristalizaciones tipicas de la civilizaciôn
francesa, y aun podrîa decirse de la cultura
greco-latina de la que es Paris el dechado y
la simbôlica flor, son los refinamientos de laÉ
sensibilidad y las elegancias mentales : supe-
I.A MUBRTE DEI, CISNE 249
rioridad palmaria en las cosas del espîritu, lo
que le permite imponerle al mundo sus gustos
estéticos y modas sentimentales; inferioridad
no menos patente en el campo de lo que 11a-
maria el enérgico ex-presidente yanqui la vida
intensa, donde las voluntades anemiadas por
las sangrias del sentir y del pensar desfallecen
y se doblegan sumisas ante otras voluntades
limpias de toda intoxicaciôn literaria y que no
tienen los ojos éhrios de luna sino fulgentes de
luz solar.
c
'ONSiDBRANDO al materialismo fatal de la
era présente y las aptitudes prâcticas de que los
pueblos han menester para no petrificarse en
las viejas formas de la cultura ni quedarse
rezagados, se comprende, sin grande esfuerzo,
la reacciôn brusca de las civilizaciones moder-
nas, positivas y utilitarias, contra las civiliza-
ciones irrealistas del pasado y particularmente
contra el racionalismo francés. Â pesar de los
lloros del aima es preciso confesarlo : las disci-
plinas eficaces y ennoblecedoras un dia, mas
que otras cualesquiera, de la cultura francesa,
ni son las formulas pedagôgicas de las naciones
que extienden sus dominios en el momento
histôrico actual, ni pueden ser las formulas
morales del porvenir. Si bien afinan al animal
I,A MUERTE DElv CISNE 25 1
humano, lo hacen con detrimento de sus ener-
gias belicosas. Es lo contrario lo que priva y
hace falta. La selecciôn de las sociedades enca-
minase francamente a protéger à los viriles y
destruir a los sensitivos. Y por eso la cultura
que realizô en la historia el connubio de la Gra-
cia y del Saber, la ùnica que todavia puede paran-
gonarse a la que floreciô en el Âtica sonora,
parece que hubiera dejado de ser actual y de
producir las virtudes sociales del momento.
Verdad es que un pensador de fuste, clarovi-
dente é imparcial, caracteriza el siglo xix por
dos hechos singulares entre todos : el triunfo
del espîritu democrâtico y del idealismo poli-
tico 6 extension de la influencia de Francia en
el dominio espiritual, y la supremacia de los
anglo-sajones y germanos en el dominio de
las realidades prâcticas, ô lo que es équivalente,
en las luchas politicas y economicas. Mas lo
primero es solo una amable apariencia. Por
lo que toca a la filosofia y la moral, damas
pudibundas y al parecer invulnérables para las
fléchas de Eros, pero que con sobrada frecuen-
cia padecen de vapores y desmayan voluptuo-
sas en los brazos de los bârbaros, lo tipico del
siglo XIX ^, en ùltimo término, la reaccion
252 IvA MUERTE DEI. CISNE
triunfante del naturalismo alemân y del dar-
winismo anglo-sajôn, contra el racionalismo
francés; en lo que atane a la vida real lo que
salta a los ojos es el advenimiento de toda suerte
de imperialismos, politicos, economicos, demo-
crâticos y la superioridad, establecida por los
hechos en solemnes ocasiones, de los viriles
sobre los sensitivos, de la voluntad sobre la
inteligencia, de la fuerza sobre el derecho, « que
cuando no es la fuerza es el mal », segùn la
aserciôn del paradojico Wilde, un esteta que
también aseguraba con el mismo desahogo,
« que no tiene nada de sano el culto de la belle-
za ». El debia de saberlo.
Y esa superioridad, y he aquî lo portentoso, se
hace manifiesta no solamente en las luchas
economicas y diarias porfîas, sino en el terreno
de la solidaridad, donde parece que debieran
ser mas eficaces las aptitudes graciosas y ama-
bles. Y bien, no. Bl espiritu solidarista que
enfervorizado persigue el derecho igual para
todo y para todos, la dicha del mayor numéro,
la libertad, el progreso, nociones confusas y tal
vez antinômicas, no es mas favorable, en suma,
a la sociedad que las doctrinas naturalistas 6
anti-racionalistas de alemanes é ingleses. En
I,A MUERTE DEI. CISNE 253
'la prâctica intelectualismo y racionalismo fran-
ceses degeneran, el primero : en estetismo
amoral, ironia, escéptica indiferencia y repug-
aancia de las realidades; el segundo : en per-
pétua fermentaciôn revolucionaria é indivi-
lualismo anârquico, cosas antagônicas, como
A amoralismo de los estetas, a la sociedad y la
/ida. Por el contrario, el duro darwinismo so-
:ial, cabeza de turco de tantas sentimentales
leclamaciones, conduce al respeto de las jerar-
[uîas, al orden, a la libertad, à la cooperaciôn
)or la vida dentro de la luclia por la vida; y,
ior otra parte, al individualismo del self gover-
ement, que es fuente inagotable de ener-
ias y virtudes sociales, no teôricas sino prac-
icas y efectivas. De donde pudiera inferirse
gurosamente que el egoismo acaparador de
)s brutales, es mas provechoso para el mundo
ue el egoismo sin interés de los delicados.
15
Y
A. de hecho autores hay que atribu3^en kî
excelencias de los pueblos del Norte, al habe:
permanecido hostiles a la influencia greco-latina
manteniendo en un estado de semi-barbarie si
originalidad étnica y hasta cierto punto, su civi
lizaciôn castiza, lo que constituye la fuerza pro
pia de un pueblo y las cualidades de fondo d(
una raza. Mas esos pueblos precisamente, des-
empeiiaron por mucho tiempo un papel secun-
dario en las conquistas de la civilizaciôn y s(
nutrieron en muchas cosas de la enjundia latinaj
Si los anglo-sajones y los germanos aun conser^
van un elemento de salud y vigor de que care-l
cen los pueblos que sufrieron el dominio de 1^
Roma de los Césares y los Papas, no debe atri]
LA MUERTE DEI. CISNE 255
buirse a la ausencia de ese dominio, sino mas
bien, a la sôrdida economia de fuerzas hecha
en luengos siglos de vida obscura, extrana a
los refinamientos y molicies déstructuras del
carâcter que traen consigo siempre las civiii-
zaciones extremas. Atenas, Roma, Alejandrîa,
Bizancio lo atestiguan. I^a ventaja de que los
pueblos se conserven puros y originales en su
dda espiritual, es muy discutible cuando se
oiensa en lo que son la India y la China, y en lo
que fué el Japon antes de haberse asimilado
a civilizacion occidental. I^o que a todas luces
lace falta y aprovecha, es que la cultura propia
) prestada no desvirtue el egoîsmo nativo, ma-
lantial de toda vida y en el que absorben los
ugos de la robustez del cuerpo y la salud del
Ima los pueblos fuertes, refinados 6 sin des-
•astar aùn.
lyas cualidades viriles que garanticen el triunfo
râctico y cabal en esta época de imperialismo
conômico, no han sido hasta ahora, ni son
ctualmente, el patrimonio exclusivo de las
aciones salidas direct amente de la barbarie.
os pueblos que hoy se ensenorean del globo,
o poseîan ayer las preciosas energîas a que
eben su predominio, ni nada hace suponer
256 I<A MUERTE DEI. CISNE
que tanto f asto y poder no concluyan un dîa 1
con las palabras de Felipe II en su lecho de
muerte. La vida en su juego divino seguirâ
transformando las sociedades y es muy posible 1
que, en tiempo no lejano quizâ, aquellas sober- 1
biosas dotes dejen de ser utiles en el grado que
actualmente lo son, or a sea por el desgaste de la
facultad, ora por las mudanzas del medio am- ^
biente, como acontece en la era capitalista de
câlculo y ahorro, con las virtudes hidalgas de
la caballeresca Espafia, eficaces en el tiempo
pasado y al présente perniciosas. Asî, pongo
por caso, si el edenismo convierte un dia la tierra '
en los campos elîseos de la humanidad, les :
pueblos que juzgamos ahora mas aptos para ,
la lucha vital, perderian la situaciôn prépon-
dérante que deben a lo que entonces fueran
cualidades anacronicas y estorbos para asi- i
milarse la nueva y triunfante cultura. Francia \
acaricia aquel voluptuoso ensueno oriental; si
triunfase séria el desquite del idéal francés.
Pero en la vida como en el arte, « las inten-
ciones no son nada, el poder de realizar es
todo ». Y el poder, fuerza es que se diga, no
esta de parte de la Idea, sino del Faclum; no de
parte de los delicados, sino de los viriles; no de
I.A MUERTE DElv CISNE 257
parte de los mas nobles, sino de los mas fuertes,
que son los mas aptos para convertir en hechos
sus aspiraciones.
Por los demâs no conviene Uamarse a engaîio
sobre la supuesta egregia condiciôn de los im-
perios espirituales ni la legitimidad de sus con-
quistas. Ya hemos dicho que la razôn es esen-
cialmente arbitraria y opresora, y cômo entra
sin dar cuartel en las fortalèzas del aima. Las
zarandajas morales de la nobleza y del desinte-
rés de los propôsitos, cuando se examinan de
cerca son pura patrana y retôrica. Cada pueblo
practica el imperialismo concorde con su pecu-
iiar fisiologia y cultura. Como la funciôn créa el
5rgano, el deseo créa la moral. Se de sobra que
û idéal francés se opone formalmente a todo
Drivilegio é imperialismo derivado de los hechos
Y no de la teoria ; pero ese idéal <îes otra cosa que
îl privilegio de la razôn razonante que conviene
i la Francia, y un imperialismo sentimental
:on el que, la naciôn desprovista de sus arreos
^uerreros, procura satisfacer espiritualmente, ya
pe no de otra manera, su gastado instinto de
ioberanîa ? Grande vidente fué Zaratustra cuando
lijo : « Kl cuerpo se créa el espiritu como una
nano de su voluntad ». Todo es mano en el
258 I.A MUKRTE DEIv CISNE
hombre, y el objeto de ese organo prensil, es el
de apoderarse de las cosas y no el de escribir-
las en las arenas mo vient es que lamen las olas
del mar.
D
E las aspiracîones generosas y remontadas
del pueblo francés, no cabe dudar y menos de
su obra dilatada a todas las actividades, indus-
trias, ciencias y mâquinas especulativas. Su
idéal ha sido por momentos el idéal de la huma-
nidad. Todas las naciones le deben algo, y todos
llevan en el medallôn del aima, como un recuerdo
del primer amor, la imagen querida del bello
Paris. Fuera menester haber nacido ciego y
sordo-mudo en las cosas del espiritu para negar
la irjflaencia dulce y luminosa que irradia sobre
la tierra desde lo alto de la torre Eiffel, y no reco-
nocer que muchas veces la amable TyUtecia fué, y
signe siendo en parte aûn, la flor de la humani-
dad y asi como la inteligencia y la gracia del
mundo. lya invenciôn de la inferioridad de la
200 I,A MUERTK DEI. CISNE
raza y la decadencia latina, son burdas especies.
Después del libro de Finot quedan muy mal
paradas las doctrinas de Gobineau y De I/a-
pouge. lyas aptitudes y cualidades francesas,
tan multiples como peregrinas, nunca fueron
mas salientes ni vigorosas. Solo que el medio ha
cambiado y muchas veces, aunque decantadas
y superiores, no son utilizables aquellas exce-
lencias. Al contrario, en cierta manera, sirven
de rémora y dificultad para ponerse al diapa-
son positivista de los tiempos que corren. El
mundo hase convertido en un vasto mercado
donde no tienen empleo los marqueses talon
rouge. Kl perpetrar las tradiciones estéticas de
la elegancia del aima, no es ya elevado sacer-
docio ni oficio remunerador. Y todo hace pensar
que en lo futuro ningùn pueblo podrâ ejercer
una influencia honda ni durable sobre los otros,
ni siquiera tenerlos a raya, ni aun vivir con sus
talentos de sociedad solamente por amables
que sean. Francia conserva en sus manos de unas
pulidas el cetro del gusto, pero no el de la inte-
ligencia técnica que se necesita en el Taller.
Contra lo que supone el gran Anatole, el ejerci-
cio del espîritu y el uso de la razôn, de la vieja
razôn, no prolongarân el imperio de Francia
I,A MUERTE DEI. CISNE 26 1
sobre el mundo. La Fuerza de las ideas es incfi-
caz cuando las ideas no son la expresiôn de la
Fuerza. En la vida modema los retores y los
liumanistas van pareciendo casi tan anacrô-
nicos como los santos. Pero ello no implica una
condenaciôn de muerte para los pueblos latinos,
ni quiere decir que éstos, después de haber « fait
le tour des sentiments et des idées », no pue-
dan adquirir y desarrollar por convicion y siste-
maticamente los arrestos y brios morales que
las naciones hoy dominadoras poseen gracias
a su inferioridad critica y simplicidad primiti-
vas. Ademâs, puede acontecer muy bien que las
circunstancias ambientes cambien y las tor-
nas se vuelvan y que resulten entonces feos
vicios las cualidades que hoy se tienen por
raras perfecciones, méritos de subidos quilates
y signos ciertos de superioridad.
15,
M,
.AS, por el momento, la virtud de germanos
y anglo-sajones salta à la vista. De un modo
lento, pero eficaz, como el trabajo subterrâneo
de las aguas que disloca y parte las montanas,
van haciendo del mundo su exclusivo patri-
monio. Los grandes capitanes de la industria y
la finanza plantan las banderas de la expan-
sion comercial hasta en los rincones mas escon-
didos del globo; conquistan los mercados, que
son las ciudadelas de las naciones; se infiltran
con sus mercancîas en los pueblos y los hacen
sus vasallos. Y a esta penetraciôn parsimoniosa
y mansa, pero segura, de las actividades inva-
soras, en las que se transvasan en la era capita-
lista los împetus conquistadores de otras épo-^
cas y los impulsos del nunca dormido, mientras
I.A MUERTE DEL CISNE 263
se conserva sano, instinto de dominaciôn, el
sibarita Paris no acierta a oponer otras barreras
para defender su predominio, que las brillan-
teces y refinamientos que abrieron a Roma las
puertas de Atenas y a los barbares las puertas
de Roma.
Al modo que las voluntades flacas, después
de renuiiciar a las tierras del planeta, inven-
taron el consuelo de las tierras célestes y las es-
tupefactiva inversion de valores que hacen
robusto lo canijo, rico lo pobre, noble lo vil;
las naciones de embotadas energîas viriles y
fatigados alientos, inventan los côdigos morales
de la debilidad y las ilusiones idealistas que
adormecen y enganan las voluntades naciona-
les contra las que no se puede lucliar â brazo
partido ni frente â frente. Como el cristianismo,
cu3'a esencia es renunciamiento, contemplaciôn,
acritud contra la existencia, la cultura greco-
latina lleva en si oculto, muy oculto, el desdén
de lo real y de la acciôn — su amor de las fic-
ciones del arte y odio de la riqueza da de elle
claros indicios — y es un filtro poderoso para
adormecer los ardores de la sangre moza y hacer
factibles por las vîas paciâcas, el suspirado
reino de la justicia y la adorable quimera de la
264 IvA MUERTE DEly CISNE
sociedad universal, que de realizarse han de
hacerlo, como todas las cosas de este bajo niundo
por la guerra y la muerte, « ya que nada existe
sino en virtud de la injusticia; y a que toda
existencia es un robo anticipado sobre otras
existencias y que cada vida que florece lo
hace en un cementerio », al decir del admira-
ble Gourmont.
Cada vez que trato de exprimirle el jugo real
à la union por la vida, dulce formula de uno de
los représentantes mâs autorizados del idea-
lismo f rancés, me viene a las mientes el recuerdo
de otra union de la que yo formaba parte de
pequeno en la escuela. Se Uamaba la « Cofradîa
del Bizcocho », y ténia por objeto el ayudarnos
mutuamente para escamotearle al pobre diablo
de mercachifle, que en las horas de asueto ven-
dia de que merendar, las golosinas que apete-
ciamos. Nuestras maniobras eran muy concerta-
das y amigas hasta. cpmeter el feo hurto, pero
después^ ^uando ^e trataba de repartirlo, la
union 'parçi' d bizçoçho ^e çonv^rtig invariable-
raente en guerra por §1 bizçoçho, I^a ^xperiencia
àel mundp me ha ^emostradp ^n multiples
oçasipnes, que la union para la >yida desde que
hay que cpiner, <desde que hay que yivir se
I,A MUERTE DEI. CISNE 265
trueca en lucha por la vida. \ Reino de la justi-
cia, sociedad universal, edenismo terrestre !
Hermosos sueiios sino se cambiasen, con el
desate de las pasiones, intereses y apetitos que
dejar de ohedecer, en guerra y anarquia, y sino
fueran la expresiôn sintomâtica de las enferme-
dades de la voluntad que contraen los pueblos
embebecidos de la idea y que palidecen y se con-
sumen esctichando el canto del ruisenor... Huma-
nitarismo é internacionalismo, y, por otra parte,
proteccionismo y antisemitismo, revelan bien a
las claras la urgente necesidad de desarmar a
los otros 6 confabularse contra los que no se
pueden vencer a armas iguales, y constituyen la
implicita confesiôn de la anémia nacional.
« Ils nous gênent », responde un personaje re-
presentativo de la nobleza en el drama « Israël »
para explicar su odio a los judîos, vencederos
en la lucha social y que acaparan âvidamente
cuanto privilegio y poder se les pone al alcance
de la mano. Y en aquella despechada frase se
contiene la razon verdadera... y cînica, como
todas las razones verdaderas, de un odio secu-
lar. I/Os judîos son los rivales, tanto mas detes-
tados cuanto mas victoriosos, a cuyas arcas
van a concentrarse los dineros, 6 lo que importa
266 I.A MUERTE DElv CISNE
lo mismo, la virtualidad y situaciôn social de
todos. Se comprende que incomoden y se hagan
aborrecibles. « Bjercemos el natural dominio
de las aimas fuertes sobre las débiles », podrian
ellos replicar remedando a la Galigaï cuando
explicaba a los jueces su influencia sobre Maria
de Médicis. Y no podia ser por menos. Contem-
plativos, idealistas, estetas nunca se acomoda-
ron bien de la lanza ni del casco guerreros.
Digan lo que quieran : las exquisiteces de la
inteligencia y la sensibilidad, son destructoras
de la osadia y firmeza del empeno. No hay sino
escudrinar, para percatarse de ello, las causas
recônditas de la abulia, y observar de cerca
la torpeza, timidez y escasîsima inteligencia en
la prâctica de la vida, de los cérébrales y los
emotivos. Pensar por pensar, sentir por sentir,
flores monstruosas que secan la planta ! En
cambio, « obrar es pensar con todo el cuerpo ».
Se, también, que obrar es asimismo, segùn el
poeta del misterio y del silencio, recogerse en
si, escuchar, callar... pero no hay meditacion ni
recogimiento que un an el individuo como el
acto a su patria céleste, a la actividad univer-
sal. Una idea suele ser una bella cosa, pero el
mas pequeno de los actos es siempre una cosa
I,A MUERTE DEI. CISNE 267
divina. A mayor abundancia de razones, cuando
el Espiritu déjà de ser el servidor de la voluntad
de vivir y gala y ornato de ella, la traiciona ; el
obrar la sirve en todos los casos y eternamente,
y como aquella traiciôn se repite con grande
frecuencia, es por lo que résulta en definitiva,
que en el individu© la capacidad de pensar y
sentir idealmente nace y medra en razôn inversa
de la capacidad de obrar prâcticamente. El
pensador, el artista, en suma el poeta — llamo
poeta al interprète de lo divino — tiene una
excelsa y misteriosa mision que cumplir en
cuanto fabricante de ilusiones vitales : el resto
de su actividad inexplosiva, 6 su actividad
misma cuando adormece y énerva en vez de
excitar, es futileza y labor de mujeres, cosa de
eunucos y distracciones de harén.
Ahora bien : esto ùltimo es, para desdicha de
los imperios apolinicos, lo que ocurre y produce
una especie de fermentaciôn literaria que into-
xica el corazon y el cerebro de las multitudes y
prépara el reino de lo fçmenino, la voluptuosi-
d-id y la quimera, Entonces las sociedades se
embriagan de luna, y reçostadas en blandos
almphadones languideçen êsperandp la venida
de los barbarpg.
E
?STE convencimiento que se traduce aquî y
alla en las obras de los viajeros salidos de la
Metropoli de la Belleza para sufrir el roce âspero
de las civilizaciones utilitarias, ya sean puros
literatos como Bourget y Adam, ya sociôlogos
y psicôlogos como Leroy-Beaulieu, Boutmy, de
Rousiers; ora fiancistas letrados como Weiller,
ora simples periodistas como Huret, es quiza,
lo que en forma de presentimiento obscuro,
agita a la Francia. I^as convulsiones de su poli-
tica y anarquia moral pueden ser los ùltimos
espasmos de un mundo glorioso, pero inapto
para adaptarse al ambiente positivista, 6 los
dolores de un nuevo alumbramiento revolucio-
nario del que saldrâ el idéal de amor y ventura
que la bella I^utecia, apasionada y ensonadora,
I.A MUERTK DEI. CISNK 269
nutre y quiere con los redanos del aima. lyO
innegable es que fermentos y levaduras mora-
les de muy diversa condiciôn trabajan las ma-
sas a porfia y tienden a destruir el orden de
cosas actual. Tradicionalistas, cuya formula es
la tierra y los muertos, la patria y los ascendien-
tes, que el travieso individualismo barresiano
descubre en las profundidades del yo, y socia-
listas que suenan con la sociedad universal
como Jaurès y Hervé; cesaristas a lo Renan y
monarquistas a lo Murras, que se apoyan en
Darwin y la ciencia para condenar el régimen
imperante; republicanos de vieja cepa y anar-
quistas sentimentales, ateos y creyentes, pa-
triotas y escépticos conciertan sus enemigas
voluntades en el aquel de renegar de la demo-
cracia. I^os unos por que esta, destruyendo las
jerarquias y excelencias sociales se pone en
camino de rebajar el nivel intelectual y moral
de la raza y substituir la cultura por la barbarie,
el orden por el caos. I^os otros por que la demo-
cracia no ha cumplido ninguna de las promesas
grabadas como divisas en la piedra de los edi-
ficios pùblicos : mito la libertad, mito la igual-
dad, mito la fraternidad y el gobierno del pue-
blo por el pueblo y para el pueblo, mitologia
270 I.A MUERTE DEI< CISNE
pura. Y unos y otros ven y confiesan dolidos la
desorganizaciôn que avanza, la natalidad que
decrece, la marea del escepticismo que sube, el
nivel del heroismo que baja. La misma fe y espe-
ranza puestas en el porvenir se desvanecen al
reconocer el fracaso de la pedagogîa y las dis-
ciplinas francesas, que solo preparan sentimen-
tales y retores, ineptos y desorbitados. No se
sabe que hacer ni a que santo encomendarse.
Ningùn mejunje calma la fiebre ni la agitaciôn
nerviosa. Todas las posturas son incômodas.
Y las doctrinas de perfecta armazôn logica suce-
den a las doctrinas ; las utopîas seductoras a las
utopîas; los discursos a las hemorragias de la
palabra ; la Revoluciôn al perpetuo hervor revo-
lucionario, mientras las ébrias mjasas de Paris
cantan como Nerôn contemplando el incendio
de Roma.
Y este es el desolado y maravilloso espectâ-
culo que ofrece al mvndo la raz6n razonpiite.
CONCLUSION
;
L
A renuncia del Espiritu como lazarillo de la
vida es inminente. I^a humanidad ha perdido
la confianza en su Mentor. El viejo idéalisme no
tiene ninguna virtud eficaz y se ofrece hasta a
los ojos de los mas cândidos como una vejiga
desinflada. Perdida la fe y llenos de incerti-
dumbres los mismos pueblos que adoraron de
rodillas à la razôn razonante se alejan de ella y
se pierden en las sombras del escepticismo, sin
vol ver la cabeza ni oir el tan tan lejano de las
campanas espirituales repicando en los templos
desiertos. Francia, Italia, Espana, Portugal;
pagan muy caro su irrealismo, el crimen de
haber preferido la idea al hecho, la palabra
al acto, la razôn mîstica â la razôn fisica, para
no reconocei en secreto que el lirico bagaje de
274 ^A MUERTE DEI. CISNE
ayer es hoy una pesada impedimenta. No solo
no incita a obrar, sino que impide obrar. Bl
pasado les pertenece, pero no el futuro si no
arrojan lejos de si el niuerto laurel y se coro-
nan de frescos pampanos para merecer de nuevo
los favores de la Vida. Ante esta, por no haber
reconocido todavia que la Fuerza es el elemento
divino del universo, como el Oro es el elemento
divino de las sociedades, prorrumpen aquellas
naciones en el profundo yo peqiié en que ter-
minai suelen las agitaciones de los delicados y
los idealistas, cuando son sinceros y clarovi-
dentes como Renan.
i Desgarradora melancolia! El mismo, triste-
mente, muy tristemente, llega à considerarse
como un tipo humano fôsil en el mundo que,
educaciôn é idéal, le impiden comprender y aqui-
latar en su intrinseco valor. Esta ineptitud, tra-
tândose de un représentante tan calificado de
la inteligencia, es muy significativa. Medio mis-
tico y humanidades le han hecho perder el
sentido de lo real, que solo mantiene sano y
alerta el interés. Kl desprecio de los bienes ma-,
teriales remata la obra. Como los santos, pot'
mirar al cielo, no ve donde pone los pies ni;
las cândidas florecillas que aplasta torpemente.
I^A MUERTE DEI, aSNE 275
Su ciencia de lo que no sirve para vivir es pro-
digiosa, mas prodigiosa todavia su ignorancia
de lo que para vivir sirve. El historiador admi-
rable y filôsofo sapientisimo, no tuvo sospechas
siquiera de las relaciones pecuniarias de los
hombres ni de la estructura econômica de las
sociedades. « Piensa como un hombre, siente
como una mujer, obra como un nino ». Por
manera que hacia el fin de su vida, cuando
principia a ver claro, los sucesos le sorprenden
dolorosamente y Uenan de mortales dudas. Cada
ilUvSion magnîfica conviértese, por las malas artes
de un mago enemigo, en prosaica realidad;
cada ardor generoso en desencantada ironia.
Una â una mueren las esperanzas de su inteli-
gencia audaz y quedan delante de los epantados
ojos del sabio las realidades del egoîsmo, del
egoîsmo sanudo y triunfante como el Rey Monje
en medio de los conspiradores asesinados.
Sus desencan tos y amargas quejas dicen;
mentiras, mentiras falaces la religion del aima
y la preeminencia del espiritu. « Pensar no es
el ùnico objeto de la vida. El reino de la razôn es
una quimera. El idéal y la realidad son enemi-
gos. lya causa que cautiva â las aimas nobles no
triunfarâ jamâs. I^o que es verdad en literatura,
276 I<A MUERTB DBI. CISNK
en poesîa, à los ojos de las gentes refinadas, es
siempre falso en el mundo grosero de los hechos
consumados. I^as heroicas locuras que el pasado
edificô no tendrân mas éxito. Bl espectâculo de
este mundo nos muestra solo el egoîsmo recom-
pensado. Inglaterra ha sido hasta estos ùlti-
mos anos la primera de las naciones gracias
a su egoismo. Alemania ha conquistado la hege-
monia del mundo renegando altamente los prin-
cipios de moralidad politica que con tanta elo-
cuencia habia predicado antes. »
Como el emperador filôsofo en su lecho de
de muerte podria exclamar Renan : « \ Oh !,
Apolo, ^por que me has mentido? )) Tantas des-
ilusiones hacen que la realidad se le aparezca
como una matrona insensible y prosaica que se
burla groseramente de los galanteos pudibun-
dos del entusiasmo y del lirismo. Sus laboriosas
previsiones, fruto de largas vigilias, lo enganan
cruelmente ; la inteligencia, que él adora y en la
que crée como en un Dios todopoderoso, pone
entre el sabio y la vida un vélo brillante que
hermosea y déforma los objetos. Éstos son otra
cosa de lo que él creyô,y piensa que acaso es
injusto al juzgarlos severamente. He sido un
iluso y un insensato, clama. « I^a idea de que el
lyA MUERTE DEI. CISNE 277
noble es aquel que no gana dinero y que toda
explotaciôn comercial 6 industrial, por honesta
que sea, rebaja al que la ejerce y le impide per-
tenecer al primer circulo humano, tal idea se
desvanece de dia en dia. Todo lo que he hecho
antes parecerîa ahora acto de locura, y a veces,
ttiirando en torno de mi, creo vivir en un mundo
que no conozco. »
i lyamentables confesiones de una inteligencia
soberana mantenida por el espejismo idealista
en la mas profunda ignorancia y desprecio de
las realidades y que empieza a descubrirlas al
declinar el sol ! \ Angustia de las aimas religiosas
caidas en el escepticismo por haber acariciado un
idéal tan alto, puro y hermoso que impide vivir !
^Qué séria de los hombres que practicasen el es-
tado de muerte del perfecto desinterés sin el
talento de Renan? ^y que de los pueblos en
que abundaran, mas de la cuenta, los inac-
tuales de alto coturno, pero inacluales al fin,
que se obstinan contra viento y marea en opo-
ner la abstracciôn y el ensuefio a la vida y la
realidad? Y, sin embargo, existe una cultura que
abierta ô embozadamente tal predica; que
llena los ojos de visiones, ata las manos y em-
puja a los sacrificios estériles. De ello nos habla
16
278 LA MUERTE DEL CiSNE
Renan largamente en los « Souvenirs d'enfance
et de jeunesse »; mas en ninguna pagina se
trasluce como en la que signe, la amargura y
hasta sorda irritaciôn del desenganado sacer-
dote, del sacerdote que estuvo a punto de ser
Renan y que en realidad, aunque sin tonsura,
fué toda la vida : « Es en ese medio (Treguier,
una villa extrana al comercio y la industria) que
se deslizô mi infancia y donde mi inteligencia
contrajo un vicio incurable. I^a catedral, obra
maestra de ligereza, intento loco de realizar en
granito un idéal imposible, me falseo el espiritu.
Las largas horas que en ella pasé, han sido la
causa de mi compléta incapacidad prâctica.
Aquella paradoja arquitectônica hizo de mi un
hombre quimérico, discipulo de santo Tuduwal,
de santo Iltud y de santo Cadoc en un siglo en
que la ensenanza de esos santos no tiene ninguna
aplicaciôn. »
Y bien, no solo los filôlogos sino las socieda-
des formadas moralmente por la ensenanza de
aquellos santos ù otras influencias espirituales
de la misma indole, reciben en la frente el beso
traidor de la Quimera y quedan marcadas para
siempre con el signo de la incapacidad prâctica.
Con todos los respetos debidos a los titulos del
LA MUERTE DEIy CISNE 279
aima, pero de un modo franco y resuelto, con-
vendria preguntarse si tal cosa no es una ver-
dadera monstruosidad en las sociedades del
présente, donde las relaciones de los hombres
son y, no pueden menos de ser, relaciones pe-
ctmiarias. Quizâ urge confesarse una vez por
todas, que nuestro ambiente, nuestro mundo
no es el de la inteligencia sino el de la voluntad,
disfrazada hoy con las multiples mascaras de
las actividades mercantiles, como ayer con los
' antifaces del heroîsmo 6 la santidad. lyO que
contraria esas actividades es malsano, como
I era malsano lo que minaba el predominio mili-
Itar en las sociedades guerreras ô el prestigio
sacerdotal en las sociedades religiosas. Los
idéales de las épocas muertas, por nobles que
sean, son idéales de muertos y traen en las livi-
das manos una antorcha funeraria. Sus devotos,
a pesar de todas las auréolas y resplandores,
comienzan a parecer criaturas de otro planeta,
engendros desmirriados de Apolo decrépito,
seres luminosos y absurdos cuya enfermedac?
es una perla tentadora que ablanda las resis-
tencias de la Voluntad delante del Pecado. « I^a
France meurt de ces gens de lettres », decia
también Renan. \ Que importa que la locura sea
28o I,A MUERTE DElv CISNK
divina si enferma el mundo ! Considerândolo,se
comprende por que un trabajo oculto del ins-
tinto conservador de la sociedad se afana en
éliminai*, como antes ponîa su empeno en pro-
ducir cuando eran utiles, las actividades pura-
mente espirituales, enfermizas, enervadoras,
sin aplicaciôn concreta en la colmena humana
y que, en resumen, vienen a ser algo asi como
las toxinas del espiritu. Hay muchos pueblos
envenenados por ellas. Se reconocen en que son
las tierras fertiles del sentimentalismo y la ver-
bosidad. Las cosechas de rosas abundan, pero
el trigo escasea en los campos mal cultivados
y que no han recibido el abono de Pluto. Y la
selecciôn mercantil afila en la sombra su gua-
daria implacable : situaciôn angustiosa, cuando
no se cuenta con otras defensas para detener el
golpe, que las bellas sonrisas de Afrodita y los
ordenados discursos de Gorgias y Cicerôn.
« El reino del idéal ha concluîdo, todo lo que
no se convierte en una fuerza se juzga quimé-
rico » dice Prôspero. Y un ultrarenanista, que
es al mismo tiempo un profesor de lirismo y un
puro utilitario, agrega con su ironia habituai:
« Cuando Tigrano me decia que la fuerza debe
céder al espiritu, yo le dejaba entrever, sin
LA MÙERTE DEI. CISNE 28 1
insistir demasiado, que desconfiaba mucho de
un espîritu que después de tantos siglos no se
habîa convertido en la fuerza. »
I^as criaturas generosas que viven temblando
por la vida del idéal pueden descansar tranqui-
las. El idéal existirâ siempre porque es el porta-
estandarte de la ilusiôn y la esperanza necesa-
ria a los hombres; pero segùn claros indicios
no sera lo que éstos han tenido hasta ahora con
testarudez carneril, como la proyecciôn ùnica é
imperedecera del aima. Ya hemos vistos que
cada época se fabrica la tabla de valores que le
conviene y responde a sus necesidades orgâni-
cas. El materialismo de las sociedades futuras
no les impedirâ tener su idéal, solo que este,
por razones obvias, no puede ser ni el mistico,
ni el espiritualista, ni el idéal reconocidamente
fundado en la mentira de las sociedades con-
temporâneas, sino un idéal prâctico, cuasi ma-
carrônico, pero robusto y sesudo, como corres-
ponde a los pueblos entrados en la edad pro-
vecta, que no sustituya lo quimérico a lo real ni
débilite para las luchas de la vida. Esta es lo
realmente sagrado, y podria condenarse, sin
asomos de dudas, toda verdad, toda ética y
toda bêliez a que en nombre de un roman ticismo
16.
282 I/A MUKRTE DElv CISNE
de aima neurôtico y raquîtico tendiera obtusa-
mente à destruirla ô amenguarla. Téngase por
seguro que ese romanticismo que exige la cas-
tidad y el voto de pobreza, afemina y envilece.
Kn filosofia conduce a las aspiraciones vagas y
al desprecio de las realidades; en politica dégé-
néra en hipertrofia de la palabra, espiritu revo-
lucionario y politica alimentkia; en literatura
Ueva como de la mano, al lirismo dengoso y
nono y a las chinerias retôricas, sintomas ine-
quivocos de indigencia mental, pobreza ani-
mica y otras lamentables incapacidades.
De un idéal batallador se oyen ya en las cùs-
pides les clarines sonores. La inversion de va-
lores morales que indujo al hombre â ser el
verdugo de su propio interés, es imposible que
no parezca en los siglos venideros tan absurda
como lo va pareciendo hoy â los espiritus desa-
pasionados la santa doctrina que condena el
placer, el deseo, la pasiôn, la vida y predica el
estado de sepultura. El idealismo clâsico es un
caballero andante que presa de mortal f atiga, la
lanza quebrada y los mûsculos rotos desciende
de su trasijado Rocinante y se apreste â morir
al pie de un sauce llorôn iluminado por la luna.
Es bello y conmovedor, pero nocivo para el
I,A MUERTE DKI. CISNE 283
dnimo. El mundo, curado de arrechuchos sen-
timentales, preferirâ por instinto la muscula-
tura y la vida del gladiador combatiendo, a la
melancôlica belleza del gladiador moribundo.
Quizâ no esté lejano el dîa en que el Sermon
de la Montana y la Plegaria de la Acrôpolis, se
pronuncien de rodillas a los pies de la Fuerza,
diosa terrible que, mejor que Birene, podria
llevar en sus brazos a Pluto dormido. Bl cre-
3^ente hablaria asi, poniendo sus palabras al dia-
pason de las arpas formidables de Bolo y Nep-
tuno : « Salve \ oh diosa ! impura y fecunda,
madré de todas las cosas, eurîtmia del universo.
Tu engendras, ordenas y legislas; tu reinas en
el cielo, en el aima del hombre y en el corazôn
del âtomo, y los ritmos de la poesîa y la natu-
raleza cantan unanimes tu gloria inmortal. lyos
hombres te niegan y te llaman cruel porque no
saben que, aun revelândose, obedecen à tus
mandatos; porque no saben que tus condena-
ciones de muerte son como los frutos que se
secan para dejar caer sobre la tierra suspirante
las semillas santas de la vida. I^a razon humana
284 I.A MUERTK DEI. CISNE
en un momento de insano orgullo, quiso corre-
gir las leyes infalibles y los sapientes designios
de tu razôn, que es la razôn uni versai. Y todas
las cosas salieron de sus quicios; la quimera
suplantô a la realidad, el mal afligente al bien
gozoso, el dolor al placer, la muerte a la vida
y, lo que es mas estupendo aùn, el desinterés es-
téril y énervante àl egoismo robusto y fecundo.
Fué una terrible pesadilla de la que ahora sale
la humanidad desmazalada y enferma. Y tu
souries a los sarcasmos con que ella te afrenta
porque no ignoras que, contrita y arrepentida,
volverâ a ti y que tu sola puedes devolverle la
razôn y la salud. Hazlo, Divina, inspîranos para
que seamos con inteligencia, egoistas intégrales
y materialistas transcendentes. I^a humanidad
no es tan culpable como parece. Solo en aparien-
cia desobedeciô tus leyes. Tu misma fingiéndote
ciega, la has conducido a tu antojo, como la
madré hace créer que es él quien la guîa al tierno
infante que ella sonriendo lleva de la mano.
Mas el niiio hecho hombre necesita explicarse
el grande misterio. \ Cuândo sera el dia en que los
ojos estupefactos vean brotar de la- entranas
de las cosas, como el rojo licor de la herida abier-
ta, el verbo divino, eco de las fuerzas universales
I^ MUBRTE DEI. CISNE 285
que muy raras veces dictaron la actitud del
héroe y la alta necesidad rîtmica de aquel cuya
voz es canto ! Imposible que, al fin, lo justo y lo
bello no sea lo que viene de ti, madré de dioses.
j Y que ridiculos y puériles parecerân luego a
las aimas duras como el diamante, pero blan-
cas como él, los artificios retôricos del hombre
sensible, los cantos que no son cantos de vida, lo
bello que enferma y ciega en vez de ser un rayo
de sol limpio de sombras, las acciones que no
lleven al combate y al templo de la Victoria!
Por el contrario, es muy probable que la gracia
brille sobre aquello que la antigua sabidurîa
creyô torpe é impuro por ser fecundo como el
acto carnal. Entonces Mammon resplandecerâ
de gloria, porque de todos los dioses supervi-
vientes es el ùnico que lleva en la testa olim-
pica el signo luminoso de la voluntad. Es el
depositario de ella. I^a virtud perdida en las
nieblas de los p aises quiméricos hubiese muerto
de hambre sin él. Su aima fué como el arca santa
en que se salvô del diluvio espiritualista la facul-
tad de querer. I^os instintos vitales se refugia-
ron en su corazôn prôdigo como las manos de
Démet er y las tetas velludas de Amaltea. I^a
dicha humana no tuvo nunca amante mas ren-
286 I.A MUERTB DEI. CISNE
dido ni servidor mas fiel. I^os que, insensatos,
vilipendian aùn al Oro, no escuchan la voz pro-
funda que les dice : « Amadlo religiosamente, en su
ser divino, y sed interesados y duros para reali-
zar los deseos secretos de la Vida y servir â los
hombres. Ni el arte, ni la poesia, nada aguza las
facultades y potencias humanas como él : es el
gran excitador. Ni las religiones, ni las filosofias
le aportan â la humanidad lo que el Principe
Rubio le brinda con una sonrisa : el poder, la
esperanza y la ilusiôn : es el Salvador. »
Paris, Julio 22 de 1910.
f
r
INDICE
PRIMERA PARTE
Ideologîa de la Fuerza 5
SEGUNDA PARTE
Metafisica del Oro 121
TERCERA PARTE
I^a Flor Lratina 187
CONCI^USIÔN 271
r
PQ Reyles, Carlos
8519 La muerte del cisne
R38M8
1917
PLEASE DO NOT REMOVE
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